Tribuna

Manos para traer la primavera

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Julián del Olmo, sacerdote y periodista, director de ‘Pueblo de Dios’ (TVE)JULIÁN DEL OLMO | Sacerdote y periodista, director de ‘Pueblo de Dios’ (TVE)

“Sería una gozada que se confirmara la llegada de una nueva primavera. Si necesitas que te echemos una mano para adelantarla, cuenta con nosotros (me consta que hay mucha gente esperando que cambie el tiempo)…”.

Hermano Francisco:

Empiezo dándote las gracias por haber aceptado (contando con la ayuda del cielo) el cargo de Hermano Mayor de la gran Familia Cristiana (Iglesia) con la responsabilidad de administrar el valioso patrimonio de fe, esperanza y caridad que posee y que está enraizado en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Nuestra Familia tiene más de 1.000 millones de miembros repartidos por los cinco continentes, pero no podemos dormirnos en los laureles. Nos alegra que la Familia aumente, pero no se trata de ser más, sino de ser mejores hijos de nuestro Padre y mejores hermanos, y confiamos en que tú nos ayudes a conseguirlo.

En el corto tiempo que llevas ejerciendo de Hermano Mayor has revolucionado a la Familia. Muchos hermanos y hermanas se hacen lenguas de la rebaja en el ostentoso ceremonial vaticano de corte medieval de tus homilías de párroco de misa de 12 que quiere que los feligreses las entiendan sin necesidad de traducción; de tu anillo de pescador, de plata, porque hay crisis en el sector y el oro de 24 quilates está por las nubes; de tu discreto pectoral por eso de que la cruz de Jesús fue de madera y “el siervo no es más que su señor”; de tus zapatos negros (nada principescos) gastados de andar en busca de la oveja perdida; de tu renuncia a vivir en el palacio apostólico y de tu sonrisa espontánea que nos recuerda que nuestro Padre-Dios es alegre.

Es la “teología de los gestos” (ver para creer) y sabemos que un gesto vale más que mil palabras. ¿Acaso no fue esta la forma de actuar de Jesús? Su vida (según los Evangelios) está llena de gestos sanadores, de perdón, de bendición, de comunión, de denuncia… Los discípulos que se dirigían a Emaús lo reconocieron al partir el pan. Tú sigue los pasos de Jesús, ya que eres su vicario, y como la Familia (y los que no son de la Familia) tenemos puestos los ojos en ti, algo se nos irá pegando.

Hemos visto que a los que te quieren idolatrar les has recordado que “Cristo es el centro de la Iglesia y no el sucesor de Pedro”, y está bien que aclares las cosas para evitar confusiones. Tenemos que darle a Jesucristo –de palabra (homilías y discursos) y de obra– el protagonismo que le corresponde anteponiéndolo a todo lo demás (incluido el Derecho Canónico). También en esto nos tienes que ayudar porque, a veces, olvidamos que Él es la piedra angular de la Iglesia y nadie le puede usurpar el puesto y el honor.

En tu actuación como “pastor con olor a oveja”
estamos percibiendo que se ha levantado un airecillo que,
si nadie lo apaga, acabará abriendo ventanas que estaban
cerradas por temor a que los habitantes de la casa se resfriaran.

Hermano Francisco, en tu actuación como “pastor con olor a oveja” estamos percibiendo que en la residencia Santa Marta donde vives se ha levantado un airecillo que, si nadie lo apaga, acabará abriendo ventanas que estaban cerradas por temor a que los habitantes de la casa se resfriaran, y cuando la casa no se ventila, el aire se contamina y puede llegar a hacerse irrespirable.

Te diré que algunos hermanos y hermanas, nostálgicos de la primavera eclesial que trajo el Concilio Vaticano II, empiezan a ver “brotes verdes” en la Plaza de San Pedro, pero no quieren echar las campanas al vuelo por si fuera un espejismo. Sería una gozada que se confirmara la llegada de una nueva primavera. Si necesitas que te echemos una mano para adelantarla, cuenta con nosotros (me consta que hay mucha gente esperando que cambie el tiempo).

Hermano Francisco, he bajado a los infiernos de la pobreza y la miseria en muchos lugares del mundo, donde me encontré con muchos hermanos nuestros, y te confieso que nos resultó difícil reconocernos como tales por la diferencia tan abismal (económica, sobre todo) que hay entre ellos y nosotros (tú lo experimentaste en las villas miseria de Buenos Aires). Clama al cielo, a la tierra y a nuestra conciencia la muerte diaria de 100.000 personas a causa del hambre, la pobreza y la violencia.

Algo tendremos que hacer los hermanos para evitar este genocidio y, por supuesto, contamos contigo. También me encontré con infinidad de hermanos y hermanas que están dando su vida por los más necesitados, lo que nos honra a la Familia y nos redime de nuestros pecados de egoísmo.

He leído cartas dirigidas a ti en las que los hermanos te piden muchas cosas: reforma de la Curia vaticana, democratización de ciertas estructuras de la Iglesia, reforzamiento del papel de los laicos en general y de la mujer en particular, ordenación de sacerdotes casados, solución a las personas divorciadas y vueltas a casar… Tú verás lo que tienes que hacer (y lo que puedes hacer) en estos delicados asuntos, pero que sepas que tenemos puestas en ti muchas esperanzas.

Un fuerte y cariñoso abrazo.

En el nº 2.857 de Vida Nueva.