Una hora de oración cuyo eco resonó en toda la cristiandad

papa Francisco reza ante la tumba de Juan XXIII en el 50 aniversario de su muerte 3 junio 2013

Convocatoria sin precedentes de una adoración eucarística mundial por el Corpus

papa Francisco preside adoración eucarística mundial en la basílica de San Pedro 2 junio 2013 Corpus Christi Año de la fe

Francisco preside la primera adoración eucarística mundial de la historia [extracto]

ANTONIO PELAYO. ROMA | Acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia y de difícil repetición: entre las cinco y las seis de la tarde (hora de Roma) del domingo 2 de junio de 2013, festividad del Corpus Christi, centenares de miles de fieles, tal vez millones, adoraban simultáneamente el Santísimo Sacramento de la Eucaristía en los más remotos ángulos del planeta. Todos se sentían también vinculados al sucesor de Pedro, que presidía esta excepcional “hora santa” en la Basílica de San Pedro.

Ha sido una de las más bellas manifestaciones del Año de la fe convocado por Benedicto XVI, quien, con seguridad, se adhirió a él desde su capilla en el Monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano.

Al presentar a los periodistas la solemne adoración eucarística a nivel mundial, Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, resaltó su lema, Un solo Señor, una sola fe, y destacó su significativo alcance: “Hemos obtenido una respuesta masiva en todas las partes del globo, que se ha extendido más allá de las catedrales y que ha implicado a todas las conferencias episcopales, las parroquias, las órdenes y congregaciones religiosas, especialmente los monasterios de clausura, y las asociaciones”.

La celebración vaticana se abrió con el himno Credo Domine y, una vez expuesta la Custodia en el altar, el silencio reservado a la adoración se alternaba con la lectura de algunos extractos del capítulo sexto del Evangelio de san Juan y de oraciones compuestas por los papas, desde Pío XII a Benedicto XVI, así como por algunos cantos eucarísticos, como el Ubi caritas y el Tantum ergo, al final del cual, el papa Francisco bendijo a todos los presentes.

A esa misma hora, en Irlanda, Nigeria, Canadá, Argentina, Chile, Colombia, Estados Unidos, México, Noruega, Letonia, Rumanía, India o Vietnam tenían lugar actos similares y, ya entrado en Occidente el 3 de junio, proseguían en Papúa-Nueva Guinea, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Indonesia o Filipinas, por citar solo algunos de los países.

Entre las intenciones en las que el Papa quiso que se hiciera hincapié en esta hora santa, hay que subrayar su petición por “los parados, los ancianos, los emigrantes, los que no tienen casa, los presos y todos los que sufren la marginación”. También había que rogar para que la Iglesia pueda presentarse al mundo “más bella, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada”

Con las víctimas de la guerra

Era, para el Santo Padre, una hermosa forma de cerrar una jornada que había comenzado, como es habitual en él, a primera hora de la mañana con su Misa en la capilla de la Casa de Santa Marta, donde, por cierto, ha reiterado su deseo de permanecer viviendo. En una carta dirigida a su amigo el sacerdote argentino Enrique Martínez (publicada por el diario Clarín, de Buenos Aires, el 28 de mayo), escribía: “No he querido ir a vivir al Palacio Apostólico. Voy allí solo para trabajar y para las audiencias. He seguido viviendo en Santa Marta, que alberga a obispos, sacerdotes y seglares. Estoy visible para la gente y hago una vida normal. Todo eso me hace bien y me evita quedar aislado”.

Los invitados a participar en la Eucaristía del domingo 2 de junio (fiesta nacional en Italia) eran un centenar de militares heridos en alguna misión de paz y familiares de soldados muertos en campaña: viudas, padres, hermanos, huérfanos; algunos de muy tierna edad. “Hoy hemos venido aquí –les dijo el Pontífice– para rezar por nuestros muertos, por nuestros heridos, por las víctimas de esa locura que es la guerra: es el suicidio de la humanidad, porque mata el corazón, mata aquello que es el mensaje del Señor, mata el amor… Detrás de cada guerra están siempre los pecados: el pecado de la idolatría, el pecado de utilizar a los hombres, de sacrificarles en el altar del poder”.

papa Francisco recibe en audiencia a José Mujica presidente de Uruguay junio 2013

Hubo gran cercanía entre Francisco y el uruguayo Mujica

Esa preocupación por el efecto devastador de las guerras volvió a los labios de Francisco cuando, finalizado el Angelus, dirigió un nuevo llamamiento a la comunidad internacional para que cese la violencia en Siria, “que golpea sobre todo a una población inerme que aspira a la paz en la justicia y la comprensión”. También hizo suya la histórica afirmación de Pío XII retomada en más de una ocasión por Juan Pablo II: “Todo se pierde con la guerra, todo se gana con la paz”.

No dejó, sin embargo, de añadir esta reflexión positiva: “En el mundo hay muchas situaciones de conflicto, pero también signos de esperanza. Quisiera animar los recientes pasos dados en algunos países de América Latina hacia la paz y la reconciliación”.

Revolución desde la sencillez

Estas palabras, tal vez, eran eco de la larga conversación que Bergoglio había mantenido la víspera con José Mujica, presidente de la República Oriental de Uruguay. En el “cordial coloquio”, según el comunicado vaticano, “no se ha dejado de poner de relieve la contribución de la Iglesia católica al debate público sobre cuestiones como el desarrollo integral de la persona, el respeto a los derechos humanos, la justicia y la paz social, así como a la paz internacional y su servicio a toda la sociedad, especialmente en los ámbitos de la asistencia y la educación”.

El locuaz presidente uruguayo había comentado esa tarde con un grupo de informadores su audiencia con Francisco, al que definió como un “papa singular para los que somos del Río de la Plata. Es como hablar con un amigo del barrio. Si le dejan, va a hacer una revolución en el seno de la Iglesia hacia la sencillez”.

Sobre la paz, Mujica reconoció haberle transmitido a Bergoglio “algunas preocupaciones, como lo que está pasando en Colombia, a lo que yo le doy una importancia trascendente. Y cuando digo ‘lo que está pasando en Colombia’, me refiero al proceso de negociación [con las FARC] que se está llevando a cabo. Teniendo en cuenta que el Caribe y Colombia son enormemente católicos, tengo que reconocer que entre las cosas que le pedí al Papa, no en términos de rogativa sino de humanidad, es que, teniendo en cuenta el peso social de la Iglesia católica, hagan todo lo que puedan para que el proceso continúe y llegue a buen puerto”.

papa Francisco reza ante la tumba de Juan XXIII en el 50 aniversario de su muerte 3 junio 2013

Francisco reza ante la tumba de Juan XXIII

El interés de la Santa Sede por todo lo que se refiere a la paz mundial fue puesto en evidencia el viernes 31 de mayo cuando el Pontífice recibió al presidente de la LXVII Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, Vuk Jeremic. Ambos abordaron, según expuso el comunicado posterior, “la resolución de los conflictos internacionales a través de medios pacíficos, con explícita referencia a Oriente Medio y a las graves emergencias sanitarias que se provocan. En ese contexto, se ha puesto de relieve la importancia de la reconciliación entre las comunidades que componen las diversas sociedades y el respeto a los derechos de las minorías étnicas y religiosas”.

Finalmente, este lunes se tuvo memoria viva del 3 de junio de 1963, en que se extinguía la vida de Angelo Roncalli. Los que entonces vivimos el trance de la muerte de Juan XXIII, recordamos aún la conmoción mundial que esta produjo. Medio siglo después, su tumba en la basílica vaticana sigue siendo de las más visitadas.

A las seis y media de este lunes 3 de junio, Francisco se unió a los miles de peregrinos procedentes de la norteña Diócesis de Bérgamo para recordar a su ilustre compatriota (nacido en Sotto il Monte) e, improvisando como suele hacer (“a mí me faltan algunas cosas para ser como él”), dijo que Juan XXIII “transmitía paz porque tenía un alma profundamente pacificada. La paz que transmitía era una paz natural, serena, cordial; una paz que, con su elección, se manifestó al mundo y recibió el nombre de bondad. Una paz interior que hizo de él un eficaz tejedor de relaciones, válido promotor de unidad dentro y fuera de la comunidad eclesial, abierto al diálogo con los cristianos de otras Iglesias, con exponentes del mundo judío y musulmanes, y con otros muchos hombres de buena voluntad”.

En el nº 2.851 de Vida Nueva.

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