Curas villeros, la pastoral de la ternura

cura villero en villas miseria en Buenos Aires

Curas villeros, la pastoral de la ternura [extracto]

MARIANO DE VEDIA | En tiempos del Concilio, se fueron a la periferia de Buenos Aires para vivir con los más pobres. Allí encarnaron el Evangelio y aprendieron de la devoción religiosa popular. Siendo arzobispo el hoy papa Francisco, dobló su número y los convirtió en punta de lanza de una pastoral que salía de las curias para ir al encuentro de la gente.

“¡Ese chabón [ese hombre] me lavó los pies a mí! No lo puedo creer”. Sorprendido, al joven Pedro Cuevas, de 26 años, le costaba comprender la dimensión de lo que mostraba la televisión. El padre que con frecuencia iba a visitarlo a él y a sus compañeros del Hogar de Cristo, un centro de recuperación de adictos, se asomaba al balcón de la Plaza San Pedro convertido en el nuevo Papa.

“Venía seguido, hablaba con nosotros, nos escuchaba, y el Jueves Santo del año pasado me lavó los pies”, insistió Pedro, que vive en una de las “casas amigables” de la parroquia Santa María Madre del Pueblo, en la Villa 1-11-14, en el barrio del Bajo Flores, una de las zonas más castigadas por la pobreza en la ciudad de Buenos Aires.

El testimonio refleja la cercanía del cardenal arzobispo Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, con la realidad sufriente de los excluidos y los pobres que sobreviven en las villas de emergencia ubicadas en la periferia de la ciudad y que han sido una prioridad pastoral en los quince años en que condujo la archidiócesis porteña, desde 1998.

cardenal Jorge Bergoglio oficia misa en una villa miseria

El cardenal Bergoglio celebrando misa junto a varios curas villeros

Llegaba generalmente solo, en autobús o metro, siempre en transporte público. Conversaba con los sacerdotes, con las familias del barrio y se preocupaba por que cada parroquia tuviera lo indispensable para fortalecer su presencia entre los más necesitados, para ser un lugar de encuentro cálido y profundo.

La pastoral en las villas, que se afianzó con Jorge Bergoglio, va de la mano de la recuperación de la piedad popular, una iniciativa que el primer papa latinoamericano revalorizó en el Documento de Aparecida, cuando en 2007 encabezó la comisión redactora del texto final de la asamblea de los obispos latinoamericanos, y se expresa en sintonía con la premisa de “poner la Iglesia en la calle”, uno de los desafíos de la nueva pastoral urbana, trazada en los últimos años en la Archidiócesis de Buenos Aires. Ello incluye “el movimiento misionero de la Iglesia hacia todas las periferias humanas y sociales”, como lo define Carlos Galli, exdecano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina.

La visita que en el primer Jueves Santo de su pontificado hizo Francisco al Instituto Penal para Menores de Casal del Marmo, en Roma, donde lavó los pies a 12 jóvenes reclusos, era una práctica corriente durante su ministerio como arzobispo de Buenos Aires. “Muchas cosas que hoy asombran al mundo, para nosotros eran muy cercanas”, describió uno de los sacerdotes villeros.

Lejos de las cámaras y de toda publicidad estridente, cada año celebraba el rito del lavatorio de los pies, el más acabado signo de humildad que enseñó Jesús, junto a los más pobres y abandonados. Lo hacía alternadamente en una villa miseria, en una cárcel, en un hospital de ancianos, en una maternidad, en sitios donde la vida y la exclusión se confunden y son casi sinónimos. No eran gestos aislados, sino el signo visible y continuo de una decidida acción pastoral que lo llevó a destinar sacerdotes y recursos para la atención de los desposeídos.

“Francisco siempre priorizó la pastoral popular, en la que la fe tiene que ver con la vida y la vida tiene que ver con la fe”, explica Gustavo Carrara, párroco de Santa María Madre del Pueblo y actual titular de la Vicaría para las Villas de Emergencia creada hace cuatro años en la archidiócesis.

Cuando Bergoglio asumió como arzobispo,
los curas villeros no eran más de diez,
y sus esfuerzos, encomiables y muy valorados,
no eran acompañados tal vez con marcado entusiasmo
por la jerarquía de la Iglesia.

Él es uno de los casi treinta sacerdotes que viven en las villas y comparten las dificultades y las pequeñas alegrías con los que más sufren. Cuando Bergoglio asumió como arzobispo, el 28 de febrero de 1998, los curas villeros no eran más de diez, y sus esfuerzos, encomiables y muy valorados, no eran acompañados tal vez con marcado entusiasmo por la jerarquía de la Iglesia.

Hoy actúan en forma coordinada en lo que el Papa llama la “periferia” de la ciudad y donde la presencia del Estado es escasa. El 43% de la población de las villas son menores de 17 años y el principal desafío que hoy enfrentan las familias y los sacerdotes en estos asentamientos precarios es frenar el problema de la droga. Especialmente, el avance del paco, una droga de muy bajo costo y extremadamente perjudicial, elaborada a partir de los residuos de la cocaína y extendida con fuerza en los sectores sociales más vulnerables.

Una de las herramientas fundamentales para la atención del grave flagelo de la droga es el Hogar de Cristo, un programa de inclusión y acompañamiento integral de toxicómanos, surgido en 2008, fruto del trabajo que se venía haciendo en la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la Villa 21-24, de Barracas. Hoy se extiende a otras parroquias villeras, en una labor que se planifica y desarrolla en forma conjunta.

En un predio de 70 hectáreas, la Villa 21-24 se une con el Núcleo Habitacional Zabaleta y concentra a más de 45.000 personas que conviven en medio de la pobreza extrema y la marginación. Además del acompañamiento a jóvenes que se recuperan de su adicción, se desarrollan continuas experiencias educativas y de promoción social, desde comedores y redes de apoyo escolar hasta un centro de aprendizaje de oficios, una escuela de música y hogares de niños y ancianos, además de grupos parroquiales, como los Exploradores de Caacupé, una variante del movimiento scout, y la instalación de una radio.villa miseria en Buenos Aires parroquia Virgen de Caacupé

La Villa 1-11-14, del Bajo Flores, reúne a otras 40.000 personas, la mayoría, igual que en el caso anterior, llegadas del interior de Argentina y de otros países latinoamericanos. Allí también se multiplican las experiencias de índole social y educativa en torno de la parroquia María Madre del Pueblo, con un centro barrial que da vida al Hogar de Cristo, además de guarderías, jardines de infancia, talleres de capacitación profesional, orquestas infantiles, actividades deportivas…

La Villa 31, donde actuó en los años 70 el recordado padre Carlos Mugica, asesinado por grupos paramilitares en pleno gobierno peronista, es uno de los barrios obreros más grandes de la ciudad. Alberga a unas 30.000 personas en el barrio de Retiro, uno de los más cotizados de la ciudad, y la actividad de promoción social es intensa.

Alrededor de la parroquia Cristo Obrero, cuyo párroco es el padre Guillermo Torre, de 48 años, se distribuyen tres capillas y dos santuarios populares, donde se honra a san Cayetano, el santo del pan y del trabajo, y al Gauchito Gil, una devoción popular arraigada en el barrio.

También la Iglesia extendió su presencia en los últimos años en la Villa 20, del barrio de Lugano; en la Villa 15, conocida como Ciudad Oculta; en la zona de Mataderos; en la Villa 3, del barrio Ramón Carrillo; en la Villa Rodrigo Bueno, formada en torno del exclusivo barrio de Puerto Madero; y en las villas 6 (en el barrio Cildáñez), 19 (barrio INTA) y 26 (Villa Riachuelo), entre otros asentamientos precarios que se extienden en la capital de Argentina.

Según el censo de población realizado en 2010, unas 163.580 personas residen en villas y asentamientos precarios en la ciudad de Buenos Aires. El número creció un 52,3% en la última década, en un distrito que mantiene estable su cantidad de habitantes desde hace más de treinta años. El dato estadístico confirma el crecimiento exponencial que viene teniendo este fenómeno social de la exclusión, que comenzó a surgir en el país a mediados de la década del 40, a la vera de los grandes centros urbanos.

Ofrecer un horizonte

El desafío que marca el avance de la droga y el narcotráfico se refleja especialmente en las huellas del consumo del paco, que deja tendidos y sin futuro a muchos jóvenes y adolescentes en estos barrios de emergencia. Los curas de las villas emprenden variadas tareas “preventivas”, que apuntan a alejar a los adolescentes y jóvenes de tales efectos y tratan de que puedan vislumbrar un horizonte.

“La premisa es que los chicos hagan lo mismo que puede hacer cualquier persona de su edad: estudiar, jugar, empezar a despertar sus potencialidades”, señala el padre Gustavo al destacar la importancia de que los chicos sientan que tienen una oportunidad frente al futuro y pueden animarse a soñar, a imaginar.

El desafío que marca el avance de la droga y el narcotráfico
se refleja especialmente en las huellas del consumo del paco,
que deja tendidos y sin futuro a muchos jóvenes
y adolescentes en estos barrios de emergencia.

A través de centros barriales, que involucran a toda la comunidad, el Hogar de Cristo ofrece apoyo para un tratamiento personalizado y una atención integral que persigue sacar a los jóvenes de la exclusión y la vulnerabilidad social. “El paco denuncia la miseria de las grandes periferias urbanas, hace explotar la marginalidad. El paco es un rostro nuevo de la exclusión, más sangriento. Entender esto es el principio de la solución”, denunció en 2009 el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, al advertir que “la droga en las villas está despenalizada de hecho”.

Fue un severo llamado de atención a la comunidad, en momentos en que sectores políticos cercanos al Gobierno de Cristina Kirchner, e incluso jueces de un declamado compromiso “progresista”, proponían eliminar las penas por el consumo de sustancias. Con una realidad palpable en sus propias narices, los curas villeros reclamaban en ese documento una solución inmediata al terrible flagelo social que hunde más en el barro a las poblaciones más castigadas.

“No es solo un problema de consumo. Si se dejara de consumir hoy, el tema no se solucionaría, porque hay que atacar los problemas de la exclusión social”, observa el padre Gustavo al recordar que la mayoría de los jóvenes esclavizados del paco viven en la calle, no tienen capacitación en ningún oficio y presentan graves problemas de salud, desde el VIH hasta la tuberculosis o la hepatitis.

Según datos de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico, en los últimos doce años creció un 380% el consumo de inhalantes y un 200% el de paco, frente a un 120% de cocaína y un 67% de marihuana.talleres de jóvenes de la Iglesia en villas miseria en Buenos Aires

Los curas villeros expresaron reiteradamente –y lo plasmaron en ese documento de 2009– que el problema del avance de la droga no es la villa, sino el narcotráfico. “La mayoría de los que se enriquecen con el narcotráfico no viven en las villas, en estos barrios donde se corta la luz, donde una ambulancia tarda en entrar, donde es común ver cloacas rebalsadas. Otra cosa distinta es que el espacio de la villa –como zona liberada– resulte funcional a esta situación”, señalaron al describir ese drama social.

En la parroquia de la Virgen de los Milagros de Caacupé, cuya realidad social se multiplica en doce capillas, dos centros misioneros y 35 ermitas instaladas en distintas zonas de la villa, tomaron el relevo del conocido padre Pepe di Paola (ver recuadro al final del reportaje), el padre Toto (Lorenzo de Vedia), acompañado por los padres Charly Olivero, Juan Isasmendi y Facundo Berretta Lauría, que diariamente ponen el hombro con obras de asistencia, formación y promoción humana para mostrar a la comunidad que hay esperanza al final del túnel. “Animamos a cada uno a que pueda descubrir su propio proyecto de vida”, contó uno de los sacerdotes al confiar una premisa que se traslada fácilmente a las otras villas.

Más de 600 niños, jóvenes y adultos afectados por el problema del paco transitaron el camino de recuperación en el Hogar de Cristo, cuyo trabajo se desarrolla en tres centros barriales: Hurtado (en la Villa 21-24), Don Bosco (Villa 1-11-14) y Padre Mugica (Villa 31). A estas sedes se suman las granjas San Miguel y Madre Teresa, en la localidad de General Rodríguez, donde el 80% de los jóvenes internados alcanzaron una recuperación total.

Bergoglio se comprometió y respaldó abiertamente este programa de acompañamiento a las víctimas del paco, incluso con la compra de casas para las “viviendas amigables”, un lugar para que los jóvenes en proceso de recuperación puedan transitar ese paso decisivo en un hogar digno, en su camino de reinserción social. También son importantes las cooperativas de acompañamiento terapéutico para asistir a quienes están sometidos a un tratamiento de recuperación, para que no se sientan solos. Por ejemplo, los acompañan al hospital cuando tienen que hacerse algún estudio médico.

“En sintonía con las enseñanzas del papa Francisco,
trabajamos sobre los liderazgos positivos para
que los chicos crezcan cerca de un líder
y se animen a pensar que pueden ser como él”.

Gustavo Carrara, vicario para las Villas de Emergencia.

“Intentamos ser respetuosos con los usos y costumbres de los habitantes de estos barrios”, explica el padre Gustavo, que en la Villa 1-11-14, del Bajo Flores reúne una “pequeña América Latina” al recibir principalmente a familias de Bolivia, Paraguay y Perú, entre otros países vecinos, que llegan con sus costumbres, comidas y bailes típicos. Integrarlos, sin que pierdan su riqueza y su identidad, es todo un desafío. “Nuestra actividad pastoral es acompañarlos en las distintas etapas, como la niñez y la adolescencia, y encontramos una respuesta muy positiva en la participación que muestran en las misas, en las procesiones, en los bautismos”, precisa.

Promoción social

Los curas desarrollan tareas de educación y promoción social. Estudiantes universitarios, muchos de ellos de instituciones católicas, colaboran con actividades de apoyo escolar en una labor que enriquece a todos, especialmente a los voluntarios que prestan su tiempo. Hay guarderías y jardines de infancia que permiten a las madres salir a trabajar.

“En sintonía con las enseñanzas del papa Francisco, trabajamos sobre los liderazgos positivos para que los chicos crezcan cerca de un líder y se animen a pensar que pueden ser como él”, apunta el padre Gustavo. Lleva a la acción la idea desarrollada por el padre Pepe di Paola, uno de los sacerdotes que impulsó durante 14 años el crecimiento de la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la Villa 21, de Barracas, y el primer titular de la Vicaría para las Villas de Emergencia creada por Bergoglio. “Siempre trata de que en cada pasillo, en cada manzana, haya un joven líder positivo, que lleve a los más chicos al encuentro con Dios, con la Virgen y con las cosas buenas”, resume el padre Carrara, que este mes cumple 40 años.personas rezando en la iglesia en villas miseria en Buenos Aires

Una de las particularidades de la parroquia María Madre del Pueblo, ubicada a metros del estadio de San Lorenzo de Almagro, es la creación del Club Atlético Madre del Pueblo, con una canchita humilde y camiseta propia, que lleva los colores de la Virgen –celeste y blanco–, y cosida a mano por las madres. Más de 800 chicos van a los entrenamientos y practican fútbol, hockey, voleibol, baloncesto y natación. Este año, incluso, comenzaron a participar en los torneos infantiles de fútbol. Utilizan también las instalaciones de San Lorenzo –el club del cual es simpatizante el Papa–, donde igualmente realizan muchas veces confirmaciones y comuniones para la gente del barrio.

“Queremos desarrollar el sentido de pertenencia en chicos que muchas veces se sienten abandonados y promover la integración urbana, que se sientan parte de la ciudad de Buenos Aires, que estos barrios se integren en el todo”, cuenta Gustavo.

Les enseñan valores, hicieron una oración del club y la rezan antes de los partidos, también una práctica propia de la piedad popular. “Donde había rivalidad y peleas, ahora hay comunión: todos pertenecen al club y tiran para el mismo lado”, señaló el sacerdote al explicar que el mismo concepto se traslada a la Escuela de Música, a la Orquesta Infantil y a la Murga, que lleva el nombre del padre Rodolfo Ricciardelli, el fuerte impulsor de la parroquia en la Villa del Bajo Flores. Fallecido en 2008, sus restos descansan en el templo de la iglesia María Madre del Pueblo como una forma de tener presente toda su obra.

Caminos de esperanza

Los padres Hernán Morelli y Nicolás Angellotti acompañan a Carrara en María Madre del Pueblo y trabajan en sintonía con los curas de otras parroquias villeras. “No inventamos la pólvora”, cuenta Nicolás, de 28 años, que desde hace tres camina las polvorientas calles de la Villa 1-11-14 y ayuda a poner en marcha otros caminos de esperanza para la población de la zona.

La escuela de artes y oficios que se ha desarrollado con éxito en la calle Pepirí, en la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, tiene hoy un anexo que funciona en la Villa del Bajo Flores. “Empezamos con talleres y poco a poco vamos agregando ladrillos”, explica el padre Nicolás con la fuerza de una convicción que se sostiene en el empeño de los pobladores.

El esfuerzo por lograr la capacitación de los vecinos es parte del origen de los curas villeros. “El padre Vernazza, compañero de Mugica, era carpintero. Enseñaba el oficio y así formó a un muchacho que hoy es profesor en los talleres que se dictan en la parroquia. Ese es el espíritu de los curas obreros”, recuerda el padre Carrara.niños juegan en campo de fútbol en villa miseria en Buenos Aires

Y también señala que los programas que se desarrollan en las parroquias de las villas se adaptan a las realidades sociales y necesidades locales. “Frente al problema de la droga, al comienzo pensábamos que íbamos a desarrollar un programa de tratamiento de adicciones, pero, en el fondo, lo que hacemos es un trabajo para desterrar la exclusión”, señala el párroco de María Madre del Pueblo.

Como lo hicieron ya en varios documentos, los curas de esta trinchera social rechazan las propuestas de erradicación de villas –y también los de urbanización– porque no respetan la cultura villera. “Preferimos hablar de integración urbana, porque la villa también tiene algo que transmitirle a la ciudad, es un encuentro recíproco”, describe Carrara.

¿Cuáles son esas aportaciones? El párroco las describe con absoluta naturalidad: “La experiencia de perseverar en la fe en Dios, especialmente en situaciones de injusticia, sufrimiento y dolor; es una fe admirable, no reniegan de ella, a pesar de que atraviesan dificultades. Hay, además, múltiples ejemplos de solidaridad”.

Como dato anecdótico, o tal vez no tanto, Carrara agrega la siguiente reflexión: “Muchas cosas que añora el porteño, porque pasaban en su niñez, transcurren hoy en las villas. Los chicos juegan en las calles. Si bien hay inseguridad, la presencia de efectivos de la Gendarmería –unos 70 por turno– dispuesta por las autoridades nacionales contribuyó a que haya menos peligros y se recuperara un poco de tranquilidad, dentro de un escenario rodeado de pobreza”.

Un escenario que el papa Francisco conoce como la palma de su mano, esa mano con la que guiará los destinos de una Iglesia renovada.

Amenazados de muerte

La fuerte denuncia de los sacerdotes sobre la situación de abandono que sufrían los habitantes de las villas, sobre todo en el tema del narcotráfico, derivó en una dura amenaza que recibió en el año 2009 el entonces párroco de la Virgen de los Milagros de Caacupé, el padre Pepe di Paola.

El hecho fue conocido públicamente por una denuncia del propio cardenal Bergoglio en una misa en la catedral metropolitana y contribuyó a difundir el combate silencioso y sostenido que la Iglesia, con el respaldo de su pastor, libraba desde hacía tiempo con el problema de la droga, así como con el trabajo esclavo y la trata de personas.

El padre Pepe –así se le conoce– prosiguió luego durante dos años su tarea pastoral en el paraje Campo Gallo, en la provincia de Santiago del Estero, a unos mil kilómetros de Buenos Aires, y el año pasado retornó a la zona urbana, al instalarse en la Villa La Cárcova, con lo que expandió la tarea desplegada en los últimos 15 años a la Diócesis de San Martín, que limita con Buenos Aires y alberga el mayor número de villas y asentamientos del país: 148.

En el nº 2.848 de Vida Nueva.

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