Fe y Alegría impulsa la mejor escuela para cambiar el mundo

Fe y Alegría impulsa proyectos de desarrollo a través de la escuela en Colombia y Venezuela

El movimiento ignaciano alienta el desarrollo desde las aulas en Venezuela y Colombia

Fe y Alegría impulsa proyectos de desarrollo a través de la escuela en Colombia y Venezuela

Fe y Alegría impulsa la mejor escuela para cambiar el mundo [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Fotos: ENTRECULTURAS | Pese a que el de la educación es glosado como un derecho humano básico, el acceso a él es un lujo para una parte significativa de la población mundial. Así lo denuncia Entreculturas, en cuyo informe Derecho a Aprender: educación de calidad, educación transformadora (presentado recientemente en Madrid), se ofrece un dato para la reflexión: “De los 650 millones de niños en el mundo en edad de cursar educación primaria, 250 no están aprendiendo a leer o a escribir; porque no tienen acceso a la escuela, porque la abandonan o porque la calidad educativa es muy deficiente”.

Sin embargo, como es seña de identidad en la institución jesuita, la intención última al exponer esta realidad es que sea un revulsivo social que llame a dar una respuesta aún más activa. Y, para ello, nada mejor que exponer ejemplos concretos de modelos alternativos en los que, desde la apuesta por una educación de calidad y arraigada en su ámbito propio, se consigue el desarrollo integral de comunidades en situaciones de gran dificultad.

Así, en el citado informe, se dan a conocer dos proyectos que están dando enormes resultados en Colombia y en Venezuela, ambos impulsados por Fe y Alegría, un movimiento ignaciano de educación popular que nació en América Latina y que ya está presente en decenas de países de África. Fe y Alegría impulsa proyectos de desarrollo a través de la escuela en Colombia y Venezuela

Jesús Morales, docente en el Centro Padre Joaquín, en Maracaibo, es un profesor venezolano cuya propia experiencia representa perfectamente lo que ocurre en su país: “En Venezuela, la educación no es un derecho, sino una necesidad vital no siempre fácil de cubrir. Los propios profesores hemos de tener varios trabajos para poder asegurar nuestra subsistencia, pues cobramos el equivalente a 200 euros. Yo también doy clases en la red pública, y antes estuve en una universidad privada. Pero es en Fe y Alegría donde veo cómo creemos que la realidad en la que vivimos se puede cambiar, que nada es inmutable. En contraste con lo que ocurre en la red pública, no caemos en el conformismo ni en la comodidad. Desde la apuesta por la educación de calidad y en valores, vemos cómo influimos de un modo real en nuestro ámbito particular. Eso cala en la gente, en un movimiento que sale desde la escuela hacia las calles, lo que genera una revolución. Esa esperanza, hoy en Venezuela, es muy importante… En el fondo, empezando por cada aula, queremos transformar el país”.

Estrategia muy definida

Pero, ¿cómo canalizan esa pasión? Según explica Jesús, con una acción estratégica muy definida: “Hay 170 escuelas ligadas a Fe y Alegría en Venezuela, y en todas la gente hace colas para apuntar a sus hijos. Incluso muchos profesores de la pública vienen hasta nosotros. ¿Por qué? La razón es que estamos aplicando un Plan Nacional de Formación, de carácter permanente e integral, en el que participa todo el personal ligado a nuestros centros. Con los profesores desarrollamos, además, acciones propias y alternativas, como otro plan de formación para docentes que están en ejercicio y no cuentan con titulación, ayudándoles para que puedan continuar con su labor de un modo estable. Pero esto es otra cosa. Aquí están todos: los profesores, los directivos, los encargados de la burocracia o los encargados de la limpieza. El plan comprende cuatro años, dedicado cada uno a un valor: potenciación ciudadana, fraternidad, identidad y sueños por cumplir. El objetivo es que, al pasar por todas esas fases, en cada uno se produzcan cambios prácticos en su vida. Obviamente, desde esta suma de sueños, la idea es que se fortalezca la idea de comunidad, yendo todos a una desde el discernimiento, analizando cada uno sus debilidades y potencias, su relación con Dios y la naturaleza, o su apuesta por la paz y la armonía”.

En Colombia, aun teniendo en cuenta la particularidad de cada contexto, Fe y Alegría ofrece una respuesta similar en sus 62 centros de educación formal (en los que estudian 73.000 jóvenes), 52 colegios de formación inicial (donde se forman 10.000 niños) y 15 escuelas comunitarias. Ejemplo de estas últimas, destaca el Centro Fray Amigo, en el barrio de Agua Blanca, uno de los más conflictivos y deprimidos de Cali (situada entre las cinco ciudades del mundo con mayor índice de desigualdad poblacional).

Allí ejerce como formador Nicolás Riveros, quien hace un recorrido por la acción de Fe y Alegría y Entreculturas en el barrio a través de la escuela. Un cambio que empezó en 2006, “cuando llegamos y nos encontramos con un ámbito consumido por la presión de las bandas y el comercio de la droga, lo que afectaba fundamentalmente a familias que de por sí venían huyendo de otras zonas del país marcadas por la violencia”.

Entonces, idearon un plan organizado en distintas fases, consistiendo la primera en tratar de conocer la realidad: “Por un lado, impulsamos un ejercicio de evaluación a través de una encuesta en el centro, para profesores y alumnos. Por el otro, recorrimos las calles y nos entrevistamos con muchas familias. Al final, llegamos a varias conclusiones significativas. La principal, que había muchos docentes que apenas conocían nada de la comunidad en la que estaban inmersos y que los alumnos pensaban que la escuela no respondía a sus necesidades más allá de lo puramente académico. Algo que era mucho más claro en el caso de los estudiantes con alguna discapacidad, que no se veían en absoluto apoyados por sus maestros”.Fe y Alegría impulsa proyectos de desarrollo a través de la escuela en Colombia y Venezuela

Todos están capacitados

Una vez conocida la realidad sobre la que partían, los responsables del Centro Fray Amigo establecieron una serie de acciones dispuestas a generar cambios sustanciales en la vida del barrio. Su prioridad fueron los alumnos con discapacidades, para los que se crearon fichas especiales para las dinámicas de clase, se adaptó el currículum y, lo más importante, se trabajó a fondo en la sensibilización sobre su situación con los profesores. Echando la vista atrás, los avances han sido enormes.

Para Nicolás, así lo refleja el caso de Sonia: “Ella pasó de ser una docente que reconocía ver como un problema a los alumnos con discapacidad, pues les suponía una mayor carga de trabajo, a apasionarse con los progresos que se conseguían con ellos y por el amor que le demostraban; hasta el punto de dedicar ahora su tesis al tema. En general, y esto lo reconocen profesores y estudiantes, el clima escolar es mucho más positivo, se apuesta por los espacios compartidos y se genera un impacto real en la vida del barrio”.

Algo que se puede comprobar con los datos en la mano (entre ellos, que cada año son ya entre 35 y 40 los alumnos con alguna discapacidad que acuden al centro, habiendo ya dos que han obtenido el graduado). Y es que, en la actual tercera fase del proyecto, un equipo docente específico está sistematizando todos los procesos observados y los incluyen en un documento que, con el tiempo, pretenden que sea ejemplo para muchos: en la escuela, en el barrio, en Cali… y en cualquier ambiente de conflicto.

Como concluye Nicolás, “la clave es que se asimile que, yendo todos a una, cualquiera puede aprender cosas que ayuden a la transformación integral de la comunidad”. Y de ello pueden dar fe en Venezuela y Colombia. Fe y Alegría impulsa proyectos de desarrollo a través de la escuela en Colombia y Venezuela

El poder de los sueños

La experiencia vital de Jesús Morales y Nicolás Riveros refleja cómo los procesos de transformación social que impulsan desde Fe y Alegría tienen eco también en ellos mismos.

Así, Jesús reconoce que “siempre tuve claro que quería trabajar con Fe y Alegría, cuya apuesta por la educación transformadora me entusiasma. Hace 12 años, conseguí hacer realidad esa aspiración. Me dí la oportunidad de afrontar este reto y, mirando atrás, puedo asegurar que me ha cambiado la vida, siendo incluso mejor padre y esposo”.

Una sensación parecida a la de Nicolás: “Formo parte de esta institución jesuita porque creo en el poder de las palabras, los sueños y las ideas. Cuando me gradué en Ciencias Políticas, empecé a buscar un trabajo donde canalizar mi ilusión por cambiar cosas que funcionan mal, pero veía que eso no importaba allí donde me dirigía. Hasta que conocí Fe y Alegría y me cautivó su auténtica apuesta por la formación integral, el poder ciudadano, la justicia y la humanidad. Hoy soy feliz al poder poner en práctica aquello con lo que sueño”.

En el nº 2.874 de Vida Nueva

Compartir