De conventos vacíos a centros de acogida para refugiados

La Vida Religiosa reflexiona sobre cómo llevar a la práctica la petición del papa Francisco

religiosas españolas en convento español a punto de cerrar abriendo sus puertas a la acogida

DARÍO MENOR | “Queridos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no le hacen falta a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con generosidad y valentía la acogida en los conventos vacíos. Es cierto que no es algo sencillo, hace falta criterio y responsabilidad, pero también valentía”.

Estas palabras que el papa Francisco dijo el pasado 10 de septiembre en el Centro Astalli de Roma, promovido por el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) para acoger a los solicitantes de asilo y desplazados, interpelan a toda la Vida Consagrada, invitándola a llevar a cabo un profundo cambio en la mentalidad y en las estructuras.

Carmen Sammut, religiosa de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África y presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), cuenta la doble sensación que le dejó el llamamiento del Papa, de alegría y responsabilidad a la vez. “Muchas congregaciones que tienen casas vacías y las venden, no lo hacen por gusto, sino porque sus miembros están viviendo ahora en lugares más pequeños. Así se paga el cuidado de nuestras hermanas ancianas y la formación de las nuevas hermanas”.

María Soledad Galerón, superiora general de las Hermanas de María Inmaculada (claretianas misioneras), incide por su parte en que los espacios que algunas órdenes religiosas utilizan como hoteles sirven para sostener la presencia religiosa en lugares de misión: “La mayoría de las congregaciones tiene un alto número de comunidades y obras en países que no se sostienen sin una constante ayuda de las administraciones provinciales o generales”.

El jesuita Giovanni La Manna, director del Centro Astalli de Roma que visitó el Pontífice, reconoce que llevará tiempo que las palabras del Papa se traduzcan en actuaciones concretas, pero cuenta que ya se ven señales. “Se están moviendo algunas cosas. Hay una comunidad de religiosas que nos ha ofrecido unas casas para acoger a los refugiados. Hay también algún otro caso dedicado en especial a los desplazados de la guerra de Siria. Es un trabajo a largo plazo, pero que va hacia adelante”, afirma La Manna.

Las palabras del Papa en el Centro Astalli son, para Galerón, un “cuestionamiento que va mucho más allá de las instituciones”. Para ella, que lleva las riendas de una congregación “sin conventos vacíos”, significan “una invitación, casi angustiante, a la apertura y la acogida del otro, del necesitado, del carente… Acogida que nos exige salir de nosotros mismos, abrir nuestros espacios, pero sobre todo nuestro corazón, nuestro tiempo, nuestro ‘todo’, ya que la acogida al otro desorganiza nuestra vida, rompe nuestra rutina, nuestro horario, nuestro ritmo de vida. Necesitamos convertirnos a esta acogida, a una fraternidad universal que no ve extranjeros sino hermanos”.

familia de inmigrantes bolivianos en España en un piso de acogida del Centro Pueblos Unidos

“Fui forastero y me hospedasteis”

FRAN OTERO | En España, hay proyectos que llevan años en marcha, de Cáritas o del Servicio Jesuita a Migrantes, y otros que lo harán en breve. Uno de los últimos y que mayor repercusión ha tenido es el promovido por el Obispado de Lleida, con su obipo Joan Piris a la cabeza, que está rehabilitando el antiguo seminario para convertirlo en viviendas sociales.

En Madrid, el Centro Pueblos Unidos, dependiente de la Fundación San Juan del Castillo, lleva mucho tiempo proporcionando vivienda digna a familias migrantes sin recursos, que se han incrementado en los últimos años como consecuencia de la situación social y económica.

Son viviendas que pertenecen a congregaciones religiosas y a particulares que se ofrecen a un precio muy por debajo del mercado, de modo que estas familias pueden asumir el coste. En ocasiones, es tal la necesidad que no pueden ni afrontar ese alquiler, por lo que Pueblos Unidos se hace cargo.

Roxana Olivera y Julio Aguilar, junto con su hija, son una de esas familias hospedadas. Solo tienen palabras de agradecimiento a Pueblos Unidos, al padre Javier Lizán y a la “señora Rosaura”, como llaman a la voluntaria que les acompaña. Su historia es tremenda, pero no tan fuerte como su responsabilidad y su voluntad de salir adelante honradamente.

De conventos vacíos a centros de acogida para refugiados [íntegro solo para suscriptores]

“Fui forastero y me hospedasteis” [íntegro solo para suscriptores]

En el nº 2.870 de Vida Nueva.

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