Nuestro Adviento de cada día

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“El Adviento es tiempo de esperanza, no se puede quedar en una mirada de horizonte lejano, sino viviendo como buen cristiano en el momento presente…”

Esperando a Godot, pero al revés. En la obra de Beckett se juega al absurdo con un desconcertante personaje que no acaba de llegar. En nuestro Adviento cristiano todo es completamente diferente. No esperamos, sino que vivimos. La Persona está al lado de cada uno. La esperanza no es aguardar, sino establecer una consistente unidad en lo que ocurriera entonces, la realización del misterio de la Encarnación y la llegada del Mesías, y lo que es el destino final de todas las cosas: el cumplimiento de cuanto se ha prometido en la Palabra de Dios.

Siempre esperando, pero ni un solo día sin dejar de vivir y de creer en el misterio que se nos ha revelado en Jesucristo. Ni son las horas que han transcurrido, ni las que quedan por llegar. Cada día es un tiempo nuevo, un presente, porque no es que estemos buscando, sino que sabemos muy bien que Cristo ya ha encontrado a cada uno.

Más que preparar la casa, para acoger al que llega, hay que salir de ella para encontrarse con el encargo que Jesús nos ha dejado escrito en el Evangelio y el ejemplo de su vida y de sus actitudes, de servir y de ayudar, particularmente a los más pobres y menesterosos del mundo.

El encuentro con Jesucristo no se sirve a domicilio, se realiza de esa manera señalada en el juicio del último día: en el hambriento, en el desnudo, en el que estaba en la cárcel, en el enfermo, en el desempleado (¡no tenía trabajo y me diste un empleo!), en el desahuciado… ¡Lo que habéis hecho con cada uno de estos, conmigo os habéis encontrado!, dice Jesucristo.

La vida no se detiene: crece, se renueva, pero la gracia permanece desde aquel momento del bautismo en el que naciera una criatura totalmente nueva. Con la rutina del tiempo, la indiferencia o la falta de alimento sin oración ni sacramentos, se puede crear un estado de languidez y como de olvido.

El Adviento viene en ayuda del creyente olvidadizo, del practicante rutinario y del fiel devoto y cumplidor. A cada uno se le ofrece lo que necesita: recordarle su encuentro con Jesucristo, la responsabilidad moral de ser cristiano, la fortaleza para seguir caminando en fidelidad… El Adviento es tiempo de esperanza, no se puede quedar en una mirada de horizonte lejano, sino viviendo como buen cristiano en el momento presente.

Es tiempo de esperanza y, por tanto, de alegría, en la seguridad de que Cristo no solo ha llegado a este mundo, sino que necesita que cada uno lo reciba en su propia vida y deje que, levadura tan santa, vaya transformando actitudes y comportamientos para una más honda y creciente fidelidad al Evangelio. La Palabra de Dios, la caridad fraterna y el Adviento son inseparables. La oración y la práctica de los sacramentos serán tareas inaplazables.

En el nº 2.873 de Vida Nueva

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