Tribuna

¡No te olvides de África!

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José Carlos Rodríguez Soto, periodista especializado en asuntos africanosJOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Consultor y periodista especializado en temas africanos

“No necesito decirte que no te olvides de África, porque tu primera visita fuera de Roma fue para los inmigrantes africanos en la isla de Lampedusa, pero sí me atrevo a pedirte que repases tu agenda e incluyas, cuando puedas, un descenso al cielo-infierno de África, donde la gente baila y sufre con la misma intensidad…”.

Querido papa Francisco:

Escribo estas líneas en vísperas de volver a la República Centroafricana, el país donde trabajo desde mayo del año pasado. Tu elección en el cónclave del pasado mes de marzo me sorprendió en una barriada de su capital, Bangui. La señora de la casa, Rosalie, se alegró mucho porque, según decía, desde la renuncia de Benedicto XVI estaba preocupada pensando que, si no había Papa, los curas de la parroquia no sabrían cuáles serían las lecturas de los domingos. Su marido, René –antiguo seminarista–, intentaba explicarle que “eso ya lo tiene previsto el Código de Derecho Canónico”.

El buen hombre está casado con dos mujeres –nadie es perfecto–, a las que mantenía bien hasta que, hace pocos años, perdió todos los dedos de su mano derecha en un accidente laboral. Desde entonces, sueña el dinero de una indemnización que nunca conseguirá. El único dinero que entra en casa para comer es el que Rosalie saca cada día vendiendo cosillas en el mercado.

Los rebeldes de la Seleka arrasaron su barrio a finales de marzo y les saquearon la casa durante la noche. Cuando regresé al país, en abril, y me vi obligado a pasar dos semanas durmiendo en el suelo de la oficina de la ONU debido a la inseguridad, Rosalie pasaba cada tres días para traerme unos platos que a mí me parecían exquisitos, porque –según decía ella– yo no podía estar todo el día comiendo solamente galletas.

Su casa siempre está llena de niños de familias que están peor que ellos y de varios parientes que han huido de la violencia que asola a los pueblos del interior. No creo que Rosalie entienda mucho de liturgia, pero de lo que sí estoy seguro es de que ella y su marido pertenecen a esa legión de cristianos de a pie que conocen la Providencia de Dios de primera mano. Tú, que según has dicho, siempre fuiste un “cura callejero” que visitaba a pie las villas miseria de Buenos Aires, estoy seguro de que estarías encantado de conocerlos.

Sigo admirando la dedicación
de la Iglesia en África,
y cuando voy a misa suelo escuchar
homilías que tienen que ver con
los problemas reales de la gente.

Desde los 24 años, mi vida ha estado ligada a África. Primero a Uganda, en donde trabajé 20 años; durante los últimos años, a la República Democrática del Congo; actualmente, a Centroáfrica. He pasado la mitad de mi vida como sacerdote misionero y, después, la vida me llevó por otros derroteros y ahora estoy casado, con una africana, como no podía ser de otro modo en una persona como yo. Pero el motivo de escribirte hoy no tiene nada que ver con eso.

Aunque mi trabajo oficial desde hace más de un año ha estado ligado a instituciones como Naciones Unidas, el Banco Mundial y un par de organizaciones no gubernamentales, te confieso que siempre que puedo “me escapo” a alguna parroquia o comunidad religiosa africana y, si puedo, intento echar una mano. Sigo admirando la dedicación de la Iglesia en África, y cuando voy a misa –a las seis de la mañana, porque si no me quedo sin sitio para sentarme– suelo escuchar homilías que tienen que ver con los problemas reales de la gente. Me encanta estar en medio de una asamblea que canta al son de las palmas y que baila, expresando con atavíos de colores chillones sus ganas de vivir, a pesar de tanta desgracia.

En Bangui he conocido a su joven arzobispo, Dieudonné Nzapalainga, que ha formado un grupo interconfesional por la paz junto con los protestantes y los musulmanes. Estoy convencido de que si todavía no ha habido una guerra religiosa en este país, en buena parte se ha debido a sus esfuerzos de mediación. El pasado 5 de agosto se jugó el tipo presentándose en la cárcel donde acababan de detener a un reverendo protestante que había denunciado los abusos que sufre la población. “De aquí no me voy hasta que no le pongáis en libertad”, dijo, y allí se quedó la mayor parte de la noche hasta que le soltaron.

En Centroáfrica también hay misioneros que se la juegan a diario, como el español Juan José Aguirre, como el carmelita italiano Aurelio Gazzera, al que hace pocos días los milicianos abofetearon y amenazaron de muerte cuando se presentó en un cuartel para pedir la liberación de un chico al que estaban torturando. También te sentirías orgulloso de la hermana Marcela Ponce, porteña como tú, médico de profesión, que se pasa muchas horas todos los días ayudando en Bangassou a mujeres que han sido violadas.

No todo el monte es orégano. En África hay también
demasiados obispos-príncipes que huelen
mucho a oropel y poco a oveja.
Si así se comporta el jefe, no es de extrañar que
bastantes curas no quieran mancharse los zapatos de barro.

En Goma también tengo mis héroes particulares: el hermano salesiano Honorato Alonso, que lleva allí 33 años, los hermanos de la Caridad, que se desviven por discapacitados y enfermos mentales. Y en Uganda viví cinco años con un arzobispo que pasó varias noches durmiendo en la calle con los niños que huían de la guerrilla del LRA.

No soy ingenuo y sé que en África no todo el monte es orégano. Sin entrar a juzgar a nadie, cuando se celebraba el cónclave y muchos decían que el próximo papa debería ser africano, repasé mentalmente los nombres de los pocos cardenales africanos presentes en él y me dije a mí mismo que ojalá no saliera ninguno de ellos. En África hay también obispos y cardenales que se han codeado demasiado con dictadores sanguinarios (hasta Mugabe tiene un capellán presidencial), abundan esos que tú has llamado “obispos de aeropuerto” y duele ver a bastantes de ellos con el último modelo de coche.

Demasiados obispos-príncipes que huelen mucho a oropel y poco a oveja. Y si así se comporta el jefe, no es de extrañar que bastantes curas –deslumbrados por estatus– no quieran mancharse los zapatos de barro para recorrer unos pocos kilómetros a pie y visitar a un grupo de refugiados.

No necesito decirte que no te olvides de África, porque tu primera visita fuera de Roma fue para los inmigrantes africanos en la isla de Lampedusa, pero sí me atrevo a pedirte que repases tu agenda e incluyas, cuando puedas, un descenso al cielo-infierno de África, donde la gente baila y sufre con la misma intensidad.

Ojalá que sea a un lugar conflictivo, que el viaje tenga un presupuesto modesto, que incluya una buena sesión de escuchar, como ya nos tienes acostumbrados, y que, cuando hables, tu voz suene fuerte como un tambor de danza de la lluvia.

En el nº 2.870 de Vida Nueva.