Educar sin proselitismo. Una semántica urgente

alumnos en la escuela

Un proceso comunitario que estimula y dialoga

alumnos en la escuela

JOSÉ LUIS CORZO, SchP, profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid | De chicos oímos que se podía pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión, aunque lo de pensamiento, en realidad, significaba de fantasía: los “malos pensamientos” eran ver con la imaginación una carne apetitosa que, si se ponía a tiro, se podía palpar. Los más comedidos decían que pensar mal era creerse que los demás son ladrones, embusteros o lascivos. ¡Una enormidad!

Pero con el tiempo he aprendido que los verdaderos pecados de pensamiento –y gordos– son intelectuales: pensar poco o no esperar a la seducción de la verdad diáfana –la que ven Agamenón y su porquero– y precipitar cualquier chapuza u opinión aparente.

Y, mira por donde, en esto de la pedagogía, se peca mucho: se dicen mentiras, frases vaporosas que no hay forma alguna de verificar en lo real. Chorradas. Yo mismo inventé hace años una definición de educar que me parecía muy buena y resultó ser una especie de sida: es “el arte de seducir y contagiar” decía yo. Un mal pensamiento.

Con más años veo que no se trata ni de seducir ni de contagiar. Que educar es siempre algo comunitario y que está cada vez más lejos de seguir (sequor) a otro a ciegas. Eso es lo que origina las sectas; no el ser un grupo aparte –secare– (aunque lleguen a serlo), sino ser muchos secuaces tras algún caudillo que los subyuga, piensa por ellos y los arrastra.

Por eso educar no puede ser seducir ni contagiar, sino estimular el pensamiento propio y, mientras y después, querernos mucho y dialogar juntos hasta que, con ciencia y a conciencia, amanezca otra vez la luz radiante de lo verdadero.

Es decir, que para afrontar juntos los desafíos de la vida (en esto ha derivado mi antigua y perversa definición) ni padres ni maestros pueden callar sus propias convicciones, ni fingir una neutralidad imposible, sino que tanto han de respetar la vida de cada hija o alumno que los dejen crecer, brotar, florecer, fructificar.

Son los cuatro verbos que el sacerdote y pedagogo italiano Lorenzo Milani (1923-1967) dejó caer en una carta en la que se oponía al afán proselitista de ciertos curas, incapaces de comprender que su escuela no fuese para hacer prosélitos cristianos.

“¿Y cómo iba a explicarles, tan piadosos y limpios ellos, que yo a mis hijos los amo, que he perdido por ellos la cabeza, que no vivo más que per farli crescere, per farli aprire, per farli sbocciare, per farli fruttare?” (A Pecorini, 10-11-1959, LPB, p. 142).

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En el nº 2.863 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de septiembre de 2013.

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