“Con los jóvenes y Nuestra Señora, es mucho mejor”

La Pre-jornada en Aparecida dejó huella en los jóvenes colombianos y en las familias que los acogieron

 

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¡Cómo quisiera que también mis amigos pudieran sentir lo que siento al estar aquí! Lo dijo Ricardo, un joven de Barrancabermeja (Santander), que caminaba por el santuario mariano de Nuestra Señora de Aparecida. Él, como muchos otros colombianos, vivió la Semana Misionera en la ciudad más querida por los devotos de Nossa Senhora (Nuestra Señora). Se trata, en efecto, del santuario más grande de Brasil, acostumbrado a recibir diariamente a miles de peregrinos y que, además, durante los días de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) acogió a centenares de jóvenes venidos de todo el mundo para compartir y celebrar su fe.

Sorprendido, Ricardo se maravillaba ante la majestuosidad del santuario. Peregrinar a Aparecida fue uno de los momentos más esperados por los peregrinos de Colombia, Ecuador y Venezuela que fueron acogidos en la parroquia San Alfonso, a partir del 16 de julio y hasta las vísperas de la JMJ en Río.

Los peregrinos fueron acogidos con la alegría que caracteriza al pueblo brasilero. La noche de su llegada fue una auténtica fiesta en la que no faltaron las comidas, la música y costumbres propias de la región. Los brasileros de esta comunidad, llenos de gozo, se vistieron con las banderas de los países de los peregrinos que arroparon entre cantos, bailes y oraciones, como expresiones de catolicidad que se dibujaron también en las sonrisas de todos: los jóvenes, los adultos, los niños y hasta los curiosos transeúntes fascinados por los gritos y los cantos de la juventud congregada.

Responsables de su fe

9339027278_d41a9d1b78_oEl coordinador de la comunidad de São Pedro, Luiz Silva, contaba que en el último mes su pequeña comunidad celebró varias fiestas, casi de manera sucesiva. Justo a finales de junio, el día 29, culminaron las fiestas con las que honraron a su santo patrón. Además de la celebración litúrgica, tuvieron una gran variedad de actos culturales. A los peregrinos les llamó la atención observar cómo la misma comunidad se encarga del cuidado pastoral, de la administración de los bienes y de la atención a los menos favorecidos. Luiz y su esposa Rosana Chagas, por ejemplo, son los responsables de la animación litúrgica y de poner al tanto a los demás fieles sobre las obras emprendidas en su barrio. Así lo explicaba Luiz a los peregrinos, mientras les enseñaba la construcción, casi finalizada, de su nuevo templo.

A pocas cuadras de allí, se encontraba Regiane, una filóloga que colaboraba en la comunidad central de la parroquia. Su dominio perfecto del español le valió para coordinar las rutas de los peregrinos durante toda la Pre-jornada. También hizo parte de la comitiva local que les ofreció un feijoada, que es un plato típico compuesto por fríjoles, carne de cerdo, arroz y harina de yuca o farofa. Decía a todos los peregrinos que ese almuerzo era expresión del cariño de la comunidad a aquellos que habían venido desde tan lejos para compartir la esperanza.

Lo corroboraba Diana, quien trabaja con el obispado castrense de Colombia, y participaba por segunda vez en la JMJ. El calor de hogar que percibe en Aparecida le ha permitido reafirmar su convicción de que quien encuentra a Cristo y se dedica a su causa generosamente, recibe con mucha mayor generosidad.

Se percibía también en el ánimo de las personas. Inevitablemente no faltaron quienes preguntaran sobre las noticias de las protestas que se habían presentado en varias ciudades de Brasil durante el último mes. En Aparecida encontraron un gran sentido de esperanza que, en palabras de Chiquinha, una colaboradora de San Alfonso, se resume en una frase: “En Brasil todo es bueno, y con los jóvenes y Nuestra Señora, es mucho mejor”.

Rostros, sonrisas y lágrimas

En la mañana del viernes 18, los jóvenes peregrinos subieron al Morro do Cruzeiro (Cerro de la Cruz) para compartir la oración del Vía Crucis. La mezcla de las banderas le dio un toque de alegría y jovialidad a esta experiencia orante. Santiago Bedoya, un estudiante salesiano de décimo grado, saludaba a las personas de habla española, impresionado con la presencia del padre Saúl, un religioso de barba, entrado en años, proveniente de Ecuador, quien cargaba una imagen de la Guadalupana y no paraba de cantar un solo instante, contagiando con su alegría al grupo de venezolanos y españoles que coreaban el ¡Aleluya!, según él, en varios idiomas.

Subiendo al cerro Santiago se integró a otros tantos jóvenes colombianos y agentes de pastoral como Nancy, quien trabaja con campesinos y empobrecidos de los llanos orientales. Ella había llegado unos días atrás para participar en un congreso sobre el mejoramiento de las prácticas de cultivo, y se complacía contando que llevaría muchas semillas para sus campesinos: las orgánicas y aquellas que sembrará en sus corazones con el mensaje y el testimonio de tantas personas. Durante el Via Crucis, celebrado en español y en portugués, era imposible evitar que el acento local sobresaliera entre los extranjeros, especialmente cuando se pronunciaba el “Amén”, como auténtica expresión de entusiasmo.

De regreso a la parroquia, ya de noche, en un acto cultural cada una de las delegaciones ofreció una muestra de los elementos más sobresalientes de su lugar de origen. Fue, sin lugar a dudas, una celebración familiar donde parroquianos y peregrinos se sintieron hermanos, viejos amigos e hijos de una misma tierra. Los venezolanos bailaron samba, los brasileños aplaudieron los cantos quiteños y tararearon los ritmos vallenatos de Jorge Celedón.

9357832017_3f813687ee_bLa fiesta se extendió por varias horas. Al final, los peregrinos regresaron a casa con sus “familias brasileras”. Alejandro Bastidas se despidió para trasladarse a Niteroi (una ciudad cercana a Río de Janeiro), donde participaría en el Encuentro Internacional de Jóvenes Lasallistas, con otros seis compañeros que representaban los colegios de La Salle de la provincia de Bogotá. La familia que lo hospedó preparó una cena gostosa (deliciosa) para desearle un buen viaje. Con el intercambio de regalos quedó manifiesto el cariño que en pocos días vinculó al huésped con sus anfitriones.

Recapitulando sobre lo vivido, Alejandro coincidió con su compañero Diego Sabogal, del Instituto San Bernardo de Bogotá, su grata impresión sobre aquellos días de Semana Misionera, en los que fueron tratados con total familiaridad. Diego compartió que incluso a la mamá y a la hija menor de la familia que lo recibió, se les escaparon algunas lágrimas ante la inminencia de su partida.

La semana misionera fue el preludio de la JMJ en Río de Janeiro, donde se hizo presente “la juventud del Papa”. Para la ciudad de Aparecida, tan acostumbrada al desfile de cientos de romerías durante todo el año, ésta ha sido una semana especial. La huella que los jóvenes misioneros dejaron en la ciudad, en las parroquias y en las comunidades, permanecerá en su memoria. Los peregrinos, por su parte, no olvidarán a las familias que los acogieron con cariño infinito. Cobrarán sentido las palabras de Chiquinha: “En Brasil todo es bueno, y con los jóvenes y Nuestra Señora, es mucho mejor”.

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