Tribuna

¡Qué bien te entendemos!

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Soledad Suárez presidenta Manos UnidasSOLEDAD SUÁREZ | Presidenta de Manos Unidas

“Gracias por tus mensajes diarios en Santa Marta, donde utilizas un lenguaje que todos comprendemos. Se nota que vives los problemas con cercanía y que has bajado mucho a la calle, y eso me parece realmente importante…”.

Querido papa Francisco:

Agradezco esta oportunidad que nos brinda Vida Nueva para escribirte esta carta y lo hago encantada, pues te siento humano y cercano. Fuiste una sorpresa y lo continúas siendo todavía. Estoy feliz del interés tan positivo que has suscitado, y creo que la Iglesia lo necesitaba.

Eres el primer papa latinoamericano. Desde hace tiempo, sabíamos que eso tendría que ocurrir alguna vez, ya que el continente americano forma parte importante de la Iglesia y, ahora que ese momento ha llegado, bienvenido seas. Tal vez, algunos sean más lentos que otros en adaptarse a esta novedad, pero no lo es para nosotros, que llevamos más de cincuenta años colaborando con comunidades latinoamericanas, aprendiendo mucho y constantemente de cada persona. Y pensamos que algún día podremos tener un papa de África o de Asia, pues así es el mundo y así es también nuestra Iglesia.

Me gustaría agradecerte tus gestos y lo que ellos expresan: valores como la sencillez, la austeridad y la cercanía con la gente; gracias por tus mensajes diarios en Santa Marta, donde utilizas un lenguaje que todos comprendemos. Se nota que vives los problemas con cercanía y que has bajado mucho a la calle, y eso me parece realmente importante.

Estoy feliz con tu proximidad a lo sencillo, con tu petición de una Iglesia que llegue a tantas periferias como nos rodean, y me siento feliz también por la fuerza con que subrayas el mensaje eclesial tradicional de la centralidad del ser humano.

Me doy cuenta de que
los cardenales que se reunieron en el cónclave
te eligieron y te encomendaron una labor complicada,
pero creo que eres fuerte,
tal vez aún más fuerte de lo que parece.

Recuerdo en especial tu homilía del pasado primero de mayo en Santa Marta, en la que afirmaste la dignidad del trabajo y del trabajador, y lamentaste que estos últimos se hayan convertido en menos importantes que las cosas que producen; recordaste también la tragedia de Bangladesh, donde cientos de personas que cobraban 38 euros al mes perdieron la vida; criticaste los infratrabajos y los trabajos esclavos…

Tengo encima de la mesa el discurso que dirigiste el 16 de mayo a los embajadores ante la Santa Sede de Kirguistán, Antigua y Barbuda, el Gran Ducado de Luxemburgo y Botswana, en el cual recordaste la precariedad cotidiana en la que viven la mayoría de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo; lamentaste que los ingresos de la mayoría vayan disminuyendo al tiempo que los de una minoría crecen de manera exponencial: un desequilibrio, añadiste, que proviene “de ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”.

Hablaste de la instauración de “una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral y sin remedio posible sus leyes y sus reglas”; de “la dictadura de la economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”; de la deuda y el crédito que alejan a los países de su economía real; de la corrupción y de la evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. “El afán de poder y de poseer se ha vuelto sin límites”, lamentaste. Y pediste “un cambio audaz de actitud de los dirigentes políticos” que les haga capaces de poner en marcha una reforma financiera ética. Tengo subrayada la frase: “¡El dinero debe servir y no gobernar!”.

¡Qué bien te entendemos, papa Francisco, y cuánta sintonía tiene esto con el sentir de quienes deseamos trabajar por el interés común, por el prójimo! Sabemos que en la raíz de la pobreza extrema hay causas estructurales, como esas reglas de relaciones internacionales injustas, a las que haces referencia, que no tienen en cuenta a las personas.

Desde mi pequeño rincón en Madrid, donde trabajo como voluntaria de Manos Unidas (hoy, en la Presidencia; mañana donde Dios me llame), y donde intento ejercer ese “poder verdadero” que, según aseguras, es “el servicio”, yo no sé, papa Francisco, cuáles serán las dificultades que encontrarás en tu camino. Me doy cuenta de que los cardenales que se reunieron en el cónclave te eligieron y te encomendaron una labor complicada, pero creo que eres fuerte, tal vez aún más fuerte de lo que parece. Adivino en ti motivaciones evangélicas, y esa es la fuerza mejor, y la que tiene también la posibilidad de contagiarse.

En Manos Unidas intentamos, desde nuestros orígenes, estar al servicio de los más pobres y acompañarles en su caminar, apoyando sus proyectos en lo que le es posible. Nuestra vocación es esa disponibilidad y ese servicio, en sintonía con toda la Iglesia y en comunión contigo, que llevas el timón de la Barca de Pedro. ¡Cuenta con nosotros, Santo Padre!

En el nº 2.853 de Vida Nueva.