Católicos en América. El legado de Kennedy, medio siglo después

católicos estadounidenses en una iglesia

El coletivo mantiene una responsabilidad preeminente para con los desfavorecidos

católicos estadounidenses en una iglesia

LUIS RIVAS, periodista y excorresponsal en Washington del diario La Gaceta y la revista Época | Estados Unidos honra la memoria de John F. Kennedy en el 50º aniversario de su asesinato. Medio siglo después de que uno de los suyos alcanzara la Casa Blanca y culminara un proceso de integración de 200 años, los católicos son hoy la congregación más numerosa de Norteamérica.

La desintegración de las corrientes más reconocibles del protestantismo y la pujanza de las familias latinas han conferido a la Iglesia una responsabilidad preeminente para con los desfavorecidos.

A las labores tradicionales de lucha contra la pobreza, la comunidad católica añade la atención sanitaria y la formación escolar en valores para alumbrar las esquinas olvidadas de una sociedad de éxito, pero con tendencia a la exclusión, manteniendo vivo el mejor legado de JFK: la inspiración para superar las fronteras internas de una nación demasiado individualista. No le dieron tiempo para más.

Un icono de los derechos civiles

En la mañana del 22 de noviembre de 1963, un número indeterminado de personas sabía que la gran ladrona se iba a largar con la vida de John Fitzgerald Kennedy. Era el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, el segundo más joven de su historia (juró su cargo con 43 años y 236 días, menos de un año más que Theodore Roosevelt) y el primero y único de religión católica.

Era un símbolo incluso antes de morir con la precocidad con que mueren los símbolos: icono de los derechos civiles y de la libertad religiosa, de la lucha contra el comunismo y el poder desbocado de los servicios de inteligencia, del carisma de quien vive y se alimenta del marketing político.

Hubo acaso magnicidios más importantes en el siglo XX, como los del zar Nicolás II o el archiduque Francisco Fernando de Austria, pero ninguno se ha convertido en espectáculo mayor ni ha espoleado la imaginación y las suspicacias como el tiroteo a JFK, el cual, citando a Walt Whitman con respecto a Lincoln, “hirió a la humanidad entera”, y sobre el que las teorías de la conspiración no conocen límite.

(…)

Activismo social

La estadística pone de manifiesto un declinar lento de la Iglesia estadounidense, menos acusado que el de otras congregaciones, sí, pero contrario a la afirmación del presbítero anglicano, converso, cardenal y beato John Henry Newman de que “la única evidencia de estar vivo es seguir creciendo”.

Y la única forma de crecer que tiene el catolicismo, que en el siglo XX aumentó sus adhesiones en todo el mundo en un 314%, pasa inexorablemente por perseverar en su activismo social, heredero directo de la Rerum novarum, y que en Norteamérica se ha caracterizado por su oposición a todas las guerras, por su movimiento obrero y de integración, por su lucha contra la pobreza y la pena capital, y por su labor comunitaria y de parroquia, así como por la justicia social propugnada por el “nuevo activismo católico”, surgido del verbo del sacerdote y poeta Daniel Berrigan.

En este aspecto, y en una dimensión clásica de las batallas que ha dado y sigue dando la Iglesia contra la pobreza, la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos mantiene como estandarte la Catholic Campaign for Human Development, una misión fundada por los obispos norteamericanos en 1969 “con el objetivo prioritario de sacar a Jesucristo de las iglesias ‘para dar buenas nuevas a los pobres y libertad a los cautivos; una nueva mirada a los ciegos y sanar a los quebrantados de corazón’, como establece Lucas 4, 18”, y a la que la Iglesia destina el 75% de las donaciones realizadas por sus fieles a través de las diversas diócesis del país, pudiendo incrementar, hasta la fecha, en diez millones de dólares anuales la dotación para este programa.

Durante las últimas cuatro décadas, el programa ha repartido aproximadamente 400 millones de dólares en ayudas a más de 9.000 comunidades subdesarrolladas en los Estados Unidos –donde la cobertura pública para los menos favorecidos del sistema es prácticamente nula–, convirtiéndose en el fondo privado de ayuda a los pobres más importante del país.

Sin embargo, el carácter norteamericano de orgullo y proactividad enfoca estas donaciones a “dotar de los instrumentos necesarios para que el individuo pueda romper el ciclo de la pobreza en torno de sí mismo y de su familia, así como a la hora de elegir a los representantes de su comunidad y tomar las decisiones oportunas para la misma. En definitiva, ayudar a las personas a que sean capaces de ayudarse a sí mismas por sí mismas”.

Pliego íntegro solo para suscriptores. En el nº 2.872 de Vida Nueva. Del 23 al 29 de noviembre de 2013

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