La Iglesia, en primera línea contra el sida

Lleva tres décadas atendiendo a los enfermos y colaborando en el freno de la transmisión

religiosa acompañana a una víctima enferma del sida en un hospital católico en África

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Cuando en el año 2002, el misionero comboniano Joseph Archetti y la médico danesa Margaret Kuncken decidieron abrir una pequeña oficina en su parroquia de Our Lady of Africa, en Kampala, para atender a las muchas víctimas del sida que carecían de recursos y a las que visitaban en sus casas, no podían imaginar en qué iba a parar aquello. Al cabo de cuatro años atendían ya a 1.600 pacientes, y cuando visité por primera vez el lugar, en 2009, eran más de 3.000.

Aquella modesta iniciativa se había transformado en una ONG local llamada Reach Out (expresión que podría traducirse como “llegar a los de fuera”) gestionada por 220 empleados –muchos, seropositivos– y casi el mismo número de voluntarios repartidos en cinco centros del barrio de Mbuya, en la capital ugandesa.

En sus locales había un taller de costura con su tienda gestionado por mujeres afectadas, y una red de servicios médico-sociales que incluía pruebas gratuitas del VIH, medicación antirretroviral, asistencia psicológica y ayudas alimentarias y escolares a los más vulnerables, sobre todo madres solas con hijos a su cargo. En 2008, el entonces director general de ONUSIDA, el doctor Peter Piot, visitó su sede y describió esta iniciativa como “modélica”.

La clave de este modelo, según me insistió la coordinadora de Reach Out, Stella Alamo, estaba en su carácter holístico, que trabajaba en los cuatro pilares sobre los que se fundamenta la persona: cuerpo, mente, familia y comunidad. “No se trata solo de repartir medicamentos, porque sin una alimentación adecuada, un buen estado de ánimo y el apoyo de los que le rodean, los fármacos por sí solos no pueden hacer mucho efecto en la persona seropositiva”.

La “estrategia ABC”

Desde que se descubrió el virus que causa el sida, en 1981, no han faltado quienes han presentado a la Iglesia como una rémora que ha frenado los avances para impedir la transmisión y derrotar la pandemia, como si lo único que hubiera hecho fuera plantar batalla al uso del preservativo y, así, combatir el que supuestamente sería el único medio para frenar la expansión de la enfermedad.

Iniciativas como Reach Out desmontan esta explicación bastante simplista, además de injusta. Desde el principio, la Iglesia ha estado en la línea de frente en favor de los más afectados, y servicios como el descrito abundan en países pobres mucho más de los que uno se imagina, sobre todo en África subsahariana, la zona del mundo más castigada por el flagelo del sida.

“Cambio de comportamiento sexual” fue otro lema importante. Numerosas organizaciones católicas trabajaron también en campañas de sensibilización aprovechando la política muy abierta del Gobierno de Uganda, que desde el principio optó por no ocultar la pandemia y adoptó una campaña de comunicación muy práctica y comprensible basada en la “estrategia ABC”: A, de “Abstinencia”, para los jóvenes; B, de “Be Faithful” (fidelidad) para las parejas; y C, de “Condón”, para las prostitutas y sus clientes.

Por motivos que tenían más que ver con el pragmatismo que con la moral, las autoridades sanitarias del país no pusieron el preservativo como primera línea de acción, sino el cambio de comportamiento. La política dio sus frutos. Un estudio publicado en 2006 por el ministerio de Sanidad ugandés con apoyo de la Organización Mundial para la Salud (Uganda HIV/AIDS Sero-Behavioural Survey) mostraba que la tasa de infección había descendido al 6,3%.

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En el nº 2.873 de Vida Nueva.

 

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