Malta acoge un nuevo encuentro de la Pastoral de Migraciones del CCEE

inmigrantes en Ceuta

La acogida exige integración, pero, sobre todo, comunión

inmigrantes en Ceuta

JOSÉ LUIS PINILLA, SJ | La “Europa-fortaleza” sigue gestionando la movilidad humana como si se tratara de una cuestión puramente económica; el migrante no es una mercancía que se puede importar y exportar como mejor nos parezca. Estas son algunas de las conclusiones a las que llegaron los participantes en un encuentro para obispos y directores de la Pastoral de Migraciones del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), celebrado en Malta del 2 al 4 de diciembre.

Las jornadas, presididas por el cardenal Antonio Maria Vegliò, presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, y el cardenal Josip Bozanic, de la Comisión Caritas in Veritate, han analizado el mejor modo de evitar la exclusión y las tensiones sociales. Para ello, hay que tener en cuenta todas las dimensiones de la persona, así como la realidad social y cultural de sus países de origen.

Las migraciones deben regularse, aunque, en cualquier caso, se ha de respetar la caridad y la hospitalidad, así como tener en cuenta su aportación a las sociedades de acogida.

Según indicó Ángel Oropeza, de la delegación de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Italia y Malta, hacia 2050 Europa necesitará unos 40 millones de inmigrantes para su desarrollo y para frenar la caída demográfica. Pero, para ello, en primer lugar, hay que hacer frente a las formas de injusticia económica y social que prevalecen en muchos países de origen.

En el encuentro se prestó especial atención a temas como la familia, los menores y la lucha contra el tráfico de personas. Además, se insistió en que la migración es un reto para la comunidad cristiana y su capacidad de tratar la diferencia. El pluralismo no debe ser visto como oposición antagónica entre mundos, sino más bien como una riqueza multiforme y complementaria.

Hay que caminar hacia la cultura de la comunión –principal tema de la reunión–, que interpela incluso más que la mera integración, pues el migrante es visto no solo como ciudadano o trabajador, sino, sobre todo, como hijo de Dios, como hermano –“¿dónde está tu hermano?”, preguntó el papa Francisco en Lampedusa–.

Ciriaco Benavente, presidente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE), habló de la importancia de la coordinación entre las Iglesias de origen y destino, defendiendo que hay que aunar criterios y ofrecer formación a los agentes de pastoral y a los sacerdotes implicados a través del trabajo en red. En este sentido, puso el ejemplo de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana y el Instituto Español de Misiones Extranjeras.

También recordó un reciente viaje a Marruecos, donde contactó con decenas de subsaharianos que estaban a la espera de llegar a España: “Son quienes van a vivir la odisea de la travesía del Estrecho, que, como ayer y anteayer, en Malta y en Lampedusa, no es infrecuente que acabe en tragedia”. “Son experiencias que conmueven –añadió–. Los ojos ven y el corazón siente. Aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de un hermano es el de Cristo. Deseamos que nuestra Iglesia sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo”.

Otras “vallas”

Por su parte, el abajo firmante, en su condición de director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE, invitó a que el Norte, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, por ejemplo, con las vallas cortantes de Melilla, cree otras “vallas”: las de la solidaridad, la acogida y la fraternidad.

Y, desde el cultivo de la fe y la caridad, llamó a denunciar cualquier práctica intolerable que atente contra la integridad y la dignidad de la persona, y tantos comportamientos incompatibles con la Carta de Derechos Humanos de la Unión Europea, con sus Constituciones y, desde luego, con las raíces humanistas (y cristianas) de Europa. Algo que se traduce en controles policiales por perfil racial, la criminalización de la asistencia humanitaria o el mantenimiento de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). La fe cristiana tiene mucho que decir para evitar caer en “la globalización de la indiferencia” que denunciara el Papa en Lampedusa, concluyó.

En el nº 2.875 de Vida Nueva

Compartir