Las maras hondureñas anuncian una tregua

Rómulo Emiliani obispo auxiliar de San Pedro Sula identifica cadáveres de víctimas de las maras

El diálogo y la mediación del obispo auxiliar de San Pedro Sula han resultado decisivos en el cese de la violencia

Rómulo Emiliani obispo auxiliar de San Pedro Sula identifica cadáveres de víctimas de las maras

Emiliani, obispo auxiliar de San Pedro Sula, en la identificación de cadáveres

J. L. CELADA | El pasado 28 de mayo, las dos principales pandillas de Honduras, Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS), anunciaron una tregua entre ellas y declararon el cese de su actividad violenta. Uno de sus miembros confirmó públicamente el ofrecimiento de estos grupos: “Cero violencia en las calles y cero crímenes”, en lo que consideró “solo un primer paso” de algo que “vamos a demostrar con los hechos”. En representación de los integrantes de su organización, tanto presos como en libertad, el joven portavoz sostuvo que esta tregua es “con Dios, con la sociedad y con las autoridades”. Asimismo, pidió perdón a sus compatriotas “por el daño que les hemos hecho”, antes de manifestar su deseo de “trabajar para darle ejemplo a nuestros hijos y nuestras familias”.

A pesar del anuncio, es preciso acercarse a este momento “con prudencia y con paciencia”, porque “no se pueden vender ilusiones falsas”, advertía el obispo auxiliar de San Pedro Sula, Rómulo Emiliani, antes de conocerse la noticia. Bien lo sabe el prelado claretiano, protagonista destacado de un proceso de diálogo con las pandillas que “viene de hace años” [ENTREVISTA: Rómulo Emiliani: “Honduras necesitará dos generaciones para que la cultura de la paz se haga realidad”]

El acuerdo alcanzado ahora arrancó ocho meses atrás, según confirmó a diversos medios el secretario de Seguridad Multidimensional de la Organización de Estados Americanos (OEA), Adam Blackwell. El diplomático canadiense –que también participó en las negociaciones para la tregua de las pandillas de El Salvador, en marzo de 2012–, visitó con Emiliani la Penitenciaría Nacional de Támara, en Tegucigalpa, y el presidio de San Pedro Sula, donde se reunieron con miembros de ambos grupos.

Allí pudo comprobar que “las condiciones en los centros penitenciarios en Honduras han sido infrahumanas”, por lo que entiende que el Gobierno debería aprovechar una oportunidad como la actual para mejorarlas, lo cual permitiría también “rebajar la violencia en el país”. En opinión de Blackwell, “es fundamental en cualquier proceso de tregua que el sistema penitenciario se sanee, que mejore la situación de hacinamiento”. “Se trata a los privados de libertad como animales, y eso nos lleva a que no haya rehabilitación ni reinserción de nadie”, añadió.

Otro tanto ha pedido el obispo Emiliani, quien reconoce que “el Gobierno está informado y tiene que ser el próximo en dialogar”. Y una buena manera de empezar a hacerlo sería “poner sobre la mesa la situación de las cárceles”, para “convertirlas en auténticos centros de rehabilitación”.

Muchas frustraciones y un dolor añadido

En su trabajo con los pandilleros, el obispo Rómulo Emiliani ha conocido en primera persona las frustraciones y el dolor en sus más diversas expresiones. Y así rememora para Vida Nueva uno de los episodios más desgarradores que le ha tocado vivir durante estos años: el incendio por “negligencia estructural” en la cárcel de San Pedro Sula, el 17 de mayo del 2004.

“A las cuatro de la mañana –recuerda–, llegó un auto de la policía nacional a buscarme al obispado. Me decían que los acompañara al presidio. Le dije al padre Raúl Najarro que viniera conmigo. Cuando llegamos, el espectáculo era dantesco; ya estaban en filas en el piso los cadáveres de 99 jóvenes de la mara MS. Otros ocho murieron en el hospital. Yo había estado con ellos la semana anterior unas dos horas y media. Normalmente, les predicaba y luego me quedaba con ellos conversando. Durante ese fatídico día, me tocó salir tres veces de la cárcel y, desde un pick up, leer las listas: primero de los sobrevivientes, unos 60; luego, de los que mandaron al hospital; y, al final, la de los muertos. Estaban fuera del presidio unos 200 familiares de los pandilleros presos. Fue terrible escuchar los llantos y gritos de niños, mujeres, ancianos… El sábado anterior al trágico suceso, uno de los jóvenes se me había acercado diciéndome: ‘Monseñor, le dejo aquí en este papelito el número telefónico de mi abuelita; dígale que me mande comida, que no aguanto la que me dan en el presidio’. ‘Claro, le dije. Apenas pueda, la llamo’. Cuando nos tocó identificar los cadáveres, allí estaba el joven entre ellos. Se me había olvidado llamar a la abuelita. Tenía el papelito en mi cartera. Un dolor añadido al terrible sufrimiento que experimenté ese día y que todavía hoy revivo al recordar aquel suceso”.

En el nº 2.851 de Vida Nueva.

LEA TAMBIÉN:

Compartir