Tribuna

Sofismas sobre el aborto

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Francisco Vázquez, embajador de EspañaFRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

“El aborto no es una cuestión política de izquierdas y derechas, todas las religiones se oponen al mismo…”.

Asistimos estos días a los primeros escarceos sobre el siempre conflictivo asunto del aborto, objeto de una nueva regulación legislativa –la tercera en unos pocos años–, reflejándose así la incapacidad crónica de los políticos para acordar en materias que, al afectar a la conciencia de la gente, generan crispación y división social.

Como siempre, los abortistas inician el debate con un sofisma evidente: reducir a un posicionamiento político la postura de las personas ante este grave problema. La defensa del aborto pasa a ser algo propio de ideologías progresistas y de izquierda, mientras que la contraria es manifestación de la intolerancia innata de la derecha más reaccionaria y retrógrada. A la cual, además, se la identifica con la Iglesia católica.

Lo moderno es respetar el supuesto derecho a decidir sin límites de la madre, respetando su libertad según el axioma relativista que establece la bondad de todas las opciones, considerando injerencia inaceptable e imposición intolerable la norma moral que quiera poner límites entre el bien y el mal.ilustración 2850 La última Francisco Vázquez

Consiguientemente, aquellos que desde el compromiso político de la izquierda, desde el progresismo científico, desde incluso el campo del ateísmo militante o el agnosticismo, desde razones de conciencia, médicas o genéticas, defienden el derecho a la vida del embrión, pasan a engrosar las filas del integrismo cavernario y pierden su condición de personas tolerantes, anatemizadas por los progres que niegan la respuesta ética a un problema de conciencia que ellos solo consideran político.

El sofisma se amplía cuando se identifica a la Iglesia católica como la única confesión religiosa contraria al aborto, movida por la intensa misoginia que sus enemigos le atribuyen. Cuando la defensa de la vida del embrión es un principio común a las tres grandes religiones monoteístas. Incluso otras manifestaciones de espiritualidad, como el budismo, condenan la violencia del aborto.

Pero donde el sofisma alcanza cotas rayanas en la desvergüenza más superlativa es cuando se denuncia la ruptura del estatus, intentando imponer una normativa que se define como ideologizada y regresiva. La verdad es justo la contraria.

La primera Ley del aborto (1985) fue fruto de una iniciativa legislativa del Gobierno socialista de Felipe González. Se contemplaban tres supuestos en los que se despenalizaba (violación, malformaciones del feto y riesgo para la salud física o psíquica de la madre), estableciendo límites temporales y requisitos de atención médica para cada uno de los supuestos.

Ese mismo año, el Tribunal Constitucional (TC) dicta una sentencia donde, recogiendo doctrina internacional, armoniza la excepcionalidad de los supuestos previstos en la ley con el derecho a la vida que, conforme a la Constitución, asiste al nasciturus. Desde entonces, aun admitiendo los excesos que permiten una laxa interpretación del riesgo psíquico, se mantiene la vigencia de la ley, incluso en los gobiernos del PP.

Los abortistas inician el debate
con un sofisma evidente:
reducir a un posicionamiento político
la postura de las personas ante este grave problema.
La defensa del aborto pasa a ser
algo propio de ideologías progresistas y de izquierda.

Pero este consenso salta por los aires cuando, en 2010, el Gobierno de Zapatero presenta una nueva ley, que no aparecía en el programa electoral ni fue incluida en programa de gobierno expuesto en el debate de investidura.

En una maniobra de distracción de la opinión pública respecto a los graves problemas económicos, se divide a la sociedad, se busca conscientemente el enfrentamiento con la Iglesia removiendo situaciones superadas por el tiempo y se ‘sectariza’ el contenido definiendo el aborto como un derecho de la mujer, que lo puede ejercer libremente durante las primeras 14 semanas sin la necesidad de ningún supuesto despenalizador, yendo en contra de la jurisprudencia del TC. Se implanta una ley de plazos, comparando el aborto a una cirugía estética, como afirmó la ministra del ramo al defender la cláusula que permite abortar a las menores sin conocimiento de los padres.

Por tanto, quede claro que el aborto no es una cuestión política de izquierdas y derechas, todas las religiones se oponen al mismo y, por último, quienes rompieron el impasse e impusieron una visión ideológica y unilateral, son los mismos que hoy alzan nuevamente la voz, sin más argumento que el puro sofisma.

En el nº 2.850 de Vida Nueva.