Mujeres Latinas Sin Fronteras, unidas más allá del coraje

La asociación, vinculada a los franciscanos conventuales, atiende a un millar de personas al año en Barcelona

asociación Mujeres Latinas Sin Fronteras, vinculada a los franciscanos conventuales de Barcelona

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Foto: Mujeres Latinas Sin Fronteras | Hoy es habitual ver pasear a ancianas y ancianos junto a mujeres latinoamericanas que viven en sus casas para atenderlos. Sin embargo, pese a tener trabajo, la situación de estas mujeres no siempre es fácil, y muchas, alejadas de sus familias y sin conocidos, caen en depresiones. De ello se apercibieron, hace ahora 20 años, los franciscanos conventuales del barrio barcelonés del Putxet. Así, junto a un grupo de seis catequistas de su comunidad, todas mujeres, se plantearon hacer algo por ellas.

Fue así como nació lo que, tras unos meses, acabaría siendo la asociación Mujeres Latinas Sin Fronteras, cuyo reconocimiento en la capital catalana les ha valido incluso recibir la Medalla de Oro de la ciudad.

Mamen Martí, una de aquellas catequistas, recuerda cómo empezó todo: “Por nuestra relación con los frailes, quisimos ir un paso más allá y hacer algo por mejorar la vida en el barrio. Fueron ellos los que nos hablaron de estas mujeres, a las que veían aisladas. Buscamos instituciones que pudieran ayudarlas, pero no había nada. Así que, reunidas en nuestra habitual charla junto a un café con pastas, decidimos que lo haríamos nosotras mismas”.

Y así fue, con la sencillez que marcó esa decisión. “Empezamos por invitar a algunas de ellas –explica esta trabajadora social–, para charlar y que se desahogaran. Entendimos que debían sentirse en familia. Las dominaba la tristeza y la soledad, por lo que iniciamos dinámicas propias del duelo. También inauguramos nuestros primeros cursos, sobre todo de corte y confección”.

De Colombia llegó, en el año 2000, Ángela del Rosario Castillo. Lo que valora es lo mucho que ha crecido personalmente: “Antes, miraba por encima del hombro. En Colombia, era funcionaria y trabajaba para mi padre. Aquí empecé de cero, hice camino y vi que todos somos iguales. Ha sido una lección de vida maravillosa. Me hace feliz poder acompañar a mis mujeres”.

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En el nº 2.869 de Vida Nueva

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