Tribuna

Juan XXIII

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Francisco Vázquez, embajador de EspañaFRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

“En mis años de embajador se me permitió conocer algunos escritos, al conocer los frailes menores la intensidad de mi devoción y admiración hacia el papa Roncalli…”.

Campanas de gloria han repicado en el corazón de millares de personas, creyentes y no creyentes, al conocer la noticia de que el papa Francisco ha tomado la decisión de canonizar al papa Juan XXIII, reconociendo las virtudes que solamente con la bondad y sencillez de su rostro y de sus gestos supo transmitir aquel paisano socarrón que gobernó la Iglesia durante un período muy corto de su milenaria historia, pero que supo, gracias a su decisión y clarividencia, convertir su pontificado en uno de los de mayor transcendencia, al menos en los últimos siglos.

Para la gente sencilla y normal, era uno de los suyos, entendían sus palabras y compartían sus preocupaciones, lo veían como alguien próximo, una especie de párroco de aldea, el buen sacerdote al que se le consulta el testamento, media en un deslinde de fincas o, simplemente, juega al tresillo en la taberna.

Nunca reñía y siempre exhortaba a ser buenos y a saber perdonar y olvidar. Fue testigo directo de guerras y persecuciones, en situaciones en las que muchas veces la propia Iglesia no estaba al lado de las víctimas e, incluso, justificaba el uso de la violencia.ilustración Jaime Diz n.2863 Artículo de Francisco Vázquez sobre Juan XXIII

Aquel anciano bajo y rechoncho, conocedor de la lejanía de la realidad que imperaba en una Curia vaticana aristocrática y endogámica, supo puentearla poniéndola ante hechos consumados que representan la puesta al día de la Iglesia en los fines y prioridades que deben ser la pautas de su comportamiento conforme a la verdad evangélica.

En la Casa General de los Franciscanos, en Roma, a lo largo de un pasillo de uno de sus claustros, hay una inmensa librería donde se guardan miles de cartas, notas, escritos y documentos de Juan XXIII que servían como pruebas para la causa de su canonización, encomendada a un monje franciscano.

En mis años de embajador se me permitió conocer algunos escritos, al conocer los frailes menores la intensidad de mi devoción y admiración hacia el papa Roncalli. A otros dejo en los próximos meses la iniciativa de escribir sesudos artículos sobre el Concilio, aportar citas reveladoras de los conflictos entre conservadores y progresistas o, simplemente, utilizar su figura como coartada para reabrir heridas o ahondar en divisiones.

Permítanme, a quien, como yo, siempre estuvo ligado al Papa de su juventud y su vida fue lo que le enseñó a ser la Mater et Magistra y la Pacem in Terris, que les relate el contenido de una carta que narra un hecho acaecido que podía ser un versículo evangélico y que nos explica quién era el Papa. Una sobrina, desde su aldea, le escribe pidiendo unas 15.000 liras para ir al dentista, y el Papa le responde enviándole tan solo 8.000 liras y diciéndole que lo siente, pero que no puede reunir más ya que, a pesar de ser Papa, no dispone de dinero porque no tiene gastos.

Decía el saber popular que “a buen entendedor, pocas palabras bastan”, y con esta simple anécdota sobran tratados e interpretaciones.

En el nº 2.863 de Vida Nueva.