Crisis de fe, una crisis cultural

cruz grande anclada con cables de acero

Reflexiones tras la rotura del andamiaje social sobre el que se asentaba la fe cristiana

cruz grande anclada con cables de acero

ÁNGEL CORDOVILLA PÉREZ, Universidad Pontificia Comillas | “Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida de sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy”. El diagnóstico de Benedicto XVI nos obliga a responder a una pregunta que no es nueva: ¿sigue siendo la fe la posibilidad más radical y humana para el hombre, justo en un momento en el que este parece alcanzar sus deseos por caminos más mundanos y secularizados?

Más allá de la respuesta, lo que aquí nos interesa es la pregunta misma por esa posibilidad de la fe, lo cual nos permitirá descubrir la situación nueva que vivimos: la increencia como mentalidad dominante y una sociedad donde lo que se cuestiona, precisamente, es la fe en Dios.

(…)

Indiferencia existencial

Como ya hemos dicho más arriba, la crisis de fe es cultural, es decir, del humus en el que el ser humano se encuentra. No es tanto una actitud determinada contra ella, sino una atmósfera que ha terminado siendo una mentalidad. Esto hace que no pueda ser analizada en una dimensión exclusiva o unidireccional, y ni mucho menos puede ser achacada a la vida y pastoral de la Iglesia nacida del Concilio.mujer sostiene crucifijo pequeño entre sus manos

En este sentido, no es una crisis que afecte tanto al contenido de la fe, sino más bien a la gramática de la fe, es decir, al presupuesto de la fe y al lenguaje en el que se formula. No hay un problema de herejías doctrinales, sino de indiferencia existencial en torno a la fe y a su forma explícita de confesión eclesial. La cultura y el andamiaje social sobre el que se asentaba la fe cristiana, como un conjunto unitario o base común, se ha roto.

Es verdad que, desde el punto de vista del contenido de la fe, asistimos a un momento de ignorancia, confusión y ambigüedad. Pero este es, en realidad, un problema menor. Hay algunos aspectos que podemos señalar con preocupación: la comprensión de un Dios a-personal como energía del universo o aliento vital; una afirmación de la fe en la creación difícil de conjuntar con los datos que nos ofrecen las ciencias empíricas; la imposible afirmación de hecho de que el hombre es imagen de Dios en una comprensión eminentemente monista de su estructura fundamental; una confesión de la fe en Cristo más como Jesús de Nazaret que como verdadero Hijo de Dios encarnado; la siempre difícil comprensión de la mediación eclesial; la dificultad para afirmar una auténtica fe en la resurrección y la vida eterna.

No obstante, la crisis es más profunda. En la sociedad actual, tenemos la impresión de que el cristianismo ha dejado de ser el tejido fundamental de la sociedad, la comprensión decisiva del hombre y del mundo. Siempre hemos necesitado la conversión, el encuentro con el Señor, la purificación de las estructuras eclesiales, el arrojo misionero, pero estamos en un momento nuevo de la historia, en una auténtica encrucijada, donde el cristianismo ha dejado de ser la referencia fundamental para el desarrollo de la vida humana.

Ahora es un momento nuevo. La cultura y la sociedad,
sin ser pre-cristianas, ya no son decisivamente cristianas,
sino post-cristianas y hasta anti-cristianas.
Algunos son tradicionalmente cristianos,
pero viven en la sociedad como si no lo fueran.

Hace años ya, denominamos esta situación como de post-cristianismo. Hemos conocido el desafío de una sociedad pre-cristiana que había que evangelizar desde el testimonio de la vida, especialmente, como belleza fundamental del existir humano, con la capacidad para unir fe, razón y vida (Iglesia antigua). Hemos vivido la evangelización cotidiana, al ritmo del humano vivir, tejiendo el discurrir de las horas y llenando los espacios con arquitectura y presencia social en una sociedad configurada por el propio cristianismo (Iglesia medieval). Desde aquí nos hemos lanzado a la evangelización de nuevos mundos llevando Evangelio y cultura, a veces con abusos y colonizaciones en nombre de la fe, pero con un resultado en su conjunto muy positivo (Iglesia moderna).

Ahora es un momento nuevo. Pues la cultura y la sociedad, sin ser pre-cristianas, ya no son decisivamente cristianas, sino post-cristianas y, en algunos casos, anti-cristianas. En ella, algunos quieren des-vincularse definitivamente de esta herencia, volviendo a un hedonismo y cinismo radical; otros permanecen en lo cristiano como valor occidental que hay que mantener frente a la agresividad del mundo islámico, lo que nos llevaría a un retorno a lo peor de la época medieval (cristianos culturales).

Otros siguen siendo tradicionalmente cristianos, pero de hecho viven en medio de la sociedad como si no lo fueran, dejan esta realidad exclusivamente para el ámbito de lo privado y familiar, sin capacidad ni brío para que esta forma de vida impregne de verdad la vida cotidiana en el ámbito donde se juegan las decisiones fundamentales…

Pliego publicado en el nº 2.852 de Vida Nueva. Del 15 al 21 de junio de 2013

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