El Año de la fe. Cristianos para un tiempo nuevo

personas en una celebración rezan de rodillas

Una oportunidad para “volver a recorrer la historia de nuestra fe”

fieles en la apertura del Año de la fe en la Plaza de San Pedro del Vaticano 11 octubre 2012

Apertura del Año de la fe, el 11 de octubre de 2012

BERNABÉ DALMAU I RIBALTA, monje de Montserrat y director de Documents d’Església | A finales del pasado invierno, la Iglesia católica, y con ella la opinión pública universal, se vio sorprendida por dos corrientes de aire fresco, procedentes de personas muy distintas. Nos referimos a la renuncia de Benedicto XVI al pontificado romano y a la elección para sucederle del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Pese a cierto esfuerzo, bastante correspondido a nivel general, para celebrar el Año de la fe y sacar el máximo jugo posible del Concilio Vaticano II a medio siglo de su apertura, las dos mencionadas noticias entrelazadas ahogaron de hecho durante bastantes semanas estos objetivos, porque las noticias mediáticas pasaron a primer plano y sacudieron al mundo católico por su carácter inédito.

Transcurrido el paréntesis que ha tenido por epicentro la Ciudad del Vaticano, vuelven a presentarse con agudeza los objetivos del Año de la fe, que ha pasado ya el ecuador.

Porque la elección de un nuevo papa no nos resuelve automáticamente ninguno de los retos que muy lúcidamente señaló Benedicto XVI al proponer la celebración del Año de la fe. Estos retos, por lo menos en lo que tienen de esencial, los señaló en las dos alocuciones del día en que abrió el mencionado Año, cuando se cumplían 50 años de la inauguración del Vaticano II.

Benedicto XVI, siempre tan pragmático y poco amigo de estar pendiente de lo que dirán, en la improvisada alocución nocturna del 11 de octubre, que quería recordar la de Juan XXIII el día que abrió el Concilio, no dudó en afirmar: “En estos 50 años, hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce siempre de nuevo en pecados personales, que pueden también convertirse en estructuras de pecado”. Lo decía en el contexto del Año de la fe que se iniciaba y que tenía unos objetivos precisos.personas en una celebración rezan de rodillas

Como es sabido, había anunciado la celebración de tal Año el 16 de octubre de 2011, queriendo que fuera “un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo”.

Una carta apostólica publicada al día siguiente lleva el título de Porta fidei, expresión sacada de los Hechos de los Apóstoles, que explica que Pablo y Bernabé, cuando regresaron a Antioquía al término del llamado primer viaje misionero (Hch 13-14), “reunieron a la comunidad para explicarles todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe” (Hch 14, 27).

Lo miró con misericordia y lo eligió

Hoy muchos de nuestros contemporáneos, cuando se encuentran con un cristiano consciente y responsable de su fe, le preguntan más o menos abiertamente por qué “todavía” es cristiano. Este “todavía” asocia el cristianismo a un ambiente social de otro tiempo, el de los abuelos, con unas prácticas y unas creencias que ya no se dan.

Esto acompleja a muchos creyentes, cuando, en realidad, no debería ser así, si tuvieran el temple de los Padres de la Iglesia que, cuando iban al martirio, decían: “Ahora empiezo a ser discípulo”. Pero, de hecho, tienen la sensación de que son los últimos cristianos, que llega el fin del mundo. En realidad, estamos ciertamente a finales de “un” mundo, y quizás somos los últimos exponentes de “una” manera de vivir el cristianismo.

Retomando el hilo de la proclama de Benedicto XVI, “a lo largo de este Año [de la fe], será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del cruce de la santidad y el pecado. Mientras la primera pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, el segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, a fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos” (PF, 13). Es el miserando atque eligendo de la divisa episcopal del papa Francisco.

Pliego publicado en el nº 2.851 de Vida Nueva. Del 8 al 14 de junio de 2013

 

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