João Batista Libanio: “La Iglesia se sigue preocupando por los problemas de la gente”

João Batista Libanio, téologo y asesor de la Conferencia Episcopal de Brasil

Téologo y asesor de la Conferencia Episcopal de Brasil

João Batista Libanio, téologo y asesor de la Conferencia Episcopal de Brasil

GRAZIELA CRUZ | ¿Cómo es el Brasil y la Iglesia que los peregrinos encontrarán durante su estancia para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río? Quien se atreve a presentar un panorama de la Iglesia en su relación con la sociedad y el significado de la JMJ en estos turbulentos tiempos del país, en entrevista con Vida Nueva, es el teólogo jesuita brasileño João Batista Libanio, asesor de la Conferencia Episcopal de Obispos de Brasil (CNBB) y autor de varios libros, entre ellos, La juventud en tiempos de la posmodernidad, La religión en el comienzo del milenio y El cristianismo del futuro.

PREGUNTA.- ¿Cómo analiza la presencia política de la Iglesia en Brasil el contexto nacional actual? ¿La Iglesia es una voz que está presente y se escucha? ¿Cuál es la principal diferencia de esa presencia hoy con respecto a los años 70 y 80 del siglo pasado?

RESPUESTA.- Durante el régimen militar (1964-1980), la Iglesia asumió con valentía la defensa de los derechos humanos, de los perseguidos, en momentos en que otras instituciones civiles tenían dificultades para hacerlo. El peso y respetabilidad de la Iglesia católica en todo el mundo impidieron que el gobierno militar la persiguiera como un todo, como sucedió en los países comunistas. Hubo discriminación, la represión de algunos obispos, sacerdotes y líderes laicos. La Iglesia tenía espacio para ser presencia crítica y ser reconocida. Luego, con la apertura política de Brasil, las instituciones civiles asumieron el papel de la Iglesia. Ella dejó de ser “la voz” para ser “una voz” en la escena nacional. Por otra parte, coincidió con el pontificado de Juan Pablo II, que promovió lentamente el alejamiento de la Iglesia institucional del campo político y la hizo volverse más hacia el interior. Se produjo una espiritualización y una reducción de su presencia y relevancia en la sociedad. Movimientos carismáticos sustituyeron, en parte, la obra de la Iglesia de la liberación, que fue limitada por Roma. La Conferencia de Puebla (1979) ya indicaba el cambio en la línea social de la Iglesia católica. Y en la Conferencia de Santo Domingo (1992) y el Sínodo de las Américas era todavía más claro el desplazamiento del acento hacia la vida interna de la Iglesia en lugar de una presencia pública decidida, especialmente en la lucha contra el sistema capitalista neoliberal.

A pesar de ello, la Iglesia de Brasil continuó con dos modos principales de presencia social: la Campaña de la Fraternidad (CF) y el Grito de los Excluidos. La primera es mucho más importante por su mayor duración durante la Cuaresma, con actividades pastorales a lo largo de todo el año, y el tema elegido, que, en general, se refiere a importantes cuestiones sociales, con gran impacto en la sociedad. Por ejemplo, desde que se puso en marcha en 1964, y que sigue hasta nuestros días sin interrupción, la CF trató temas como la liberación, la reconstrucción de la vida, el trabajo, la migración, la salud, la violencia, el hambre, la tierra, la negritud, la comunicación, la mujer, la juventud, la vivienda, los excluidos, la educación, el desempleo, la dignidad humana y la paz, el problema de las drogas, los pueblos indígenas, los ancianos, el agua, las personas con discapacidad, Amazonia, la defensa de la vida, la seguridad pública, la economía y la vida, la vida en el planeta, la salud pública… Eso muestra la preocupación de la Iglesia por la vida de las personas y los problemas actuales y graves. En este sentido, todavía sigue desempeñando un papel importante, aunque menos expresivo que en décadas anteriores, debido a la transición a esa vida interior. Por otra parte, el Grito de los Excluidos, aunque tenga menor repercusión nacional, culminando el 7 de septiembre, Fiesta de la Patria, promueve una serie de eventos con el fin de recordar las luchas sociales por la liberación y denunciar el sistema opresivo.

P.- ¿Cuál es la importancia de un evento como la JMJ para movilizar a los jóvenes en torno a temas sociales, políticos y culturales? ¿Y para la evangelización de la juventud?

R.- Vivimos en una sociedad del espectáculo. Fácilmente transformamos en exterioridad iniciativas que buscan objetivos más profundos. La JMJ no escapa a esta condición cultural. Hay un aspecto festivo, de los viajes, la bienvenida a los extranjeros, de noticias, celebraciones y, sobre todo, la tan esperada presencia del Papa. El riesgo, por supuesto, es no ir más allá de la fiesta y que entonces todo terminará el día del regreso del Papa a Roma. El efecto pastoral desaparece rápidamente. Consciente de este peligro, la pastoral juvenil ha tratado de preparar a los jóvenes y de organizarlos de tal forma que sigan animados después del evento principal de la visita del Papa. En lugar de ser puntual, han tratado de convertirlo en un momento de gracia para la animación de la pastoral juvenil con numerosas actividades e iniciativas. En preparación para la JMJ y la visita del Papa, en la semana previa se desarrolló una Semana Misionera en todas las diócesis de Brasil, en cuyas ciudades se reunieron jóvenes de todo el mundo para que esa juventud llegada de distintos países tuviese contacto con las realidades locales y, a través del intercambio de experiencias, enriqueciesen la fe y la vivencia cultural. Las iglesias que van a recibir a los jóvenes extranjeros se movilizan para prepararse para tal bienvenida. Lo que no podemos predecir es si las movilizaciones políticas que están alcanzando casi el nivel de explosión social tendrán repercusiones en la Jornada Mundial de la Juventud.

En el nº 2.858 de Vida Nueva.

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