La Iglesia, en primera línea contra el sida

religiosa acompañana a una víctima enferma del sida en un hospital católico en África

La Iglesia, en primera línea contra el sida [extracto]

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | El 1 de diciembre se celebra el Día Mundial de Lucha contra el Sida, una pandemia que ha matado a 36 millones de personas. Desde la aparición del virus, en 1981, la Iglesia ha estado en primera línea para atender a los enfermos y frenar la transmisión de la enfermedad.

Cuando en el año 2002, el misionero comboniano Joseph Archetti y la médico danesa Margaret Kuncken decidieron abrir una pequeña oficina en su parroquia de Our Lady of Africa, en Kampala, para atender a las muchas víctimas del sida que carecían de recursos y a las que visitaban en sus casas, no podían imaginar en qué iba a parar aquello. Al cabo de cuatro años atendían ya a 1.600 pacientes, y cuando visité por primera vez el lugar, en 2009, eran más de 3.000.

Aquella modesta iniciativa se había transformado en una ONG local llamada Reach Out (expresión que podría traducirse como “llegar a los de fuera”) gestionada por 220 empleados –muchos, seropositivos– y casi el mismo número de voluntarios repartidos en cinco centros del barrio de Mbuya, en la capital ugandesa.

En sus locales había un taller de costura con su tienda gestionado por mujeres afectadas, y una red de servicios médico-sociales que incluía pruebas gratuitas del VIH, medicación antirretroviral, asistencia psicológica y ayudas alimentarias y escolares a los más vulnerables, sobre todo madres solas con hijos a su cargo. En 2008, el entonces director general de ONUSIDA, el doctor Peter Piot, visitó su sede y describió esta iniciativa como “modélica”.

La clave de este modelo, según me insistió la coordinadora de Reach Out, Stella Alamo, estaba en su carácter holístico, que trabajaba en los cuatro pilares sobre los que se fundamenta la persona: cuerpo, mente, familia y comunidad. “No se trata solo de repartir medicamentos, porque sin una alimentación adecuada, un buen estado de ánimo y el apoyo de los que le rodean, los fármacos por sí solos no pueden hacer mucho efecto en la persona seropositiva”.

Huelga decir que para mantener toda aquella estructura hacía falta mucho dinero. Los fondos –públicos y privados– llegaban sobre todo de los Estados Unidos y asegurar su continuidad era uno de los mayores desafíos a los que la ONG católica se enfrentaba.obispo africano consuela a un niño enfermo de sida en un hospital católico en África

Desde que se descubrió el virus que causa el sida, en 1981, no han faltado quienes han presentado a la Iglesia como una rémora que ha frenado los avances para impedir la transmisión y derrotar la pandemia, como si lo único que hubiera hecho fuera plantar batalla al uso del preservativo y, así, combatir el que supuestamente sería el único medio para frenar la expansión de la enfermedad.

Iniciativas como Reach Out desmontan esta explicación bastante simplista, además de injusta. Desde el principio, la Iglesia ha estado en la línea de frente en favor de los más afectados, y servicios como el descrito abundan en países pobres mucho más de los que uno se imagina, sobre todo en África subsahariana, la zona del mundo más castigada por el flagelo del sida.

En Uganda, la ONG de Mbuya no fue la primera en acudir al rescate de las víctimas del sida. A finales de los años 80, cuando el país estaba arrasado por el la enfermead, con porcentajes de infección cercanos al 30% y aún no existían los antirretrovirales, surgieron iniciativas como Kamwokya Caring Community (en Kampala), fundada por la directora del hospital católico de Nsambya, la hermana franciscana Myriam Duggan, y el Comboni Samaritan, en la ciudad de Gulu en el norte del país, iniciada por la religiosa comboniana y médico Dorina Tadiello.

Ambas son hoy organizaciones sólidas similares a Reach Out con diversidad de servicios que salvan muchas vidas, pero hace algo más de dos décadas apenas podían ofrecer poco más que consuelo espiritual a los infectados y repartir alimentos para alargar la vida lo más posible. “Vivir positivamente” se convirtió en un lema que cambió la vida de muchas personas que vivían sumidas en la desesperación de saberse condenados a una muerte segura al cabo de pocos años.

La “estrategia ABC”

“Cambio de comportamiento sexual” fue otro lema importante. Numerosas organizaciones católicas trabajaron también en campañas de sensibilización aprovechando la política muy abierta del Gobierno de Uganda, que desde el principio optó por no ocultar la pandemia y adoptó una campaña de comunicación muy práctica y comprensible basada en la “estrategia ABC”: A, de “Abstinencia”, para los jóvenes; B, de “Be Faithful” (fidelidad) para las parejas; y C, de “Condón”, para las prostitutas y sus clientes.

Por motivos que tenían más que ver con el pragmatismo que con la moral, las autoridades sanitarias del país no pusieron el preservativo como primera línea de acción, sino el cambio de comportamiento. La política dio sus frutos. Un estudio publicado en 2006 por el ministerio de Sanidad ugandés con apoyo de la Organización Mundial para la Salud (Uganda HIV/AIDS Sero-Behavioural Survey) mostraba que la tasa de infección había descendido al 6,3%.

Lo más relevante del informe era que, en contra de lo que se decía en muchos medios internacionales, el aumento del sida tenía poco que ver con la pobreza, puesto que eran las zonas más ricas del país las que tenían tasas de infección más elevadas, y sí mucho con la falta de convicciones culturales o éticas de la población. De hecho, los musulmanes (bastantes de ellos polígamos, pero fieles a sus esposas) y los miembros de etnias pobres, pero con tradiciones vigentes donde se valoraba más la virginidad antes del matrimonio, eran los que presentaban tasas de infección más bajas en el país.

“Los mecanismos de presión social que favorecen el cambio de comportamiento han tenido mucha más influencia de la que nos imaginamos”, decía el mismo año un estudio publicado sobre los mitos del sida en Uganda por el doctor Tim Allen, del London School of Economics.

centro católico de apoyo a enfermos de sida en Kenia

Centro católico de apoyo a mujeres enfermas de sida en Nairobi (Kenia)

Es inevitable comparar esta historia de éxito de Uganda con otros países, como Sudáfrica y Botswana, con tasas de infección altísimas, donde las políticas sanitarias han puesto el preservativo en primera línea y los resultados han sido mucho menos alentadores.

Enfermos y farmacéuticas

A menudo se olvida que otra línea de acción en la que la Iglesia católica ha estado muy activa durante los últimos años es la del acceso de las personas seropositivas a medicamentos antirretrovirales de calidad a precios asequibles. El Vaticano no ha dejado de abogar con las compañías farmacéuticas para que disminuyan los precios de estos medicamentos, que han dado el paso de gigante de que el sida deje de ser una enfermedad terminal para convertirse en crónica, y por lo tanto, posible de controlar.

En numerosas ocasiones, Juan Pablo II alertó sobre la falta de ética cuando los intereses comerciales priman sobre las necesidades de los enfermos. Durante la conferencia sobre el SIDA, celebrada en Nueva York en 2001, envió un mensaje en el que subrayó que “en muchos países es imposible el cuidado de los pacientes de sida debido a los altos costes de los medicamentos patentados”.

Recordó también que “la Iglesia ha enseñado consistentemente que hay una hipoteca social sobre toda propiedad privada, y que este concepto hay que aplicarlo a la propiedad intelectual (en este caso, las patentes). La sola ley del beneficio económico no puede ser aplicada a lo que es esencial en la lucha contra la enfermedad y la pobreza”.

Benedicto XVI se refirió a este mismo tema en septiembre de 2008: “Las estructuras farmacéuticas deben preocuparse por la solidaridad para permitir el acceso a cuidados y fármacos de primera necesidad para toda la población, y en todos los países, particularmente para las personas más pobres”.

Redes de ayuda

Otros grupos católicos con fuerte presencia internacional se han involucrado en programas muy estratégicos, creando redes que actúan en varios países. Este es el caso de AJAN (acrónimo inglés que significa Red Jesuita Africana contra el Sida), creada en 2002 por los superiores de la Compañía de Jesús de África y Madagascar, que identificaron la pandemia del sida como una prioridad que requería una acción muy organizada.

Al frente de esta iniciativa está hoy el P. Peterné Mombé, quien desde el suburbio de Kangemi, en las afueras de Nairobi, coordina distintas acciones que realiza la Compañía de Jesús en varios países africanos. El P. Mombé lamenta que el sida “ya no se considera como una emergencia y parece estar desapareciendo de la agenda de las prioridades internacionales, cuando sigue siendo una amenaza para millones de personas en países de África subsahariana”, y muestra su “determinación para seguir estando al lado de los afectados y hacer todo lo que podamos para que tengan vida en abundancia y para frenar el avance de la enfermedad”.

La Comunidad de Sant’Egidio tiene también –desde 2002– su propia red, conocida como DREAM, siglas inglesas de Mejora de Recursos Farmacéuticos contra el Sida y la Desnutrición, pero que forman una palabra que significa “sueño”. “El programa es hijo del sueño de hacer frente de manera nueva y más eficaz a la epidemia del sida en África, y el sueño de que haya igualdad entre el Norte y el Sur del mundo”, afirma su página web.

charla en Uganda para informar sobre la transmisión del sida

Charla informativa en Uganda sobre la transmisión del sida

Uno de los proyectos estrella de DREAM es evitar la transmisión de la madre al niño. También incluyen programas de formación con los que se lucha contra los prejuicios y el estigma a menudo sentidos por los enfermos. La Comunidad de Sant’Egidio colabora en este proyecto con las Hijas de la Caridad en seis países africanos: Mozambique, República Democrática del Congo, Kenia, Nigeria, Tanzania y Camerún.

Otras congregaciones religiosas simplemente ponen en marcha un programa de ayuda a personas vulnerables afectadas por el sida en un lugar determinado y lo desarrollan lo mejor que pueden, mejorando sus servicios a lo largo de los años. Así lo han hecho los Misioneros de África (Padres Blancos) en varias de sus parroquias en los países africanos donde trabajan.

El de más envergadura es el Centre Nouvelle Esperance, puesto en marcha en Bujumbura, en colaboración con la Archidiócesis de la capital de Burundi. Desde sus modestos orígenes, en 1992, pasando por los años de la guerra (de 1993 a 2003), que mostraron cómo la violencia y la precariedad de los desplazados aumentaron los contagios, este centro de acogida y cuidados para personas seropositivas cuenta con una valiosa experiencia de dos décadas.

Hoy es llevado adelante por el P. Bennon Baumeister y un equipo de cinco médicos, once enfermeras, dos psicólogos, varios trabajadores sociales y un abogado que asesora a enfermos cuya discriminación ha llegado a extremos de hacerles perder su casa o su tierra. “Se llama Nueva Esperanza porque se trataba de permitir a las víctimas de esta plaga recobrar la confianza y la dignidad”, afirma su director.

El centro, que recibe apoyo financiero de Cáritas Alemania, está en el barrio de Buyenzo, habitado por un 80% musulmanes, pero sus beneficiarios proceden de muchos otros barrios pobres de la ciudad. Hoy tiene también dos antenas en la zona norte y sur de la capital. “Los servicios que ofrecemos son cuidados médicos, acompañamiento psico-social a personas que viven con VIH/SIDA, apoyo a huérfanos y niños vulnerables –cerca de 3.000– y actividades generadoras de ingresos”, explica a Vida Nueva el doctor Emery Barutwanayo, coordinador del proyecto.

A finales de septiembre de 2013, el centro atendía a 2.584 personas seropositivas, de las cuales 1.782 recibían medicación antirretroviral, entre ellos 302 niños.

Más que medicamentos

Visité el Centre Nouvelle Esperance a finales de 2006. Al salir, me fijé en un grupo de mujeres que hacían artesanías, que luego vendían para ganarse la vida. Me acerqué a una de ellas, vestida con unas telas de vivos colores y un elaborado peinado, y le pedí permiso para sacarle una foto.

“¿Para qué quiere mi foto?”, me preguntó. “Porque en mi país nunca he visto una señora tan elegante y tan simpática como usted”, fue la primera respuesta que se me ocurrió. Tanto ella y como sus compañeras se rieron durante un buen rato y me dijeron que adelante con la cámara.

Pensé que si no hubieran conocido el centro, en lugar de estar allí riendo juntas cada una de esas mujeres seguramente languidecerían solas en una casa miserable viendo pasar el tiempo con tristeza. Y mientras ajustaba el objetivo, pensé que era cierto que allí recibían mucho más que medicamentos.

 

Datos sobre el sida en el mundo (fuente: ONUSIDA 2012)

  • En 2012 se calculaba en 35,3 millones el número de personas seropositivas en el mundo, de los cuales 2 millones eran menores de 15 años.
  • En 2012, 1,6 millones de personas murieron de sida en el mundo, un 30% menos que los 2,3 millones que murieron en 2005.
  • Desde 1981, más de 75 millones de personas se han infectado de VIH en todo el mundo, de los cuales 36 millones han muerto.
  • En África subsahariana, 1 de cada 20 personas está infectada de VIH, un tercio menos que en 2006, y solo 1 de cada 4 niños infectados en esa zona recibe medicación.
  • Alrededor de 9,7 millones de personas se beneficiaron de los antirretrovirales en 2012, frente a los 2,9 millones de 2008.
niños huérfanos de padres con sida en África

Los “huérfanos del sida” también son una prioridad para la Iglesia

 

 

Parejas discordantes: un problema pastoral sin resolver

Cuando hace pocos años entrevisté a Stella Alamo, coordinadora del proyecto Reach Out de apoyo a personas infectadas de VIH, en Kampala (Uganda), me llamó la atención que la mitad de las parejas a las que seguían eran “discordantes”, es decir: uno de los cónyuges era seropositivo y el otro no. Por razones que los científicos tal vez sepan explicar, en África hay bastantes más casos de parejas discordantes que en otros continentes, un fenómeno que representa un enorme reto pastoral.

“¿Qué consejos dan a estas personas para evitar que el esposo seropositivo infecte al otro?”, le pregunté. “Les explicamos que, al ser una organización católica, no podemos distribuir preservativos, pero les informamos de los lugares en Kampala donde pueden conseguirlos gratis”, respondió.

A los pocos días visité, en el norte del país, un hospital católico que contaba con un servicio de atención a personas con VIH. Cuando planteé al coordinador la misma pregunta, me dijo que a las parejas discordantes “les aconsejaban la abstinencia”. Como quiera que detrás de él se apilaban varias cajas de preservativos le inquirí sobre su destino. “Los repartimos entre las parejas que nos dicen que la abstinencia les resulta muy difícil”, contestó.

El coordinador del Centre Nouvelle Esperance, de Bujumbura, el doctor Emery Barutwanayo, resume así la política que llevan a cabo con estas parejas : “Les decimos que la sero-discordancia no puede ser un motivo para que se separen, que se protejan durante sus relaciones sexuales y que la persona no infectada se haga la prueba del VIH regularmente”.

Las respuestas doctrinales y pastorales a esta situación varían mucho y muestran una enorme gama de claroscuros, no siempre fáciles de discernir; desde posiciones como las del cardenal ugandés Emmanuel Wamala, que en una ocasión justificó que una mujer no infectada tuviera vida marital “sin preservativo” con su marido seropositivo, hasta la del cardenal Carlo María Martini, que en 2006 declaró que podía aceptarse el uso del condón en estos casos como “el menor de dos males” o la de los también cardenales Godfried Daneels (de Bruselas) y el británico Basil Hume, que en su día mantuvieron posiciones similares. También los obispos de Sudáfrica, en 2001, aceptaron su uso dentro de parejas casadas como una opción responsable.

En abril de 2006 hubo señales bastante contradictorias sobre si Benedicto XVI había encargado o no al dicasterio vaticano que se ocupa de la pastoral de la salud, encabezado entonces por el cardenal Javier Lozano Barragán, un estudio en profundidad para discernir el posible uso del preservativo en circunstancias excepcionales. Al final, la respuesta oficial a esta cuestión no llegó nunca.

Un ejemplo de este limbo doctrinal, no exento de una cierta tensión, quedó patente en junio de 2006, al final de la asamblea general de AMECEA, un consorcio que engloba a ocho conferencias episcopales de África del Este (Etiopía, Eritrea, Sudán, Kenia, Uganda, Tanzania, Malawi y Zambia), dedicado aquel año a respuestas pastorales al sida.

En su comunicado final, los obispos dedicaban un párrafo a las parejas discordantes invitándolas la realizar un serio discernimiento y a tomar “una decisión responsable en conciencia”.

Poco antes de la misa de clausura, el entonces nuncio en Kampala, Pierre Christophe, pidió al comité que había redactado el documento que eliminara aquella frase, y así se presentó –a las pocas horas– a los periodistas que acudieron a la conferencia de prensa final.

En el cuestionario enviado recientemente a las diócesis de todo el mundo para el Sínodo de los Obispos de 2014 sobre la familia, este tema no figura entre las preguntas. ¿Se volverá a pasar por encima de este tema y a dejar a millones de personas que viven una situación muy crítica sin respuesta?

En el nº 2.873 de Vida Nueva.

 

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