Tribuna

La mundanidad espiritual según Bergoglio

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“La mundanidad espiritual consiste en disolverse en el mundo, en perder la singularidad cristiana con el fin de confundirse con los demás…”.

En la homilía del entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, en la misa de clausura del encuentro de Pastoral Urbana, en 2012, se refiere al peor daño que puede sufrir la Iglesia: la mundanidad espiritual.

En ella, escribe: “El peor daño que puede pasar a la Iglesia: caer en la mundanidad espiritual. En esto estoy citando al cardenal De Lubac. El peor daño que puede pasar a la Iglesia, incluso peor que el de los papas libertinos de una época. Esa mundanidad espiritual de hacer lo que queda bien, de ser como los demás, de esa burguesía del espíritu, de los horarios, de pasarlo bien, del estatus: ‘Soy cristiano, soy consagrado, consagrada, soy clérigo’. No se contaminen con el mundo, dice Santiago. No a la hipocresía. No al clericalismo hipócrita. No a la mundanidad espiritual”.

El fragmento tiene miga. No es una excepción. En muchos de sus mensajes, alocuciones y homilías predicadas durante la etapa pastoral anterior a ser elegido Papa, Jorge Mario Bergoglio critica esta caída en la mundanidad espiritual. ilustración n 2848 La última Francesc Torralba

La mundanidad espiritual consiste en disolverse en el mundo, en perder la singularidad cristiana con el fin de confundirse con los demás. Ser cristiano es una opción fundamental, un acto libre que altera todas las dimensiones del ser, no solo el plano interior de la persona (su visión del mundo), también el plano exterior (su obrar en el mundo).

La mundanidad espiritual es un modo de abdicación pública de la fe; consiste en disolver el elemento diferencial que la caracteriza para poder encajar, perfectamente, en la realidad. Esta huída hacia adentro, hacia la espiritualidad, es contradictoria con el espíritu del cristianismo, que es una religión encarnada, constitutivamente histórica, que se propone salvar al ser humano de carne y huesos.

La mundanidad espiritual todavía incluye otro peligro de mayor calado: el de utilizar la fe como un elemento de promoción humana, como un mecanismo de reconocimiento. La opción por Cristo no obedece a criterios utilitaristas. Uno no se hace cristiano porque ello le vaya a beneficiar desde un punto de vista político, social o económico.

No es una opción que tiene su origen en el pragmatismo, en el interés, en la búsqueda del estatus y del confort. Es una opción que nace de un encuentro, como dijo el papa emérito Benedicto XVI, un encuentro interpersonal que acaece en la interioridad de la persona y que la transforma radicalmente.

La fe es la respuesta a una llamada, y esta llamada exige un seguimiento coherente de Jesús. En el corazón de la opción cristiana subsiste el grito profético, la denuncia de los poderes sociales, políticos o económicos que humillan y vejan la dignidad de la persona humana. La crítica, como también nos dijo Edith Stein, es algo consustancial al cristianismo y es el gran antídoto a la mundanidad espiritual.

Aceptar el mundo tal y como es y renunciar a transformarlo es una tentación muy visible en esta fase histórica que vivimos. La mundanidad espiritual es resignación, adaptación, disolución en el mundo; es rendirse a los hechos y acostumbrarse al mal que corroe la historia como si fuera una fatalidad.

En el corazón del cristianismo existe un vector utópico, una llamada al Reino, una inquietud histórica. La mundanidad espiritual, para decirlo con una bella expresión de Julián Marías, es instalación; pero el cristianismo apunta hacia algo que trasciende la historia; por ello, es vectorial, y ello exige, necesariamente, la transformación de las estructuras de pecado en itinerarios de realización plena y de desarrollo integral de las personas y los pueblos.

En el nº 2.848 de Vida Nueva.