El enfrentamiento entre narcos ahoga Michoacán

soldados del ejército mexicano en el estado de Michoacán devastado por los narcotraficantes

Los obispos de este estado mexicano denuncian: “¡No es posible seguir viviendo así!”

soldados del ejército mexicano en el estado de Michoacán devastado por los narcotraficantes

FELIPE DE J. MONROY. CIUDAD DE MÉXICO | En los últimos años, Michoacán (México) es una tierra arrasada por la guerra entre dos cárteles de la droga, La Familia Michoacana y Los Zetas, por hacerse con el control del estado.

En esta difícil situación, en la que proliferan los secuestros, las extorsiones y los asesinatos, y en la que predomina una gran crisis de confianza en las instituciones (jueces, policías y funcionarios han sido detenidos por colaborar con las mafias), apenas la voz de la Iglesia es la única que puede denunciar las causas y consecuencias de este mal. Aunque también le haya costado verse amenazada.

Así, Michoacán es hoy una región en donde toda forma de legalidad está suspendida y que, en la práctica, es un estado sitiado. Sitiado por el ejército, por la policía, por las autodefensas y por los grupos criminales. A algunas de sus poblaciones, ni el pan diario puede llegar. Las líneas de autobuses, simplemente, han suspendido sus viajes…

Lo que ha vuelto a movilizar, una vez más, a la Iglesia. Y de un modo contundente. Y es que, si ya habían sido numerosas las cartas pastorales en todo este tiempo, especialmente significativo ha sido el mensaje hecho público el 18 de mayo por los obispos miembros de la Provincia Eclesiástica de Michoacán: “Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado, la angustia de las víctimas de los secuestros, los asaltos y las extorsiones; las pérdidas de quienes han caído en las confrontaciones entre las bandas, que han muerto por el poder criminal y la delincuencia organizada o que han sido ejecutados con crueldad y frialdad humana. Nos interpela el dolor, la incertidumbre y el miedo de tantas personas, y lamentamos los excesos que se dan en algunos casos al tratar de dar con los delincuentes”.

A lo que añaden: “¡No es posible seguir viviendo así! Los obispos de esta Provincia Eclesiástica asumimos las responsabilidades que nos tocan como pastores de la grey que el Señor nos ha confiado. Pedimos a nuestros sacerdotes que sigan haciéndose solidarios con los fieles y hagan cuanto esté a su alcance”. Pese a que signifique poner en peligro sus vidas.

Rabia e impotencia

Este posicionamiento de los prelados es firme, aunque suavizado en comparación con un mensaje anterior del obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez, quien, el 30 de abril, había expresado toda su angustia: “Nuestra realidad: tensión, miedo e inseguridad por la presencia habitual de grupos fuertemente armados… Incertidumbre permanente, rabia e impotencia, en los empresarios y trabajadores del campo y las ciudades, ante la constante amenaza del eventual cierre de negocios… La extorsión a la que se ven sometidos tanto los trabajadores como los patrones”.

Para él, el panorama no puede ser más desolador: “El sentido de indefensión se hace desesperación, rabia y miedo a causa de la impunidad en la que obran los delincuentes, a causa de la misma ineficacia y la debilidad de las autoridades, pero sobre todo de la complicidad (forzada o voluntaria) que se da entre algunas autoridades y la delincuencia organizada; hecho que a muchos consta y del que nada se puede decir por obvias razones”.

Así, Patiño no duda en decir que la población está “de rodillas” ante esta situación y asegura que hay un “desamparo total en que se encuentran esos pueblos, ante la debilidad, la ineficacia, la complicidad y hasta el descarado abandono de la población por las autoridades gubernamentales en las garras de la delincuencia organizada”.

Agobiado, Patiño Velázquez lanza “un reclamo fuerte y claro a las autoridades para que se hagan presentes y escuchen y asuman su deber”.

Pero, a la vez, también quiere consolar a los sufrientes: “La gente de bien debe tener una actitud firme, fundada en la verdad, la honestidad, la libertad, la justicia y la fe. Nunca se ha de rendir la mente y el corazón a estas lacras deshumanizantes. No se puede aceptar vivir como normal en una situación de violencia y abuso. No se debe permitir que el engaño y la mentira crezcan llegando a tomar como verdad lo que es mentira, lo que es justicia y libertad con lo que es abuso prepotente y sometimiento al poder violento del crimen; nunca se han de confundir los valores con los antivalores, la paz de los sepulcros con la paz de la justicia y la verdad… Esta actitud interna es una postura de resistencia pacífica que debe ser comunicada, contagiada, sobre todo a jóvenes y niños”.

En el nº 2.850 de Vida Nueva.

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