El Papa campechano

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“De un papa teólogo hemos pasado a un papa catequista, signo de la riqueza, la variedad y la unidad de la Iglesia…”.

Se cuenta que Bob Dylan, en uno de los mayores conciertos de masas que se recuerdan en el mundo del pop, reunió a millón y medio de jóvenes. Un anciano que le doblaría la edad, el papa Francisco, reunió a tres millones para escucharle en la playa de Copacabana, en Brasil, durante los días de la JMJ. Esto no prueba nada ni es lo más importante, pero es un hecho a constatar en el mundo de la opinión pública, tan polarizado y desviado con frecuencia.

Ahora ha hecho medio año que los cardenales eligieron a Bergoglio como el primer papa americano, y desde entonces goza de una popularidad extraordinaria. Aquella fotografía del Papa subiendo las escalerillas del avión entre otros pasajeros con la bolsa de viaje en una mano ha dado la vuelta al mundo, y su tuit contra una intervención militar en Siria ha tenido un gran eco mundial.

A cualquiera de los cardenales que hubiera sido elegido como papa por sus colegas lo habríamos recibido con espíritu de fe, como un don del Espíritu Santo a la Iglesia. Eso no impide que cada uno de los papas reciba unos carismas especiales, además de los fundamentales y comunes a todos.

Y, sin duda, el papa Francisco tiene uno especial que quizá podríamos llamar campechanía, ese don, ese talento y ese talante que le hace tan popular y tan cercano a la gente.

Pero esa campechanía no le impide en modo alguno disfrutar de un cuerpo doctrinal profundo, evangélico, tradicional en el fondo y renovador en la forma, como se ha podido comprobar y saborear en el Pliego recientemente publicado en Vida Nueva, especialmente en los discursos a los obispos brasileños, por una parte, y al grupo representativo del CELAM, por otra, con ocasión de la JMJ, empujando a los obispos iberoamericanos a una Iglesia nueva y renovada para los tiempos nuevos.

De un papa teólogo hemos pasado a un papa catequista, signo de la riqueza, la variedad y la unidad de la Iglesia.

En el nº 2.864 de Vida Nueva.

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