Nuevo inventario de la pobreza

Olmo-Calvo

En alguno de sus escritos, Winston Churchill decía que en cada época hay que ver para dónde va la corriente y luego seguirla. Aunque se refería a asuntos políticos, la observación vale para muchos campos de la vida, aunque no en todos. El papa Francisco, con su nombre, con sus gestos y sus pocas palabras, ha puesto sobre la mesa, con nuevo énfasis, el tema de los pobres. Y sería interesantísimo que se volviera la corriente que mueva, no solo a la Iglesia, sino a multitud de personas e instituciones de nuestro tiempo. Que impulse una más decidida y masiva acción hacia las personas que son débiles y desfavorecidas en medio de la sociedad. Una opción renovada por el pobre sin más pretensión que sembrarle esperanza real.

Quizás habría que comenzar por echar una mirada serena al mundo actual e identificar quiénes son los más pobres y los más débiles. Desde luego que a primera vista estarán los que todavía carecen de los medios básicos para tener alimento, vivienda, salud, educación, y sobre los cuales hay que seguir impulsando soluciones importantes. Pero la debilidad ha tomado nuevas formas en el mundo contemporáneo. Por ejemplo, las cárceles de todos los países están atiborradas de hombres y mujeres viviendo en la forma más indigna que se pueda imaginar. Las calles están siendo cada vez más lugar de vida de la pobreza extrema y desierto o infierno de quienes han sido atrapados por el poder de las drogas ilícitas. Los consultorios siquiátricos no dan abasto para atender las dolencias mentales de la gente de hoy en día. Así, la mayoría de la gente con debilidad mental deambula angustiada por todas partes. También están en situación de pobreza emocional y afectiva quienes han perdido sus matrimonios y sus familias por rupturas en ese núcleo vital de la sociedad. Y la lista sería de nunca acabar.

Desde la Iglesia y concretamente desde la pastoral, además de tratar de atender todo ese inventario de pobreza con mayor ahínco, se impone otra tarea no menos urgente. Se trata de salirle al paso a la pobreza espiritual, por no hablar de indigencia, en la que viven multitudes enteras. Quizás en la Iglesia nunca acabaremos de darnos cuenta de lo importante y valiosa que es la realidad espiritual que Dios ha depositado en ella para ser distribuida entre hombres y mujeres, como en la escena evangélica de la multiplicación de los panes, pues en gran medida el ser humano contemporáneo, en cuanto a lo espiritual, también vive en descampado, sin aldeas ni cortijos cercanos para obtener el pan de la vida. Allá en los depósitos más preciosos de la Iglesia hay abundancia de Palabra de Dios, de oración, de vida sacramental, de ejercicios espirituales, de capacidad de escuchar que bien valdría la pena abrir de par en par para el bien todos los seres humanos. La guardadera no produce sino polilla.

Romper cadenas

También habrá que empezar una reflexión sobre cómo abordar hoy al pobre y al débil y tener claro qué se pretende al encontrarlo. Aunque a veces nos atemoriza decirlo, parece que el ideal no es apropiarse de nadie, sino darle todas las herramientas posibles para que vuele y vaya en busca de Dios, conquiste su propia libertad exterior e interior y que cada uno llegue a ser persona en sentido pleno. O sea, ayudar al pobre y al débil nunca debe significar subyugar suavemente, sino soltar amarras en todo sentido. Romper cadenas. Para ser libres nos ha liberado Cristo, afirma el apóstol. Esto lo ha hecho la Iglesia a través de la historia en innumerables ocasiones siguiendo a su fundador y maestro. Bien vale la pena convertir en una corriente dominante y creciente lo que el papa Francisco parece querer promover en la comunidad de los bautizados: volver a mirar con detenimiento al pobre y al débil. Y hacerlo con una decisión radical y fuerte y con una discreción y silencio que pareciera que fuera Dios mismo el autor de toda salvación.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro.

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