“Fui forastero y me hospedasteis”

familia de inmigrantes bolivianos en España en un piso de acogida del Centro Pueblos Unidos

familia de inmigrantes bolivianos en España en un piso de acogida del Centro Pueblos Unidos

FRAN OTERO. Fotos: LUIS MEDINA | La vivienda, gran motor de la economía española tan solo hace unos años, hoy es un gran problema. Se puede comprobar en el número de familias desahuciadas o en las personas que viven a la intemperie, sin hogar; en su mayoría, migrantes, aunque también hay refugiados de la crisis económica. Y hoy, como ayer, la Iglesia se mantiene en la vanguardia de la atención y de la promoción de personas y colectivos que viven por esta causa una dura situación, en línea con las afirmaciones y peticiones del papa Francisco en sus visitas a Lampedusa y al centro Astalli de Roma y con la afirmación evangélica de “fui forastero y me hospedasteis”.

Hay proyectos que llevan años en marcha, de Cáritas o del Servicio Jesuita a Migrantes, y otros que lo harán en breve. Uno de los últimos y que mayor repercusión ha tenido es el promovido por el Obispado de Lleida, con su obipo Joan Piris a la cabeza, que está rehabilitando el antiguo seminario para convertirlo en viviendas sociales.

En Madrid, el Centro Pueblos Unidos, dependiente de la Fundación San Juan del Castillo, lleva mucho tiempo proporcionando vivienda digna a familias migrantes sin recursos, que se han incrementado en los últimos años como consecuencia de la situación social y económica. En estos momentos, explica el responsable de este área, el padre Javier Lizán, gestionan un total de 22 pisos en los que viven numerosas familias, que suman cerca de un centenar de personas de varias nacionalidades (Bolivia, Camerún, Ecuador, Marruecos…).

Religiosos y laicos

Son viviendas que pertenecen a congregaciones religiosas y a particulares que se ofrecen a un precio muy por debajo del mercado, de modo que estas familias pueden asumir el coste. En ocasiones, es tal la necesidad que no pueden ni afrontar ese alquiler, por lo que Pueblos Unidos se hace cargo.

Las familias con hijos son el colectivo que más se beneficia de este programa concreto, cuyo fin último es que, con el tiempo, puedan salir adelante y ser autosuficientes para que la vivienda pueda pasar a otra familia con necesidad. Pero la atención no queda ahí, se completa con el acompañamiento de un voluntario durante todo el proceso, en el que se ofrece, si es necesario, asistencia psicológica, jurídica, asistencial o laboral.

Roxana Olivera y Julio Aguilar, junto con su hija, son una de esas familias hospedadas. Solo tienen palabras de agradecimiento a Pueblos Unidos, al padre Lizán y a la “señora Rosaura”, como llaman a la voluntaria que les acompaña. Su historia es tremenda, pero no tan fuerte como su responsabilidad y su voluntad de salir adelante honradamente.

Llegaron desde Bolivia en 2004 buscando “nuevas experiencias y un mayor crecimiento personal”, pero “no todo era bonito”. A una primera frustración, a no encontrar el trabajo deseado, se le sumó, cuando su hija tan solo tenía tres meses, en el verano de 2008, la reclusión de Julio en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid). Una auténtica pesadilla para Julio –no quiere ni recordar aquella situación, de la que salió muy afectado psicológicamente– y también para Roxana, que durante cuarenta días tuvo que trabajar, cuidar a su hija e ir al juzgado a intentar solucionar la situación de su esposo.

“No sé de dónde saqué las fuerzas. Entre cuidar a la pequeña, trabajar e ir al juzgado, se me pasaban los días. Julio llegó a estar en el avión, a punto de ser deportado. Fui a hablar con el juez con la niña en brazos y le conté la situación. Por suerte, llamó al aeropuerto y lo liberaron poco después”, explica a Vida Nueva.

Su vivienda, en un popular barrio madrileño, muestra la calidez que demuestran en el trato. “Son muy acogedores”, me adelanta Rosaura, que nos acompaña en la entrevista. La pequeña, que también se llama Roxana, rompe con su voz el silencio y habla con confianza de su maestra y de su dibujos animados favoritos. Contrasta con el carácter reservado y observador de su padre. ¿Cómo vive ella esta situación? “Tratamos de explicarle lo que sucede, porque ella ve que hay gente que tiene más que nosotros. Le decimos que lo poco que tenemos debemos gastarlo en las cosas más básicas”, responde Roxana.

Frustación

Son conscientes también de que, sin la ayuda de Pueblos Unidos, su situación sería muy complicada, pues sus ingresos no son lo suficientemente altos como para hacer frente a un alquiler con precio de mercado. Julio trabaja esporádicamente en la hostelería, haciendo suplencias, mientras que Roxana –tiene estudios universitarios– lleva diez años en el servicio doméstico.

Su mayor deseo es que termine la crisis y se aparezcan más oportunidades: “Me siento frustrada. Llevo 10 años en España, a donde he venido para superarme, salir adelante y formarme como persona, y no lo he logrado. Sigo en el mismo sitio. Por eso, solo quiero que termine la crisis y colocarme mejor. Mi intención nunca ha sido trabajar como empleada del hogar”.

Y, en medio de todas las dificultades, hay que añadir la negativa de España al proceso de reagrupación familiar, pues Roxana dejó un hijo en Bolivia cuando emigró. Un proceso que había sido aprobado anteriormente pero que, por problemas en su país natal, caducó y tuvo que repetir. Ahora le deniegan la reagrupación por cuestiones económicas, pues no llega al mínimo exigido por nuestro país: “No entiendo por qué nos exigen tantos ingresos, si el sueldo básico es de 600 euros y hay tanta gente sin trabajo. Me exigen que gane el triple. Es imposible, ni trabajando 24 horas. Según me dicen, lo hacen porque se supone que es una carga para España… Y yo he trabajado y cotizado desde que llegué aquí. Me siento ofendida cuando me dicen que es una carga para España. Yo también aporto a este país, también lo construyo”.

Así es la historia de Julio, Roxana y su pequeña, que luchan por una vida mejor, aunque le den la espalda; una familia que ha ayudado a construir España, aunque ahora no se les tenga en cuenta; una familia valiente, responsable, honrada y con ganas de prosperar.

“Esta pareja tiene recursos suficientes para salir adelante. Tiene coraje, no se queda apocada… Es buena gente”, concluye Rosaura García.

En el nº 2.870 de Vida Nueva.

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir