Pissarro, el primer impresionista

El puente de Charing Cross, Londres, Camille Pissarro exposición en el Thyssen

El Museo Thyssen inaugura la primera exposición monográfica del pintor, al que reivindica como pionero del arte moderno

Autorretrato, Camille Pissarro exposición en el Thyssen

‘Autorretrato’

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Por primera vez, un museo español –el Thyssen-Bornemisza, en Madrid– dedica una gran exposición monográfica a Camille Pissarro (Santo Tomás, Islas Vírgenes, 1830-París, 1903), el vértice del movimiento impresionista. Guillermo Solana, conservador jefe del Thyssen-Bornemisza y comisario de la exposición, cree, de hecho, que “Camille Pissarro es quizá la figura fundamental del impresionismo y, al mismo tiempo, la menos reconocida de ese movimiento. Fue él quien en 1873 redactó los estatutos de la cooperativa de artistas que iniciaría las exposiciones del grupo impresionista y fue el único pintor que participó en las ocho exposiciones impresionistas, desde 1874 hasta 1886”.

La carrera de Pissarro sería eclipsada en vida por el inmenso éxito de su amigo Claude Monet. Sombra que le persiguió durante el siglo XX –hasta los años 80, cuando se le instaló en un primerísimo plano de la historia del arte– por la fama Manet o Degas, e incluso de los postimpresionistas. La muestra le reivindica como el primer impresionista, no solo por su edad –fue el mayor en edad del grupo y algo así como el “maestro” de todos–, sino también como quien mostró la senda.

Paul Cézanne –quien se consideraba, junto a Gauguin, como su discípulo– lo definió como “humilde y colosal”, y añadió sobre él: “Todos venimos quizá de Pissarro. Tuvo la suerte de nacer en las Antillas, donde aprendió el dibujo sin maestro. Me lo ha contado él mismo. En 1865 eliminaba ya el negro, el betún, la tierra de Siena y los ocres. Es un hecho. ‘Pinta solo con los tres colores primarios y sus derivados inmediatos’, me decía. Así que, Pissarro es el primer impresionista”.

Restaurar una reputación

Solana afirma rotundo que “esta exposición se propone restaurar la reputación de Pissarro no solo como ‘el primer impresionista’, sino también como maestro de los pioneros del arte moderno”.

De las 79 obras expuestas, la mayoría son paisajes. “Fue el género dominante en la producción de Pissarro –dice Solana–, y se articula en orden cronológico, en función de los lugares donde el pintor residió y trabajó. La mayor parte de su vida transcurrió en pueblos como Louveciennes, Pontoise y Éragny, pero las dos últimas salas de la exposición están dedicadas a los paisajes urbanos creados en la década final de su vida: sus vistas de París y Londres, Ruán, Dieppe y Le Havre…”.

En ese paisaje, sin embargo, casi siempre hay un hombre, una mujer en el camino. A veces, es tan solo el sendero en el campo, la calle de la ciudad que muere en el horizonte. “Si hubiera que elegir un solo tema visual que resumiera toda la obra de Pissarro –continuá Solana–, ese tema sería el camino: una calle saliendo de un pueblo, una carretera a través de los campos, un sendero que se pierde en el bosque. A veces, el camino coincide con las líneas de fuga; otras veces sigue la curva que bordea un huerto o rodea una colina, motivos que multiplican las posibilidades pictóricas”.

Camino de Versalles. Louveciennes. Sol de invierno, Camille Pissarro exposición en el Thyssen

‘Camino de Versalles. Louveciennes. Sol de invierno…’

Sin embargo, Solana entrevé un sentido religioso. “Todo camino vincula espacio y tiempo y produce un sentido narrativo. En la pintura de los maestros antiguos es el escenario de la huida a Egipto, la subida al Calvario o el encuentro en Emaús –explica Solana–. El romanticismo preservó el aura sagrada del camino en la figura del peregrino, pero también lo convirtió en el lugar de la errancia y la deriva, cuyos protagonistas son los artistas, los buhoneros y los vagabundos. Así sucede todavía en Courbet”.

Gustave Coubert influyó notablemente en Pissarro. No solo en su visión de la pintura, sino, fundamentalmente, en sentido ideológico. El socialismo utópico de Coubert derivó en el anarquismo de Pisarro, y marcó su rechazo a la religión, al judaísmo sefardí de su padre –el portugués Abraham Pisarro– o al catolicismo de Julie Vellay, la cocinera de sus padres, con la que se casó con la oposición familiar y con la que vivió toda su vida.

“Aunque la pintura de Pissarro, como la de otros impresionistas, parece haber abandonado toda pretensión narrativa, el camino, incluso cuando aparece exento de figuras humanas, conserva en ella una profunda capacidad alusiva, evocadora”, explica.

El propio Pissarro era un caminante en busca de sentido de la vida, de trascendencia –algunos de sus íntimos amigos, le llegaron a llamar, de hecho, le bon Dieux (el buen Dios)–; de Santo Tomás a París, de Pontoise a Louveciennes, de Montfoucault a Londres, huyendo de la guerra franco-prusiana; vuelta a Louvenciennes –la casa, con 1.300 obras de Pissarro, fue saqueada y solo pudo recuperar unas 40– y, de ahí, a Ruán, a Éragny, a París. Pero siempre estaba viajando, en busca de inspiración, en busca de nuevos temas, en busca de la verdad, en busca de lo bello, a partir de lo real siempre reflejado con un puntillismo con el que se le ha caracterizado, pero que no fueron más de cinco intensos años.

Solo después de conocer a Seurat en 1885, Pissarro se convirtió a la fe neoimpresionista, siendo el único de los fundadores del grupo que adoptaría el nuevo método, conocido popularmente como “puntillista” o, más estrictamente, “divisionista”. Hasta 1890 persistiría la influencia del puntillismo en su obra; después, regresaría a la factura más genéricamente impresionista y también, coincidiendo con el regreso a París, a la ciudad como objeto pictórico.

El puente de Charing Cross, Londres, Camille Pissarro exposición en el Thyssen

‘El puente de Charing Cross, Londres’

Dedicación a las ciudades

Pissarro nunca explicó por qué su dedicación a las ciudades. Hay una carta de 1889 a su sobrina Esther: “Hay mucho que decir de la búsqueda de lo bello actual, de lo bello en general. ¿Cuál es este en nuestra época de humbug [broma]? ¿Será lo bello griego? Esa belleza pagana, fría, disciplinada, me parece al margen de nuestras ideas filosóficas. ¿Lo bello japonés, chino, hindú? Piensa en nuestro modo de vida, en nuestra forma de vestir y verás también que sus corrientes de ideas filosóficas y religiosas están al margen de nuestro temperamento. ¿Entonces qué? ¿La Torre Eiffel? Es aterradora. Pero sí, ¡esa es la belleza moderna! ¡Así que mi primer dibujo de esta serie [Turpitudes sociales] te muestra al filósofo contemplando irónicamente la torre que trata de ocultar el sol naciente y el ideal nuevo!”.

Ese “ideal nuevo” se ha vinculado a la filosofía anarquista, que Pissarro seguía. R. Brettel se pregunta en el catálogo de la exposición si puede haber un arte anarquista y explora este anarquismo en Pisarro.

“Los especialistas han subrayado su rechazo de los valores plenamente burgueses de la familia en que nació, la cual, al igual que muchas familias judías de la época, giraba en torno a un negocio y medía el éxito en términos de dinero y propiedades. La oposición de Pissarro a esos valores era total. Incluso en sus escasas cartas de juventud está ya claro que valoraba una vida sin propiedad privada, modesta y entregada al trabajo”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.854 de Vida Nueva

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