Editorial

Hoy como ayer, la paz es necesaria y posible

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Siria, República Centroafricana, Israel y Palestina, República Democrática del Congo, Irak, Afganistán, Malí, Colombia… Son muchos –demasiados– los escenarios mundiales que todavía soportan el tronar de las armas en pleno siglo XXI. Tantos que, medio siglo después de la promulgación de la encíclica Pacem in terris, las palabras del beato Juan XXIII siguen interpelándonos con mayor fuerza si cabe que entonces.

Corren otros tiempos, desde luego: aquellos años de Guerra Fría, de un mundo fracturado por un eje Este-Oeste, han ido dando paso a un proceso de globalización tan prometedor como amenazante. Hoy, Norte y Sur reproducen y agravan las diferencias de antaño, poniendo en peligro el frágil equilibrio planetario. Y, cuando este se rompe, la primera víctima suele ser la paz entre los pueblos.

Resulta no solo conveniente, sino hasta urgente, por tanto, rescatar las principales intuiciones de un texto que nos sigue llamando a alcanzar el sueño de una convivencia mundial. Eso hacen las páginas de nuestro Pliego, una relectura, en clave ética y actual, de un documento pontificio que bien podría ser la “carta abierta al mundo” de aquel Papa empeñado en entusiasmar a los hombres y mujeres de cualquier rincón del planeta con la idea de que la paz era –y es– necesaria y posible.

Con un lenguaje cercano, reflejo sin duda de la especial sensibilidad del autor hacia los problemas e inquietudes de sus contemporáneos (los “signos de los tiempos” que el Concilio Vaticano II erigió en categoría moral), Roncalli reclama una paz fundada “en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”.

El tono negativo o condenatorio de viejos
documentos magisteriales se torna análisis y propuesta,
los derechos humanos cobran el merecido protagonismo
y los organismos internacionales se erigen
en interlocutores de referencia.

Cuatro valores, cuatro pilares fundamentales sobre los que asentar la tan añorada convivencia, y que deberían traducirse en dos grandes objetivos: atender debidamente el bien universal (PT, 132) y constituir una autoridad mundial al servicio del bien común, garantía de la armonía entre los individuos y los pueblos (PT 137).

Sus palabras, propias de un sano realismo utópico, suponen un derroche de optimismo y la apertura definitiva de la Iglesia a una realidad con la que no pocas veces había aparecido enfrentada. El tono negativo o condenatorio de viejos documentos magisteriales se torna análisis y propuesta, los derechos humanos cobran el merecido protagonismo y los organismos internacionales se erigen en interlocutores de referencia.

Todo ello, retomado de uno u otro modo por sus sucesores en los diversos mensajes coincidiendo con la anual Jornada Mundial de la Paz del primero de enero, es también hoy una llamada –personal y comunitaria– a sumar esfuerzos en la ardua tarea de construir la paz. Lo cual pasa, primero, por mirar el presente con ojos creyentes, para ofrecer a nuestro mundo una palabra y un testimonio que permitan seguir pensando a la humanidad herida (de Oriente Medio, de África…) que el sueño de Juan XXIII todavía es posible.

No estaría de más que los grandes líderes internacionales y la Asamblea General de Naciones Unidas acompañe sus eternas –y, a menudo, infructuosas– negociaciones de un ejemplar de la Pacem in terris. El mundo se lo agradecería.

En el nº 2.854 de Vida Nueva. Del 29 junio al 5 julio 2013.

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