Annamarie Mayer: “El ecumenismo ha avanzado más en los últimos 50 años que en los cuatro siglos precedentes”

Representante católica en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI)

Annamaria Meyer, representante católica en el Consejo Mundial de Iglesias

DARÍO MENOR | Profesora en la Universidad de Tubinga (Alemania) y en la de Friburgo (Suiza), Annamarie Mayer es consultora permanente en representación de la Iglesia católica en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el ágora fundado en 1948 donde se reúnen los representantes de 349 comunidades cristianas distintas. Roma no es aún miembro de pleno derecho, pero forma parte de varias de las comisiones de trabajo. Mayer está encantada de la aportación del papa Francisco al ecumenismo por su forma de presentarse y su mano tendida hacia todos.

PREGUNTA.- ¿Qué es el CMI?

RESPUESTA.- El organismo nace cuando las Iglesias de la Reforma se dan cuenta de que, cuando van a otros continentes haciendo misión, están compitiendo entre ellas. La gente les decía que no se convertían al cristianismo porque no sabían si hacerse luterana, anglicana o metodista. Las sociedades misioneras, impulsadas por las distintas Iglesias para la labor de evangelización, se reunieron por primera vez en 1910 y decidieron actuar de forma conjunta. Aunque algunos aspectos teológicos les separaban, decidieron coordinar sus trabajos. La II Guerra Mundial retrasó la puesta en marcha del CMI hasta 1948. Las bases son los puntos comunes, que creemos todos en la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Luego hay que tener un número mínimo de 10.000 miembros para unirte. Hoy hay 349 Iglesias miembros, entre ellas también las Iglesias ortodoxas, no solo de la Reforma.

R.- ¿Y la Iglesia católica?

R.- Contempló durante el Concilio Vaticano II su adhesión. De hecho, hubo dos observadores del CMI en aquella asamblea. En el Concilio se impulsó el organismo para promover la unidad de los cristianos; entonces era un secretariado y ahora es un pontificio consejo. Tras el Vaticano II se produjo la adhesión al CMI, pero solo en parte, solo en algunas de sus comisiones. Algunas de las órdenes misioneras de la Iglesia, como los Misioneros de África (Padres Blancos), decidieron formar parte de forma completa, como ocurre con las sociedades de misión de las Iglesias reformistas. La Iglesia católica, como ta,l forma parte de algunas comisiones, como la de Fe, donde se discuten las cuestiones doctrinales, o la de Misión Mundial y Evangelización, donde yo desarrollo mi trabajo.

P.- Francisco se presentó tras su elección subrayando su condición de Obispo de Roma. ¿Cómo ayuda este gesto al ecumenismo?

R.- Cambia mucho las cosas. Las otras Iglesias esperan ser reconocidas por Roma. Si alguien se presenta como el líder único y pide la obediencia y que se le siga sin más, se está poniendo fuera del diálogo. Es muy distinto si se presenta como un primus inter pares, como el Obispo de Roma en un colegio de obispos, en una hermandad de cardenales. Para nosotros es una forma conciliar de ejercer el ministerio petrino, de invitar a las otras Iglesias a que se planteen que tiene sentido tener el símbolo de un primus inter pares para la unidad de los cristianos. El miedo de estas Iglesias es que una vez que se abra la discusión sobre el ministerio petrino, a la que les invitó Juan Pablo II, se acabe imponiendo una jurisdicción universal o la cuestión de la infalibilidad. La cuestión no es esa, sino si puede haber un camino común para simbolizar la unidad.

P.- ¿Le parece un escándalo que los cristianos no estén unidos en un mundo cada vez más descristianizado?

R.- No es solo un escándalo de esta época, sino desde hace siglos. Muestra que los miembros de la Iglesia son humanos y que, por tanto, no son perfectos. La única manera de afrontar esta cuestión es el diálogo sobre lo que supone ser un discípulo de Jesucristo. Es un punto importante también para las relaciones con otras religiones, que dicen que no se puede tomar en serio al cristianismo porque está dividido.

Lea la entrevista completa a Annamarie Meyer, solo para suscriptores

En el número 2.860 de Vida Nueva.

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