Tribuna

Rodríguez Carballo, profeta en su tierra

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Solemnidad y calor en la ordenación del franciscano gallego de manos del cardenal Bertone

José Rodríguez Carballo en su ordenación episcopal

ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Pocos templos del mundo pueden aspirar a compararse con la Basílica de San Pedro como marco de ceremonias religiosas. Uno de ellos es la catedral compostelana, que el 18 de mayo fue escenario de la consagración episcopal de Monseñor José Rodríguez Carballo. No es fácil, en efecto, colocar a seis cardenales, decenas de arzobispos y obispos y más de un centenar de sacerdotes en el altar y aledaños sin amontonarlos de cualquier manera. Lo resolvieron muy bien y la Eucaristía se desarrolló en un clima solemne y, al mismo tiempo, caluroso.

Sí, caluroso porque los bancos reservados al pueblo fiel estaban llenos a rebosar: religiosas de todas las congregaciones imaginables, paisanos del nuevo arzobispo con rostros curtidos por el sol, cofrades, miembros de movimientos y asociaciones, muchos peregrinos, en fin, que no sospechaban poder asistir a un acto tan memorable. Tampoco faltaron las autoridades nacionales, autonómicas, provinciales y municipales, pero su presencia fue discreta.

Monseñor Carballo –Fray José– es un hombre de corazón y estos días se ha puesto a prueba. De sus labios no se caía la palabra “gracias” y recordó una frase de su maestro de novicios: “Cuando usamos la palabra gracias no decimos nada, pero lo decimos todo”. Ha agradecido a todos su presencia, su colaboración, sus manifestaciones de cercanía. Y quedó claro que haber escogido Santiago como lugar de su consagración episcopal fue un acierto, porque esta es su casa y aquí le consideran uno de los suyos. Tuvo palabras de afecto muy especial para el cardenal Carlos Amigo, que fue quien le recibió en el seno de la familia franciscana. A lo cual respondió el arzobispo emérito de Sevilla: “Nadie podrá negarme que tuve muy buen olfato”.

El cardenal Tarcisio Bertone también multiplicó sus gestos de cordialidad (“¡Viva Galicia, viva Santiago!”, gritó nada más aterrizar) y se le veía disfrutar de la que, tal vez, será una de sus últimas salidas al extranjero. Por cierto, llegó y se marchó en un “Falcon 900” puesto gentilmente a su disposición por la Aeronáutica Militar italiana, no era su avión privado, como escribió algún colega desorientado.

Algunos de los llegados del Vaticano y que no conocían Santiago quedaron asombrados. El cardenal Joao Braz de Avis no dejaba de alabar las bellezas que contemplaba y Óscar Rodríguez Madariaga, en sus múltiples conversaciones de estos días, no ha dejado de subrayar que los trabajos del grupo cardenalicio que coordina “van muy bien y tendrán efectos muy positivos; no podemos defraudar tantas esperanzas”. En la fiesta de Pentecostés, el tema de la unidad de la Iglesia en su diversidad y en sus manifestaciones colegiales era un trampolín para pedir al Espíritu que siga iluminando a Francisco; un papa que se hizo presente con una carta personal a Fray José, a quien regaló el anillo episcopal.

 

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