Marruecos, una Iglesia plena de sentido

Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger y religiosas carmelitas

Carmelitas y clarisas viven su fe en paz en un país donde el 99% son musulmanes

Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger y religiosas carmelitas

El arzobispo Agrelo con las religiosas carmelitas

Marruecos, una Iglesia plena de sentido [extracto]

OLIVER MAKSAN. Fotos: MÓNICA GARCÍA | ¿Un convento contemplativo de clausura en medio de un país islámico? La hermana María conoce la sorpresa que encierra esta pregunta. “A menudo, mis hermanas en Europa me preguntan qué sentido tiene erigir un Carmelo en un país como Marruecos, en el que el 99% de la población es musulmana”, nos dice y ríe. La joven española, que desde hace tres años es miembro del convento de las Carmelitas en Tánger, vivía antes en el Carmelo erigido en el Vaticano por Juan Pablo II. “La verdad es que estas preguntas me sorprenden, porque sabido es que la oración no conoce fronteras. Y si con nuestra presencia damos testimonio ante nuestros amigos musulmanes, pues tanto mejor”.

En el convento de la Sagrada Familia y Santa Teresa, fundado en 1934 en la ciudad portuaria del norte de Marruecos, viven en severa clausura siete religiosas; entre ellas, la única carmelita del mundo oriunda de Liberia. En julio del año pasado, tres nuevas hermanas, procedentes de conventos de España e Italia, se unieron a las cuatro que ya había. Entonces, el propio arzobispo de Tánger, el franciscano gallego Santiago Agrelo, fue incluso a recogerlas al puerto. La ocasión lo merecía. Y es que antes, cuando Tánger aún era un protectorado español, vivían en la comunidad hasta veinte religiosas, procedentes, sobre todo, de Andalucía.

“Aquí no necesitan una dote para ser acogidas”, señala la hermana María Isabela, la superiora, que vive y reza en este Carmelo desde hace cuarenta años. Es una mujer amable y fuerte, a la que la vida en oración y silencio ha conferido un aire místico y, al mismo tiempo, de profundo arraigo a la tierra. En la capilla, el corazón de la casa donde las religiosas siguen la Misa detrás de rejas, nos explica la misión espiritual de su comunidad: “La nuestra es una misión de paz. Rezamos por la paz en Marruecos y España, y por la expansión del Reino de Dios”.Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger y religiosas carmelitas

Pero, aparte de estos grandes objetivos, las hermanas carmelitas también soportan las pequeñas preocupaciones cotidianas. El convento todavía está en buen estado, pero un capricho del arquitecto supone un sufrimiento para las religiosas no tan jóvenes, pues, sin un sentido aparente, hay escaleras y escalones repartidos por toda la casa. “Un pequeño ascensor o un salvaescaleras nos sería de gran ayuda”, nos comunica la superiora, que, apoyada en un bastón, sube con gran esfuerzo los escalones. Por el momento, Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) les ha prometido a las religiosas su apoyo.

A la pregunta de si no resulta difícil vivir de forma contemplativa en un país islámico, María Isabela, con setenta años ya cumplidos, niega con la cabeza y contesta tajante: “Nuestros vecinos musulmanes nos respetan mucho”. La hermana María Virtudes, la más joven de las religiosas, asiente: “Cierto, no tenemos ningún problema con nuestros vecinos musulmanes. Más bien al contrario: durante el Ramadán, incluso nos traen comida cuando se pone el sol”.

Tras las huellas de san Francisco

Aparentemente, la buena convivencia entre religiosas de clausura y sus vecinos musulmanes no solo reina en Tánger, pues también las Clarisas de Casablanca han hecho buenas experiencias con su entorno islámico. En 1989, cinco religiosas de esta congregación se asentaron en esta bulliciosa y gran ciudad que se encuadra a orillas del Atlántico. En la actualidad, la comunidad del convento de Nuestra Señora de Guadalupe cuenta con nueve religiosas, todas ellas mexicanas.

Religiosas clarisas de Casa Blanca

Las religiosas clarisas de Casa Blanca

“Ya san Francisco acudió a Marruecos para hablar con los sarracenos. ¿Por qué no podemos hacer nosotras hoy lo mismo?”, se pregunta la hermana Manuela, cuyo buen humor resulta contagioso. Y añade: “Realmente, mantenemos un contacto cordial con la gente del barrio. Tanto que hasta nos invitan a comer cuscús… Los marroquíes son personas muy creyentes que buscan a Dios”.

En una ocasión, un niño pequeño llamó a la puerta del convento porque quería ver a Jesús. “Al principio –narra Manuela–, no supe muy bien qué hacer. Pero luego lo llevé a la capilla y le dije que Jesús vive en el tabernáculo. Esto le impresionó profundamente al niño, que se quedó largo rato en la capilla”.

En otra ocasión, un musulmán se acercó hasta esta religiosa para decirle: “Ahora entiendo su vocación: ustedes son como la Virgen María, que actúa en el silencio”. “Me quedé impresionada –rememora Manuela–, pero hay que saber que María reviste una gran importancia en el Corán”.

Por tanto, y como siempre ha de ser entre personas creyentes, los nexos de unión se pueden y deben aprovechar como puentes para la fraternidad en la fe. Algo que destaca su compañera, la hermana María: “Los marroquíes sienten un gran respeto por los sacerdotes y religiosos, a los que consideran hombres y mujeres de Dios. Además, muchos han acudido a escuelas católicas y saben que nuestras intenciones son buenas”. Otra muestra de convivencia más: aulas abiertas para todos, sin distinción de credos.

No obstante, también hay límites. Cuando las religiosas acuden al centro de Casablanca, esconden el crucifijo que cuelga de sus rosarios. “Siempre hay gente que se siente provocada por este símbolo, y es mejor no hacer nada que los aliente”, reconoce la hermana Manuela, que, pese a ello, se siente a gusto en esta gran ciudad islámica. “Cuando subí por primera vez a nuestra terraza, supe que aquí estaba mi casa. Una vez que mi obispo me preguntó que por qué quería ir a Marruecos, le respondí que buscaba una aventura espiritual. Y aquí, desde luego, la he encontrado”.musulmanes rezando

 

Sombras para la convivencia

M. Á. MALAVIA | Pese a la armonía con la que, en general, viven las comunidades religiosas cristianas en Marruecos, hechos recientes podrían poner en entredicho esta situación. Así, semanas atrás se conoció la publicación, por el Consejo Supremo de los Ulemas en en el país, de una fatwa (norma islámica) en la que se reclama la pena de muerte para los fieles que abandonen la religión musulmana y se conviertan a otro credo.

Algo que podría conllevar, tal y como denuncia International Christian Concern, un gravísimo riesgo para el resto de confesiones, que se podrían ver sometidas al acoso de fundamentalistas islámicos, tal y como ya se produce en otros países de Asia y África en los que el cristianismo se encuentra en situación de minoría.

Según se informa desde Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), las autoridades marroquíes dicen desconocer la existencia de dicha fatwa, pero lo cierto es que esta “ya se ha publicado en distintos medios locales y ha provocado enorme revuelo en las calles”.

En el nº 2.850 de Vida Nueva.

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