Javier Gomá: “Comparto la esperanza inaugurada por el Galileo”

Javier Gomá, filósofo

Filósofo, publica ‘Necesario pero imposible’

Javier Gomá, filósofo

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Después de Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública –tres ensayos sobre la experiencia–, el filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) publica Necesario pero imposible, dedicado a la esperanza –la fe en la resurrección o la “mortalidad prorrogada”– que parte directamente de la “super-ejemplaridad” de Jesús de Nazaret.

– Su reto filosófico es inmenso: instaurar la ejemplaridad pública. ¿Progresamos?

– Con frecuencia se oye decir que en filosofía ya está todo dicho y que no hay nada nuevo que pensar. El concepto de ejemplaridad contradice este lugar común. Aunque, en realidad, mis libros no tratan de “instaurar” la ejemplaridad pública, sino que señalan un ideal que preexiste, más aún, que está en vigor desde que el hombre es hombre. Porque toda persona es un ejemplo y todo ejemplo es ejemplo público que produce un impacto, positivo o negativo, sobre su círculo de influencia. El ideal de la ejemplaridad es aquel que, dado que nuestro ejemplo produce ese efecto, nos guste o no, nos exhorta a que su impacto sea positivo, responsable, cívico. Este ideal ha estado vigente desde el origen de la civilización y es algo que siempre han conocido y recomendado padres, educadores y gestores de lo público. Sin embargo, no había sido convertido nunca en un tema filosófico.Necesario pero imposible, de Javier Gomá

– El concepto ha triunfado en el escenario de la crisis. Sin embargo, la necesidad de “reformar la vida privada” que defiende no ha tenido tanto eco…

– Conviene distinguir entre un concepto jurídico y otro moral de vida privada. Desde una perspectiva jurídica, los ciudadanos tenemos un derecho fundamental a la vida privada, entendida en el sentido de poder elegir el estilo de vida que queramos sin interferencias ni tutelas públicas. Pero que podamos tener esta libertad, no distorsionada por el poder, no significa que cualquier vida privada sea igualmente estimable desde una perspectiva moral: este ha sido un gran y desgraciado malentendido de consecuencias calamitosas. Jurídicamente, yo hago con mi vida lo que quiero, pero luego, moralmente, hay vidas que producen un impacto civilizatorio en su círculo de influencia y otras que producen un efecto desmoralizador. Por consiguiente, no existe en rigor, desde una perspectiva moral, una “vida privada” porque todos somos ejemplos públicos y siempre producimos un perjuicio (o beneficio) a terceros, aunque esos perjuicios no sean punibles ni perseguibles en Derecho.

– A la esperanza le dedica este ‘Necesario pero imposible’ después de escribir tres libros sobre la experiencia… ¿Es la hora de la esperanza?

– Cuando me preguntan por qué recupero ahora la cuestión de la esperanza para la filosofía, contesto que la anomalía es su olvido durante dos siglos, no su recuperación ahora. Hay que añadir que esa recuperación implica elegir una aproximación correcta para abordar la cuestión. Así, a diferencia de la experiencia, donde mis libros describen el mundo de la experiencia universalmente compartida, en este último, dado que nadie ha estado en el trasmundo y conoce cómo es, el lenguaje no es descriptivo sino hipotético: presenta esa continuidad de lo humano más allá de la muerte como algo verosímil, veraz, posible, razonable, plausible, pero no seguro o cierto, como lo puede ser un hecho de experiencia.

Al individuo moderno

– Reclama usted la “resurrección o mortalidad prorrogada”…

– Mi libro quiere ser un libro de filosofía, no de teología, aunque no desdeña sino que utiliza algunos de los resultados de la teología, que en el siglo XX ha tenido uno de los momentos más brillantes de toda su historia. Pero el enfoque es el del individuo moderno, que ha nacido en el mundo y conoce su dignidad irrestricta y casi al mismo tiempo toma conciencia de la indignidad de su destino: la muerte. Es natural que quien se sabe dotado de una dignidad incondicional y prevé su seguro final en este mundo –todo ciudadano– se pregunte si hay alguna posibilidad de continuar siendo individual y personal después de la muerte, si la historia de la subjetividad termina o no en el sepulcro.

“Desde una perspectiva moral,
no exisnte una “vida privada”
porque todos somos ejemplos públicos
y siempre producimos un perjuicio (o beneficio) a terceros”.

– Jesús es el gran protagonista de este libro, entre otras razones, por su “desmesurada ejemplaridad”…

– Que Necesario pero imposible sea un libro de filosofía no significa que deba desechar algunos temas que son significativos para otras disciplinas. Por ejemplo, la llamada inmortalidad del alma, una cuestión fundamental para el credo religioso y de mayor interés para cualquier persona con independencia de su credo. También la figura histórica de Jesús de Nazaret, a quien prefiero denominar el Galileo o el profeta de Galilea para tratar de restituir la imagen que de él tendrían sus contemporáneos. Sócrates es mencionado incansablemente por los filósofos; en cambio, el Galileo es olvidado o esquivado en filosofía. Y sin embargo, el Galileo ofrece lo que Sócrates no puede. Me refiero a que si Sócrates es para la filosofía el paradigma del hombre o ciudadano ejemplar (virtuoso), el Galileo concentra tal potencia de ejemplaridad que merece ser calificada de súper-ejemplaridad. Pero es que, además, la figura del Galileo postula algo que escapa a las posibilidades de Sócrates: además de ejemplaridad, es esperanza. Nadie pretende que Sócrates haya resucitado tras tomar la cicuta y morir; en cambio, los discípulos del profeta de Galilea afirman haber visto a su maestro individual, corporal y viviente –incluso con las heridas abiertas por la finitud– y esa pretensión funda el cambio de vida de los discípulos y el nacimiento de la esperanza cristiana.Javier Gomá, filósofo

Dios como colaborador

– Escribe usted: “El Dios de la esperanza –civilizado y amistoso– no reclama del hombre vasallaje”.

– Con todo, en mi libro Dios no tiene un papel protagonista, sino que es esa palanca que abre la puerta del sepulcro del hombre desde fuera y luego sostiene de forma indefinida nuestra mortalidad prorrogada más allá de la muerte. En ese sentido lo llamo “el Dios de la esperanza”, que actúa como ayuda, como sostén, como colaborador en la continuidad de la historia del individuo y en su éxito ontológico. Y por eso me reservo el derecho a escribir algún día un libro que tenga a Dios como tema central. Tendría que explicar por qué, si es un Padre bueno, permanece tan invisible, tan pasivo.

– ¿Cómo encaja filosofía y catolicismo en este teorema de la experiencia y la esperanza?

– Este libro se dirige a esos “agnósticos creyentes” que somos todos: agnósticos, porque nadie “sabe” a ciencia cierta sobre el más allá; pero creyentes porque todos, hasta el ateo o el devoto ferviente, creen cosas, asientan su vida sobre un conglomerado de creencias indemostrables. Mis libros no serán bien recibidos por los positivistas que reaccionan con ira cuando alguien plantea que quizá el mundo de la experiencia no ostenta el monopolio de la realidad y se abre a la posibilidad de un suplemento de ser más allá del mundo; y tampoco lo será por ese grupo que podríamos llamar “católicos no cristianos”: esos católicos que construyen su identidad de grupo por su adhesión a una institución pero olvidan en su vida y en sus actitudes el ejemplo innovador y carismático del fundador de su credo, el Galileo. En cuanto a mí mismo, soy desde luego un “agnóstico creyente”, pero uno esperanzado. Eso sí: pese a toda la experiencia negativa del mundo y la frustración de expectativas, yo comparto la esperanza inaugurada por el Galileo.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.847 de Vida Nueva.

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