La reconciliación: horizonte de la paz

MONSEÑOR FABIÁN MARULANDA, Obispo emérito de Florencia

Colombia es uno de los países donde más se habla y se escribe acerca de la paz. ¿La razón? Llevamos muchos años padeciendo un conflicto armado que ha dejado una pesada carga de violencia, abusos, opresiones y muertes, atentados, secuestros y desplazamientos, que han hecho sufrir a miles de seres humanos víctimas del conflicto, y cuyos efectos permanecen vivos; más aún: alimentan miedos, odios y sospechas de las cuales no es fácil desentenderse.

Y como no se puede permanecer prisioneros del pasado, necesitamos una “purificación de la memoria” que nos permita, sin olvidar lo sucedido, releer el pasado con sentimientos nuevos. Que nos permita, también, en base a las experiencias sufridas, aprender que el odio produce destrucción y que el valor de perdón sustituye la sed de venganza.

Lo anterior se inscribe en la idea de un compromiso y una consigna como es la de superar la cultura de la guerra y comenzar a desarrollar una sólida cultura de paz. Y dentro de la cultura de la paz, la reconciliación es una exigencia permanente; porque aún en el supuesto de que termine el conflicto armado, siempre habrá necesidad de desarmar los espíritus, porque “el alma de la paz es la paz del alma”.

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En su encíclica Pacem in terris, el papa Juan XXIII señaló cuatro grandes valores que están a la base, como pilares insustituibles de un verdadero proceso de reconciliación, a saber: la verdad, la justicia, la misericordia y la libertad.

La verdad implica hacer memoria de los acontecimientos vividos, de tal manera que no se vuelvan a repetir. El que olvida la historia, se ha dicho, corre el riesgo de volver a repetir los mismos errores.

De otra parte, promover la verdad como fuerza de la paz, es emprender un esfuerzo constante para no utilizar, ni siquiera para obtener un bien, las armas de la mentira. La verdad aproxima los espíritus, manifiesta lo que une a las partes opuestas, hace retroceder la desconfianza, la duda y la sospecha.

La justicia es entendida como “el reconocimiento fundamental de la igual dignidad de todos los hombres, el desarrollo y la protección de los derechos humanos esenciales y una equidad asegurada en el reparto de los principales medios de subsistencia”. En otras palabras, la justicia es una condición esencial para la convivencia y por consiguiente no podemos vivir sin ella. Más aún: en el origen de los conflictos casi siempre está la sensación de ausencia de la justicia o de su aplicación parcial como uno de los primero motivos para acudir a las vías ilegales.

La invitación a buscar la paz es por tanto una invitación a practicar la justicia. De ahí la fórmula clásica: “si quieres la paz, trabaja por la justicia” o las frases bíblicas: “la justicia y la paz se besan” y “la paz es obra de la justicia”. Aunque no existiera un conflicto armado en cuanto tal, donde se da la injusticia existe de hecho la causa y el factor potencial del conflicto.

La misericordia es una manifestación del amor. O también: la paz es un efecto del amor. Aquí hablamos de una cultura en la que no impere el egoísmo, la insensibilidad, la discriminación.

La libertad, finalmente, responde a una aspiración profunda y generalizada del mundo contemporáneo. Nunca como hoy se ha hablado tanto de libertad, así el término no sea siempre empleado en el mismo sentido.

La libertad es herida cuando las relaciones entre los pueblos y los hombres se funda, no sobre el respeto de la dignidad de cada uno, sino sobre el derecho del más fuerte; cuando el poder está concentrado en las manos de una sola persona o grupo. Ser libre es poder elegir, es vivir según la propia conciencia.

El camino de la paz es el camino del perdón y de la reconciliación. Y es el camino que nos lleva al ideal soñado de un país en el que quepamos todos y en el que podamos vivir como hermanos.

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