Editorial

¿Somos guardianes los unos de los otros?

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Hace ya algo más de un año, desde esta misma página se hacía un llamamiento a la comunidad internacional para que posara sus ojos sobre Siria y actuara con la finalidad de poner fin, mediante el acuerdo y el diálogo, a una guerra fratricida no declarada. No parecían suficientes los casi 20.000 muertos de entonces ni los miles de desplazados que la contienda se había cobrado. Poderosos intereses geopolíticos en el avispero de Oriente Medio actuaban de repelente ante cualquier posibilidad de acuerdo.

Los muertos siguieron creciendo (más de 100.000) y los desplazados (dos millones, 400.000 de ellos cristianos, casi un 25% de su número total), pero se mantenía la indiferencia, maquillada tras una diplomacia de entornar los ojos y dejar hacer. Tuvo que ser el uso de armas químicas contra la población civil (presuntamente a manos del régimen de Bashar El Asad, a falta de confirmación de los observadores de la ONU) el que provocase una reacción contundente, en forma de amenaza de intervención militar inmediata, de los Estados Unidos. Violencia para apagar la violencia.

Es en este contexto de extrema virulencia cuando el papa Francisco convocó una vigilia de oración y ayuno en la Plaza de San Pedro.

No era el primer empeño realizado desde la Iglesia por reconducir una situación que estaba desangrando a una tierra que conserva las huellas de los primeros cristianos. Desde el terreno, obispos y religiosos estaban pagando con su vida la creciente radicalización. Pero la convocatoria de Francisco –a la que siguió una semana frenética de redoblados esfuerzos diplomáticos, que recordaba al infatigable empeño de Juan Pablo II para evitar la guerra de Irak– sonó como un aldabonazo en la conciencia internacional. Unas cien mil personas secundaron la llamada papal en el Vaticano –incontables también los que se sumaron en las diócesis de todo el mundo–, de quien pudieron escuchar uno de sus discursos más conmovedores.

Las palabras del Papa no buscan contemporizar
ni con la conciencia individual
ni con las estrategias cortoplazistas de las naciones.
Francisco invita a cada uno a convertirse
en instrumento de reconciliación y paz.

“El mundo que queremos, ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones?”, se preguntó. La respuesta, un poco más adelante: “También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestras conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte”.

Las palabras del Papa no buscaban contemporizar ni con la conciencia individual –“ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros”– ni con las estrategias cortoplazistas de las naciones (prueba de ello fue la misiva enviada unos días antes al presidente ruso en su calidad de anfitrión de la cumbre del G-20). Francisco invitaba a cada uno a convertirse en instrumento de reconciliación y paz.

Al cierre de este número, la amenaza de la intervención inmediata se había pospuesto tras una iniciativa rusa de última hora para que El Asad desmantelase su arsenal químico. Bienvenida sea. Aunque ya sea tarde para demasiados.

En el nº 2.862 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de septiembre de 2013.

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