Estuvieron presos… y les dieron un hogar

Loiolaetxea, casa de acogida a exreclusos de los jesuitas en San Sebastián

Loiolaetxea, en San Sebastián, es una comunidad jesuita de atención a reclusos

Loiolaetxea, casa de acogida a exreclusos de los jesuitas en San Sebastián

Estuvieron presos… y les dieron un hogar [extracto]

Texto y fotos: VICENTE L. GARCÍA | La casa, instalada en el barrio de Alza de San Sebastián, es un edificio que evoca épocas de prosperidad económica en el norte. En la planta baja están la cocina, un despacho y un amplísimo salón. Un joven de rasgos magrebíes llega con una bandeja y sirve un té con menta para todos. La bienvenida y la acogida es la tarjeta de presentación de Loiolaetxea (Centro Loyola).

Juan Ramón Trabudua, al que todos conocen como Txabu, es uno de los jesuitas que inició este proyecto, que en octubre cumplirá 13 años y que nació en torno a la prisión y la pastoral penitenciaria (la cárcel de Martutene está a 3 km.). Recuerda cómo empezó todo: “Tras la acogida en la casa de algunos de los reclusos durante sus permisos temporales, fuimos descubriendo la importancia para estas personas de contar con un ‘hogar de referencia’. Esto generó una reflexión en el grupo de personas implicadas en la pastoral penitenciaria y así se fue gestando lo que acabaría siendo el proyecto Loiolaetxea, un lugar donde buscamos que la gente, sea lo que sea lo que haya pasado en su vida, descubra que sigue siendo un ser humano con toda su dignidad”.

Al principio, el compromiso lo asumieron tres jesuitas y dos laicos, que crearon una comunidad para la acogida de personas que, tras su salida de prisión, pudiesen encontrar un hogar alternativo. Desde sus inicios, cerca de 300 personas se han beneficiado de este programa.

Katia Reimburg, brasileña y una de las últimas participantes en el proyecto, toma la palabra para puntualizar que “este es el único programa, en toda Guipúzcoa, de acogida a inmigrantes que salen de prisión y que no tienen ningún recurso familiar a su alcance. Ese fue mi caso”.

Sentirse comunidad

Manu Arrue, jesuita desde hace casi 40 años, lleva los últimos seis destinado en Loiolaetxea. Ante todo, destaca dos aspectos importantes en la labor que se hace con este proyecto: “Por un lado, el recorrido personal e individual de cada persona y, por otro, el comunitario. Y esto sirve tanto para los miembros fijos de la comunidad como para las dinámicas y atenciones específicas a las personas acogidas. Se trabajan aspectos en el campo de la psicología, de la salud física, de la integración laboral, de la formación, de sus vínculos familiares… Y en todos es importante ese elemento de sentimiento de pertenencia a una comunidad, a un grupo, a la familia que somos la gente de Loilaetxea. Es esencial que la gente se sienta en casa”.

Loiolaetxea, casa de acogida a exreclusos de los jesuitas en San Sebastián

De izq. a dcha., Mohammed, Manu, Katia, David, Gorka, Miguel Ángel y Txabu

El ingreso en la casa, señala Manu, comienza en una etapa previa: “Para quienes están en prisión, desde la pastoral penitenciaria se establecen unos primeros vínculos y, a través de permisos de salida, se establecen los lazos para un futuro ingreso. Para quienes vienen de la calle, contamos con el apoyo de la Diputación de Guipúzcoa, que tiene sus propios criterios de valoración y pone a estas personas en contacto con nosotros. Empiezan viviendo a comer algunos días. Al final, en todos los casos, es una decisión de ambas partes el querer y aceptar convivir”. El acuerdo de voluntades para la convivencia queda plasmado en un escrito al que suelen acudir para reforzar el compromiso mutuo.

Esta fase de estancia en la casa de Loiolaetxea se fija en un año aproximadamente. Pero el proceso no termina aquí, pues hay otra fase de “transición”. Esta etapa consiste en trasladar la vida a pisos en la misma zona de Alza. Allí entra la labor de familias como la de Miguel Ángel. Este baracaldés, junto con su mujer y sus cinco hijos, han asumido una tarea de acompañamiento de las personas que van de Loiolaetxea a los pisos de Alza. Dedican parte de su tiempo a organizar y compartir actividades con ellos y valoran sus progresos en el proceso de reinserción social.

La referencia de la comunidad es muy importante y deja huella hasta el punto de que, superadas las dos fases, algunos siguen “enamorados del proyecto”. Ese es el caso de Katia: “Si aprovechas todo lo que el programa te puede aportar, al final te quedas y lo haces aportando, dando tú”. Ella se encuentra ahora realizando un máster en la Universidad de Deusto y colabora activamente con el proyecto. Aunque reconoce que “no puedo pagar todo lo que esta comunidad ha hecho por mí, y no solo materialmente, sino sobre todo personalmente”.

Loiolaetxea cuenta con el apoyo de cuatro profesionales: dos trabajadoras sociales, una psicóloga clínica y una psicopedagoga. Además, cuentan con un grupo de voluntarios jóvenes, entre los que está David Martínez: “Estudio Trabajo Social y, gracias a unas prácticas en una de las asignaturas el año pasado, conocí Loiolaetxea. Desde el principio, me encantó. Al año siguiente me apunté ya como voluntario del proyecto. Mi labor, básicamente, es de acompañamiento y apoyo en cosas concretas. Particularlmente, estoy creciendo en muchos aspectos personales”.

Loiolaetxea, casa de acogida a exreclusos de los jesuitas en San Sebastián

Gorka cumple aquí el último tramo de su condena

Implicación institucional

También hacen uso de los servicios públicos para las necesidades en materia sanitaria. El sostenimiento de este proyecto ha pasado por varias fases, que resume Txabu: “Loiolaetxea nace por la apuesta de la Compañía de Jesús, que aporta la casa y los primeros jesuitas liberados para atender el proyecto. Más tarde, fue cuando se llegó a un convenio con la Diputación de Guipúzcoa, que asigna una partida económica importante a la que se suman las donaciones y las aportaciones de los miembros de la comunidad. En el proceso de integración se contempla también una educación para la administración de la economía que ayude a las personas a ser conscientes del valor del dinero e incluso a crear, si les es posible, un pequeño ahorro”.

El mismo chico que trajo el té con menta nos ofrece ahora un vaso de agua. Es Mohammed El Hani, tiene 25 años y es de Marruecos; ahora está terminando sus estudios de castellano y ampliando su formación en talleres de formación profesional. Su vida ha cambiado en el hogar jesuita: “Me siento más que alegre viviendo aquí. Me enseñan a organizarme y eso me ayudará para mañana, para que pueda ser responsable y también poder ayudar a otros. En un futuro me gustaría hacer con los demás lo que por mí han hecho aquí y devolver algo de todo lo que me han dado”. Mohammed es el encargado de Lagun, el miembro canino de la casa.

Otro de los anfitriones es Gorka, de 42 años y natural del barrio donostiarra de Trintxerpe. Loiolaetxea le ha permitido no tener que cumplir el último tramo de su pena dentro de los muros de Martutene: “Aquí no solo estamos como en casa, es que nosotros tenemos que hacer hogar en esta casa. Para los que llegan nuevos, es muy importante que encuentren un clima de armonía; eso facilita mucho la integración en el grupo”. Gorka lleva 11 meses en el hogar y espera con ilusión dar el salto a la etapa de “transición” en los pisos de Alza, aunque el tema laboral será definitorio para ese paso.

Para el futuro, Loiolaetxea está trabajando que la etapa de “transición” tenga lugar también en otras comunidades religiosas y colectivos que quieran asumir esa labor de acompañamiento y acogida. “Que esto no quede reducido a Loiolaetxea, sino que se amplíe más allá”, invita Manu.

Loiolaetxea, casa de acogida a exreclusos de los jesuitas en San Sebastián

Mohammed se desenvuelve con soltura en la cocina

Estuvieron presos y fueron a visitarlos… Y les dieron un hogar. Hoy, Loiolaetxea es una familia en la que todos están unidos por una oportunidad. La de quienes la recibieron y la de quienes la ofrecieron.

Armonía interreligiosa

La sensibilidad por el respeto y la convivencia con otras confesiones religiosas es el “pan nuestro de cada día” en Loiolaetxea. Manu Arrue encontró el momento idóneo para aunar a todos: “No es fácil juntarnos a rezar cristianos y musulmanes. A esta comunidad hemos invitado a un imán, para que los miembros de la familia que profesan el islam se sientan acompañados y atendidos. Buscamos un espacio que nos pudiese unir a todos y al fin lo encontramos en la bendición de la mesa”. Para los miembros fijos de la comunidad, la Eucaristía semanal, los retiros y otros espacios son el alimento y el ejercicio que les permite estar en forma.

También fue invitado a comer un día el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, y la experiencia suscitó en Manu la siguiente reflexión: “Si en este país, con varios grupos políticos tan distintos y tan enfrentados en épocas muy recientes, estuvimos trabajando por sentarnos todos en una misma mesa, es muy importante que hoy todos nosotros podamos hacer lo mismo a nivel de Iglesia. Eso, en esta diócesis, es esencial”.

En el nº 2.845 de Vida Nueva.

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