Juan Pablo Fusi: “La Iglesia católica ha superado con éxito los dos últimos siglos”

Juan Pablo Fusi, historiador

Historiador, publica ‘Breve historia del mundo contemporáneo’

Juan Pablo Fusi, historiador

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Decía Ortega que el hombre no tiene naturaleza, que lo que tiene es historia. Somos lo que hemos sido”. Así reivindica Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945) el interés por la historia. Él, precisamente, es uno de los historiadores españoles que más y mejor nos ayudan a interpretar nuestras propias raíces. Acaba de publicar Breve historia del mundo contemporáneo (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), justo después de la Historia mínima de España (Turner).

“Las síntesis breves, subjetivas y claras parecen una exigencia del mercado del libro y de la situación del lector –afirma–, porque cada vez es mucho menor la disponibilidad de tiempo para la lectura”. La síntesis, en este caso, le sirve para concentrar en 250 páginas la historia desde 1776 hasta hoy.

PREGUNTA.- La razón histórica, dice usted, es inencontrable. Hay y habrá otras historias, ¿qué tiene de peculiar la suya?

RESPUESTA.- Podríamos decir que lee la historia contemporánea con una atención mayor a los Estados Unidos. No solo a la Revolución o a la guerra civil americana, sino que hay otros dos capítulos en el siglo XX sobre el sueño o la democracia americana. Digamos que aporta una visión no tan eurocéntrica, sino que aparece también la independencia latinoamericana, lo que un historiador italiano llamó el “otro occidente”, o un análisis de lo que yo he titulado como la “guerra civil latinoamericana”. Y también están Asia y África. Así que he tenido una voluntad mayor de globalización y prestado bastante atención a acontecimientos de índole cultural, entendidos como símbolos del malestar de la modernidad.

P.- El mundo moderno comienza con la Revolución americana, esa es la primera puntualización a los “convencionalismos” que usted aclara, ¿no?

R.- Creo que la Revolución americana y la francesa, pero en ese orden, son el origen de la democracia política contemporánea. Y esta, pese a todos los totalitarismos del siglo XX, sigue siendo el modelo ideal de la política. Ambas revoluciones son capitales en este sentido, pero el interés que aporta la americana es que conlleva un estado constitucional equilibrado permanente, mientras que la francesa va del terror jacobino al primer golpe de Estado militar en el sentido moderno de la palabra, que es el de Napoleón Bonaparte.Breve historia del mundo contemporáneo, libro de Juan Pablo Fusi

P.- El siglo XX es, sin embargo, más complejo…

R.- Efectivamente, tenemos dos guerras mundiales, bombas nucleares… y hemos visto aún algo mucho peor, que es el holocausto, la encarnación absoluta del mal en la historia. Dicho esto, también hay que decir que no hay ningún otro siglo como el XX ni en desarrollo demográfico, ni en desarrollo científico y tecnológico, ni en crecimiento económico. Por tanto, es un siglo que, junto a enormes horrores, protagonizó cambios espectaculares en nuestra forma de vivir.

P.- Del siglo XXI, ¿nos podemos imaginar qué será? Dice usted que vamos hacia “un mundo complejo, difícil, conflictivo, en el que puede pasar cualquier cosa”. ¿No es muy pesimista?

R.- Yo soy muy escéptico y muy prudente acerca de hacia dónde va el mundo. La actualidad tal como la hemos visto en los últimos veinte o treinta años, sobre todo en tratamientos medicinales o en cambios genéticos de productos agrícolas, o en la exploración del espacio y los avances en las tecnologías de la información… Todo esto no se va a frenar y va a revolucionar la vida social de una manera tan excepcional que ni tan siquiera somos capaces de imaginar. Soy escéptico en el sentido de que creo que todo esto seguirá conviviendo con violencias, con conflictos étnicos y con bolsas de pobreza grande, con grandes desequilibrios económicos, por tanto. No tengo una fe panglosiana en el progreso científico y tecnológico, simplemente eso.

Grandes avances

P.- Acaba usted el libro citando a Keynes: “El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. Aún no hemos aprendido cómo, ¿no?

R.- Pero comparemos con el 1960, con el 1905, con el 1840… En términos de justicia social no debemos de olvidar que en España, hasta 1902, no hay ninguna ley de accidentes de trabajo. Que en la II República no hay vacaciones pagadas ni seguro de desempleo. Sin entrar en las libertades individuales. En países nórdicos que hoy son un ejemplo para todos, había en el siglo XIX siervos de la gleba, que ya en España habían desaparecido. Aún tenemos ejemplos horrorosos de lo que está ocurriendo en Asia y África.

P.- ¿Pero no están en mejores condiciones que hace 40 años?

R.- Es cierto que las cosas nunca se conseguirán en plenitud y siempre habrá nuevas exigencias de justicia y de libertad. Es difícil imaginar un futuro idílico de toda la humanidad, pero es verdad que en estos dos últimos siglos hemos avanzado de una manera excepcional.

P.- ¿Cuál ha sido el papel de la Iglesia católica en este contexto histórico?

R.- La teología protestante en el siglo XIX y XX nos ha llevado a una especie de filosofía individual de la desesperación, mientras que la Iglesia católica ha sabido aguantar mucho más. Pese a la secularización que se ha venido produciendo, pese a que la religión es hoy más una conciencia privada que un hecho público, la Iglesia católica ha pasado con éxito por estos dos últimos siglos. En absoluto ha sido un fracaso. Dicho esto, hay un mal momento de la Iglesia católica que es su reacción hostil en el siglo XIX a lo que podemos llamar modernidad. Hay un gran papa, como fue León XIII, y no solo por su conciencia social. También hay una gran apuesta por la liturgia, que no es ninguna –y permítame la expresión– tontería. La gente necesita de rito, de convivencia… Después, hay otro gran eclipsamiento de la Iglesia hasta –digamos– la posguerra, con un papa discutible como fue Pío XII. Al que siguió un gran momento, pese a los muchos problemas que plantea la secularización del mundo moderno, que es el Concilio Vaticano II y esa gran figura de Pablo VI. Me ha interesado muchísimo, por otra parte, el pensamiento de Benedicto XVI. Esa idea de que el cristianismo es parte de la razón y no un conflicto con la razón moderna es un acierto.

P.- ¿Qué aporta el actual papa Francisco?

R.- Como historiador se necesita tiempo para juzgar. Mi opinión, en este sentido, equivale a la de cualquier hombre de la calle, al que le ha llamado la atención su vida sencilla y los valores franciscanos de pobreza y solidaridad. Está por ver si estos valores van a impregnar solo su pontificado o la evolución de la Iglesia. Si las exigencias sociales de la Iglesia van a ser esas u otro tipo de discurso intelectual y moral más complejo… Creo que hay que esperar.

P.- A propósito de aquella Historia Mínima de España, dijo usted que “son precisos nuevos gestos en política”. Pero todo sigue igual…

R.- No me gustan las formas de cómo se hace política en España. La situación económica e institucional es preocupante, con una deuda gigantesca y un problema de desempleo enorme. Y, luego, esa desarticulación del Estado de las autonomías… Todo esto da mucho que pensar. Necesitamos una reforma seria, un lenguaje político claro y más trasparente, una mejor competencia en materia económica y financiera, unos acuerdos entre partidos sobre cuestiones muy esenciales como pensiones, sanidad o educación. Ni están ni estamos para más broncas, ni escándalos, ni marrullerías políticas. Me indigna pensar en la vida política de los últimos –digamos– diez o quince años. No deberíamos permitir, porque las circunstancias no lo permiten, todas estas barbaridades con las que se está desarrollando la vida política.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.867 de Vida Nueva

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