Semilla de reconciliación

logo de la beatificación de los mártires en Tarragona 13 octubre 2013

logo de la beatificación de los mártires en Tarragona 13 octubre 2013

RAÚL CORRAL, delegado para las Causas de los Santos de la Diócesis de Sigüenza-Gudalajara

Desde el 29 de Marzo de 1979, con la beatificación de los mártires carmelitas de Guadalajara, la Iglesia nos propone a los mártires del siglo XX en España como testimonio de la verdad del Evangelio y prueba de amor en el seguimiento a Jesucristo.

En aquellos momentos, el beato Juan Pablo II decía: “Al honrar a sus mártires, la Iglesia los reconoce, a la vez, como signo de su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte y como signo preclaro de su inmenso deseo de perdón y de paz, de concordia y de mutua comprensión y respeto”.

Así, el 13 de octubre se nos invita nuevamente a celebrar la ejemplaridad de 522 hermanos nuestros que dieron testimonio de la fe con la entrega de su propia vida y son motivo para nosotros de reflexión y estímulo en nuestro mundo. Mirar el martirio de quien nos ha precedido en la fe nos tiene que servir para ser instrumentos de reconciliación en esta sociedad nuestra, tan apegada al peso de la historia.

La actitud de la Iglesia es la actitud que tuvieron los mártires: el perdón. Mártir significa testigo, y testigo es aquel que “da fe”. Es decir, el mártir da y genera la reconciliación; de sus labios, sus últimas palabras eran “os perdono”.

Las beatificaciones de los mártires no significan condena de quienes los mataron. Sencillamente, no se juzga esta conducta, sino solo el testimonio cristiano de quienes murieron, es decir, de las víctimas.

Estas beatificaciones tienen que ser
para todos germen de paz, porque
no se trata de remover aguas o levantar ampollas,
sino de corresponder a unos hermanos nuestros que supieron
testimoniar con la entrega de su vida el nombre de Jesucristo.

Entonces, ¿qué es lo que busca la Iglesia con estas beatificaciones? Tan sencillo como recuperar una herencia de ejemplo y entrega por amor a Jesucristo de hermanos nuestros que entregaron su vida por fines tan altos; ser agradecidos con ellos por su testimonio de vida y de fe, y porque la Iglesia siempre ha venerado a los mártires.

Por ello, estas beatificaciones tienen que ser para todos germen de paz, porque no se trata de remover aguas o levantar ampollas, sino de corresponder a unos hermanos nuestros que supieron testimoniar con la entrega de su vida el nombre de Jesucristo.

Serenidad, porque no se trata de buscar culpables sino de buscar la gloria de Dios. Y fortaleza, pues esta beatificación está compuesta de gente sencilla, normal, con fallos y defectos, capaces de entregar su vida. Acicate que nos da fuerzas y anima en nuestra vida cristiana.

Es cierto que algunos fueron cazados como alimañas y asesinados sin más, pero hay algo especial: no nos acordamos, no queremos saber nada de los verdugos. Esto pasa en la historia de los mártires, se sobrepone en todo momento un sentimiento de veneración al que sufrió el martirio, de glorificación por el servicio que prestó a la Iglesia y de perdón porque los que les mataron son, ante todo, hijos de esa misma Iglesia.

Termino con unas palabras de uno de ellos, el padre José María Ruiz Cano: “No temáis, no pasa nada, muero contento”.

En el nº 2.865 de Vida Nueva.

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir