Tribuna

Ante todo, fraternidad

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“Lamento que el diálogo entre intelectuales del centro y de la periferia de España se haya prácticamente truncado…”.

No es legítimo desde la opción cristiana idolatrar ninguna realidad mundana. La nación, sea la que sea, no puede ser objeto de idolatría. Da igual cuál sea: Cataluña, España o Francia.

Tampoco tiene sentido sacralizar un texto como la Constitución o el Estatut y convertirlo en una especie de libro sagrado, en algo intocable. La Constitución, más allá del valioso servicio que ha prestado al país, es un instrumento y no un fin; un medio para facilitar la convivencia y la armonía entre los ciudadanos, un documento humano y, en cuanto tal, falible y discutible.

Para quienes participamos de la misma fe cristiana, independientemente de nuestras opciones políticas, sociales y nacionales, más allá del modo de comprender cuál debe ser el destino final de Cataluña y su posible encaje en el conjunto de España, resulta fundamental que no olvidemos que lo que nos une es mucho más profundo y sólido que las opciones políticas, sociales y nacionales que nos alejan o separan. Participamos de una misma fe, somos miembros del mismo Pueblo de Dios, para decirlo con la bella expresión de Lumen Gentium. ilustración de Jaime Diz para el artículo de Torralba 2873

Tenemos que dar ejemplo de diálogo y de comprensión mutua, debemos tender puentes de fraternidad, trabajar para neutralizar el resentimiento, el odio y las fobias que, fácilmente, despiertan un debate de esta magnitud y calmar estas emociones tóxicas, sin olvidar que todas las personas y los pueblos son igualmente dignos, más allá de las ideas o sentimientos que expresen. En la Doctrina Social de la Iglesia, la diferencia entre el respeto a la persona y a sus ideas queda muy clara. El respeto a la persona es indiscutible; las ideas son objeto de debate.

Observo, con preocupación, que este embrollo está adquiriendo unas dimensiones de toxicidad muy graves. En algunos medios de comunicación de masas, tanto audiovisuales como escritos, observo espectáculos delirantes, donde lo emocional lo acapara todo y lo racional queda en un segundo término.

Como dice la filósofa y santa de la Iglesia, Edith Stein (1891-1942), para los cristianos no hay extranjeros, cada persona es sagrada y tiene que ser tratada como un fin en sí misma. La organización de un Estado es relativa, está al servicio del bienestar de los pueblos y de las personas y no debe ser objeto de enfrentamiento entre personas que comparten una misma fe.

Lamento que el diálogo entre intelectuales del centro y de la periferia de España se haya prácticamente truncado. Con intensidades distintas, este diálogo ha tenido momentos estelares y, a lo largo de más de un siglo, ha permitido deshacer tópicos e incomprensiones mutuas. Basta leer el epistolario entre don Miguel de Unamuno y el poeta Joan Maragall, íntimos amigos, o el intercambio entre Salvador Espriu y Pedro Laín Entralgo o la discusión entre el filósofo Julián Marías y el ensayista catalán Maurici Serrahima.

Necesitamos intelectuales de talla que abran caminos de diálogo, de entendimiento y de fraternidad, porque independientemente de cuál sea el encaje de Cataluña en el conjunto de la Península Ibérica, las relaciones de fraternidad y de respeto constituyen exigencias que no pueden olvidarse jamás.

Nadie puede anticipar con certeza lo que va a ocurrir. Podemos seguir siendo miembros de un mismo Estado autonómico, federal o confederal; podemos, quizás, llegar a ser vecinos extranjeros, pero, independientemente de ello, estamos llamados a respetarnos como seres humanos y a vivir sin resentimientos.

Creo que quienes participamos de una misma fe debemos dar ejemplo de escucha activa, de moderación y de racionalidad. No se pueden despreciar ni ningunear los sentimientos de un pueblo; tampoco su legítima voluntad de expresarse. No podemos sucumbir al clima de bronca y de insulto que preside la vida mediática, menos aún a la fácil inercia del todo vale. Más allá del encaje final, los vínculos de fraternidad entre todas las personas son una exigencia que emana de la ética cristiana, así como el respeto a cada singularidad.

En el nº 2.873 de Vida Nueva.