Angélique Namaika: “Solo soy un instrumento de Dios para servir a los demás”

Angélique Namaika, religiosa congoleña

Religiosa congoleña galardonada con el Premio Nansen

Angélique Namaika, religiosa congoleña

Entrevista con Angélique Namaika [extracto]

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO. Fotos: ACNUR | Más de 2.000 mujeres y niñas que han vuelto del infierno de una vida de esclavitud con la temida guerrilla ugandesa del LRA, en el noreste del Congo, han encontrado acogida, cuidados psicológicos y formación gracias a la hermana Angélique Namaika, perteneciente a una congregación agustina de la Diócesis de Dungu.

El 30 de septiembre, esta religiosa de 46 años recibió el Premio Nansen, un galardón con el que el ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) premia a alguna personalidad que se ha distinguido por su labor en favor de las víctimas de los conflictos armados.

La primera vez que oí hablar de ella fue en un informe de Human Rights Watch. Me impresionó ver una foto suya rezando ante la tumba de una de las monjas de su congregación, asesinada en uno de los ataques del LRA. Estaba fechada en diciembre de 2008.

Durante las navidades de aquel año, los crueles rebeldes de Joseph Kony asesinaron más de 900 personas en el remoto noreste de la provincia oriental del país. Ella misma, que llevaba cinco años en la zona, a donde llegó tras varios de formación en Kinshasa, tuvo que escapar a la selva con muchas otras personas y sabe por experiencia lo que significa convertirse en desplazada.

Esa experiencia de huida, más una grave enfermedad que padeció de niña, la ayudaron a sentir empatía por los que más sufren. Según su propio testimonio, decidió hacerse religiosa inspirada por el ejemplo de la hermana Tone, una monja alemana que trabajaba en su pueblo ayudando a los enfermos: “Vi que ella no tenía apenas tiempo para descansar ni a veces para comer… y me dije a mí misma que quería ser como ella y dedicar mi vida a los que más sufren”.Angélique Namaika, religiosa congoleña

Hablamos por teléfono mientras ella se encuentra en París, la última etapa de su gira europea que la ha llevado a Ginebra, Bruselas y Roma, donde se ha encontrado con un sinfín de personalidades públicas para que la comunidad internacional no se olvide de este conflicto al que otras crisis mundiales que gozan de mayor publicidad hacen sombra.

Entre el noreste de la República Democrática del Congo y el sureste de la vecina República Centroafricana sigue habiendo hoy 370.000 desplazados, la mayoría de los cuales no se atreve a ir a cultivar sus campos por miedo a los crueles ataques del LRA.

En Dungu, la imagen de sor Angélique circulando en bicicleta por sus caminos polvorientos para ir al encuentro de las mujeres a las que ayuda, se ha convertido en una estampa habitual.

Su voz suena tranquila al otro lado de la línea, sus respuestas son cortas y transmiten serenidad y hondura espiritual. Solo alza un poco el tono cuando le digo que he estado en su zona dos veces y me invita –más bien me conmina– a no dejar de visitar su Centro para la Reintegración y el Desarrollo la próxima vez que vaya.

PREGUNTA.- ¿Cómo empezó este trabajo con las mujeres víctimas del LRA?

RESPUESTA.- Yo llegué a Dungu en 2003. Mis superioras me habían destinado allí para ocuparme de la formación de las postulantes de mi congregación. Empecé también a trabajar con mujeres en situación vulnerable. Cuando el LRA empezó a secuestrar a niños y jóvenes, la situación se agravó, porque nos encontramos con un gran número de chicas y mujeres jóvenes que habían conseguido escapar de la cautividad de los rebeldes, pero que tenían enormes problemas para reintegrarse a una vida normal. Decidí que no podíamos dejarlas abandonadas a su suerte y les ofrecimos ayuda en el centro de formación, que empezamos a desarrollar poco a poco.

“A mí, en Dungu, me llaman ‘madre’,
y me gusta que me llamen así.
Las mujeres en la Iglesia tenemos que estar
al lado de quienes sufren más,
y si lo hacemos por amor, Dios no nos abandonará”.

P.- ¿Qué hace para ayudar a muchachas que han sufrido traumas tan profundos?

R.- El LRA las secuestra con 11 o 12 años y, cuando regresan, tienen ya más edad, y a menudo vuelven con un bebé en sus brazos. Todas llegan profundamente traumatizadas, marcadas por las atrocidades que han vivido. Cuando intentan volver con sus padres, se encuentran con una situación nada halagüeña, ya que estos viven en campos de desplazados y no tienen nada. Yo intento escucharlas mucho. Les pagamos los cuidados médicos para que se recuperen y las integramos en algún curso de costura, cocina, alfabetización… para que puedan ser autosuficientes y se ganen la vida generando ingresos para ellas y sus hijos, aunque sea vendiendo buñuelos en el mercado. Hace tiempo que queríamos abrir un restaurante que pueda estar gestionado por algunas de estas mujeres.

Acompañando la vida

P.- ¿Cómo lleva adelante su centro?

R.- No tenemos empleados, sino solo voluntarios. Tenemos la suerte de contar con la colaboración del ACNUR y de algunas ONG, como COOPI y Save the Children, que se ocupan de distintos programas. Al final, aparecen los resultados, como cuando ves a algunas de las chicas que se han formado y que ellas mismas se convierten en formadoras de otras. Esa es mi mayor alegría.

P.- La violencia del LRA tiene una historia de más de dos décadas y, en el Congo, llevan ya desde 2005. ¿Qué habría que hacer para terminar con este problema?

R.- Creo que es cuestión de que cada persona que puede hacer algo intente hacer lo mejor que pueda su trabajo, a pesar de las dificultades. Si todos nos damos a los demás y trabajamos por la paz, estoy convencida de que esta llegará. Yo pongo mi pequeña parte, que es animar y ayudar a las mujeres que son víctimas de esta situación para que tengan la fuerza de voluntad para superar sus problemas, y otros pueden ofrecer otras aportaciones. Nosotras ya hemos conseguido rehabilitar a 2.000 de ellas.

“Cada persona que puede hacer algo
debe intentar hacer lo mejor que pueda su trabajo,
a pesar de las dificultades.
Si todos nos damos a los demás y trabajamos por la paz,
estoy convencida de que esta llegará”.

P.- Usted estuvo con el papa Francisco el 2 de octubre. ¿Cómo fue ese encuentro?

R.- Jamás pensé que yo podría tener esa gran suerte. Le conté lo que sufren estas chicas y me dijo que no me canse de seguir ayudándolas y que tenga mucho ánimo. Después me impuso las manos y me dio su bendición. Noté que entraba en mí una gran fuerza.Angélique Namaika, religiosa congoleña

P.- ¿Cuál fue su reacción cuando le comunicaron que le iban a dar el Premio Nansen?

R.- Fue una enorme sorpresa. Ni siquiera había oído hablar nunca de ese galardón. Cuando me lo dijeron, lo primero que pensé es que aún tengo un enorme trabajo enfrente de mí y que solo puedo hacerlo gracias al Señor que me da la fuerza, porque la verdad es que muchas veces me he encontrado muy sola. Pensé también en las mujeres víctimas del LRA con las que me encuentro todos los días, a las que siempre digo que recen para que Dios les ayude a reconstruir sus vidas. Yo no soy importante, soy solo un instrumento de Dios para servir a los demás, y pienso que este premio no es para mí, sino para las mujeres del Congo que han sufrido tanto y que luchan por salir adelante.

P.- ¿Qué piensa del papel de la mujer en la Iglesia?

R.- A las mujeres Dios nos ha dado una responsabilidad muy grande: la de ser portadoras de vida y acompañar esa vida, aunque sea frágil, hasta el fin. A mí, en Dungu, me llaman “madre”, y me gusta que me llamen así. Las mujeres en la Iglesia tenemos que estar al lado de quienes sufren más, y si lo hacemos por amor, Dios no nos abandonará. Yo cuando hago mi trabajo no espero nada a cambio.

P.- ¿Tiene usted muchas dificultades en este trabajo que realiza?

R.- Las dificultades no nos faltarán nunca, pero tenemos que llevar nuestra cruz con amor y podremos superar todo lo que se nos ponga por delante. Muchas veces pienso que si todos mis esfuerzos tuvieran como resultado ayudar solo a una persona, merecería la pena y ya sería un gran éxito.

En el nº 2.867 de Vida Nueva

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