Señora Valenciano

Fernando Sebastián, arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Arzobispo emérito

“Los obispos somos tan ciudadanos españoles como ella y tenemos el mismo derecho que ella a expresar nuestras opiniones y deseos…”.

A los socialistas les ha parecido muy mal que los obispos pidan al Gobierno que modifique la ley por la que se reconoce el aborto como un derecho de la mujer. La señora Valenciano nos ha amenazado con exigir que se denuncien los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede. Voy a intentar calmarla un poquito.

Comienzo recordándole que los obispos somos tan ciudadanos españoles como ella y tenemos el mismo derecho que ella a expresar nuestras opiniones y deseos. Si ella defiende el aborto como un derecho, ¿por qué yo no puedo rechazarlo como un crimen? Al hacerlo así, los obispos no invadimos el terreno de nadie, ni nos arrogamos el derecho a legislar, ni pretendemos imponer a nadie una moral particular. Decimos lo que pensamos y nada más.

Por otra parte, esta modificación de la ley abortista venía incluida en el programa del PP. Si ellos critican al PP por no cumplir su programa electoral, ¿será ahora criticable pedirle que cumpla su programa precisamente en este punto? El PSOE legisló en esta materia como quiso; ¿es que el partido respaldado por la mayoría de los votantes no va a poder cumplir su programa en esta materia? Negar este derecho al partido gobernante sería un ejercicio de autoritarismo inaceptable.

Además, los obispos, como otros muchos ciudadanos, no rechazamos el aborto solo en virtud de nuestra fe, sino también en virtud de un razonamiento fundado en conclusiones científicas de dominio común. El embrión y el feto humanos son personas, tienen derecho a vivir y nadie puede legitimar su destrucción.

La mujer puede decidir ser madre o no serlo, pero una vez que ya lo es, porque lleva un hijo dentro, ya no tiene derecho a matarlo, sino que tiene obligación de ayudarle a vivir. Es otra persona. Comprendo que la señora Valenciano tenga que cultivar su clientela. Pero no a costa de la vida de los inocentes.

En el nº 2.845 de Vida Nueva.

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