‘Pacem in terris’, una carta abierta al mundo

religiosos sueltan palomas al aire libre

El sueño de la paz perpetua sigue vivo en el 50º aniversario de la encíclica de Juan XXIII

encíclica Pacem in terris de Juan XXIII

FELIPE MANUEL NIETO FERNÁNDEZ, CM | Hace poco más de un año, Benedicto XVI escribía un mensaje a los participantes en la XVIII sesión plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, reunidos en Roma con el objetivo de hacer un estudio interdisciplinar en el 50º aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in terris.

En dicho mensaje, el Papa, apropiándose de una frase que pronunció el cardenal Suenens en la presentación y explicación de la encíclica, el 13 de mayo de 1963, en la Asamblea General de la ONU, define el documento como una “carta abierta al mundo”, donde otro papa, obispo y pastor, cercano al fin de sus días, lanzaba por vez primera un llamado universal para que la humanidad se decidiera a trabajar, urgentemente, a favor de la paz y por la justicia.

Ciertamente, aunque el mapa geopolítico, cultural y económico ha cambiado, los objetivos, los valores puestos en juego y las propuestas de esta atrevida y novedosa epístola, dirigida a todos los hombres de buena voluntad, continúan teniendo el mismo vigor y fuerza para nuestro presente.

Así pues, en este Pliego, pensado con una actitud metodológica de mirada histórica, pero con gafas éticas, además de ofrecer un mapa que sirva de guía para entender y justivalorar las aportaciones de la encíclica en el ámbito de la moral política y de la pastoral social, busco alentar un nuevo encuentro con ella, convencido –que lo estoy– de que vamos a descubrir claridad para entendernos y principios para actuar en nuestro mundo y en este tiempo de déficit de la convivencia en los que estamos inmersos.

Contexto, texto y pretexto

(…)

Vista en su conjunto, la Pacem in terris tiene un objetivo primordial, que es entusiasmar a todos los hombres y mujeres del mundo con la idea de que la paz es necesaria y posible. Junto a este, están otros dos grandes objetivos: atender debidamente el bien universal y constituir una autoridad mundial al servicio del bien común, garantía de la armonía entre los individuos y los pueblos.

Al hilo de este horizonte, se van desgranando principios y enseñanzas fundamentales del discurso social de la Iglesia: dignidad y sociabilidad innata del ser humano, orden moral natural querido por Dios, bien común integral y universal, principio de subsidiariedad, función social de la propiedad privada, libertad religiosa, autoridad y participación de los ciudadanos en la vida política.religiosos sueltan palomas al aire libre

Las reacciones tras su publicación se multiplicaron. La prensa de todo el mundo, llamada por la curiosidad de los caminos para la paz que proponía el Papa, se hizo eco de ella provocando su amplia difusión y una proliferación de estudios de todo tipo. Entre sus lectores se despertó el entusiasmo, porque entre líneas se podía apreciar una aproximación distinta a lo social: a los principios, fuertemente anclados en la tradición social, se les imprimió un dinamismo diferente, más vecino a los problemas que inquietaban a las gentes.

De la sorpresa se pasó a la admiración. Los comentaristas de la encíclica comenzaron a destacar la mirada perspicaz a la realidad histórica que delataba que algo había cambiado, por lo menos en el estilo, a la hora de analizar, juzgar y actuar sobre lo social. No se trataba solo del lenguaje cercano, era también el derroche de optimismo, la tímida presencia de la circularidad hermenéutica entre realidad histórica y Revelación, el apoyo en datos empíricos para el análisis, el acercamiento a los organismos seculares internacionales, el enganche al carro de la defensa los derechos humanos, el abandono del tono negativo y de la inercia a la condena, los signos de los tiempos como categoría moral y el sano realismo utópico de la propuesta de una autoridad mundial.

Más de dos décadas de enfrentamientos ideológicos, donde las armas fueron los tratados, los campos de batalla las finanzas y el objetivo conquistar el mundo, produjeron, entre otras consecuencias, un planeta herido en lo profundo. Pío XII fue enérgico en la condena de esta situación, pero Juan XXIII lo hizo de otra manera: aprovechó el cansancio psicológico de todos para, no solo denunciar la situación y proponer soluciones a las consecuencias de este enfrentamiento frío, sino también, de una manera valiente, plantear lo verdaderamente importante: hacer desaparecer el miedo a base de un cambio de mentalidad que llegue hasta las mismas conciencias (PT 113).

Voy a servirme de esta peculiar forma de narrar, para exponer cómo, 50 años después, la Pacem in terris puede seguir leyéndose como una carta abierta dirigida a todas los personas del siglo XXI, porque persisten algunos de los problemas concretos que denunció, han tomado nuevo vigor los principios rectores que propuso y continúa pendiente el reto
de conseguir una paz perpetua.

Pliego publicado en el nº 2.854 de Vida Nueva. Del 29 de junio al 5 de julio de 2013

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