De la realidad a la caricatura

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Si ustedes ven algunos de esos programas mil en el que la protagonista es la familia, no se lo crean…”.

Pura coincidencia. Si ustedes ven algunos de esos programas mil en el que la protagonista es la familia, no se lo crean. Hay muy poco de autenticidad y realismo, y abundancia, para dar y tomar, de la peor caricatura. Parece como si esa comunidad de vida y de amor hubiere desaparecido para dar lugar, como burdo sucedáneo, a un grupo de personas sin fidelidad ni principios. Cada uno anda a su aire y la moralidad de todos, por el suelo.

Se presentan uniones para todos los gustos y colores, y si aparece la familia católica con sus convencimientos religiosos, échense ustedes a temblar. Se hará de ella ridículo y mofa, trasnochada, intransigente y, si se tercia, y ocurre con frecuencia, con una doble vida de cada uno de los miembros que para qué contarles.

Una caricatura inadmisible y esperpéntica con unos personajes de trapo en los que los sentimientos, más que frágiles, son perversos o tontorrones. Es que se trata de hacer reír. Así que no lo tome por capítulo de un libro ejemplar, sino por una farsa de farándula cómica.

Que dentro de la vida familiar hay muchos problemas, dificultades sin número, tensiones afectivas, violencias de género, distanciamientos intergeneracionales, infidelidades, disgustos y malestares, está más que probado. Pero ello no quiere decir que la mayor parte de las gentes que han formado una familia no sean felices, aun dentro de muchas insatisfacciones por no lograr los objetivos con los que se había soñado.

Nos gustaría poder pensar que esa minusvaloración de la familia se hace simplemente a título de diversión. Lo cual, ciertamente, es inadmisible, pero mucho peor que fuera una campaña soterrada y subliminal en contra de una institución social imprescindible y que necesita ser sostenida y apreciada.

También aquí hay que hacer un rescate: el de la familia. Ayudarla con todos los medios posibles, legales, educativos y económicos para que pueda ser ese modelo de relaciones personales auténticas y sinceras, del sacrificio recíproco, del amor mantenido y constante a prueba de contratiempos y dificultades.

No hay por qué ver a la familia desde un concepto peyorativo cuando se habla de lo tradicional, sino como esa comunidad que sabe recoger lo mejor de quienes la han precedido, lo guarda como ejemplo, lo enseña a los hijos y trata de que las generaciones sucesivas puedan también gozar de la herencia de unos valores y de unas virtudes que se actualizan permanentemente y se adaptan a las circunstancias en las que hay que vivir en cada tiempo, pero sin perder nunca esa esencialidad de ser una comunidad de vida y de amor.

Así es como la entendemos los cristianos y como nos la ha transmitido el magisterio de la Iglesia, que incluso llamó a la familia “Iglesia doméstica”, porque en ella encontramos verdaderos signos de la presencia salvadora de Jesucristo.

En el nº 2.849 de Vida Nueva.

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