¿Qué temen?

papa Francisco lava los pies a jóvenes en Casal del Marmo Jueves Santo 2013

JUAN MARÍA LABOA, sacerdote e historiador |

Un nuevo papa, un nuevo estilo, pocos nombramientos o decisiones por el momento, pero ¡tantas esperanzas! Aparente quietud romana. Sin embargo, encuentro a mi alrededor no pocos suspiros, miedos, desvaríos de palabra y obra. Un obispo dice que se encuentra desconcertado, un sacerdote afirma que ya está bien de pobres, mientras otro confía a un compañero que puede ser tiempo de pasarse a Lefebvre. Descubro inquietud palpitante en alguna radio y en algunos grupos de laicos siempre tan seguros. ¿A qué temen, qué les preocupa tanto, por qué lamentan encontrarse ante un cataclismo?

No pocos de estos inquietos describen este primerísimo tramo del papa Francisco como una ruptura con los pontificados anteriores, aunque discretamente atribuyan este juicio a los de la otra orilla. ¿Es así o son ellos quienes se apresuran a poner el esparadrapo antes de la herida, porque temen con angustia un talante que no es nuevo, sino tan antiguo como las palabras de Jesús y que no se sabe bien por qué les provoca rechazo y les asusta tanto?

¿Por qué se apresuran a contraponer el servicio a la jurisdicción? ¿Quién teme tanto la actitud de servicio, de considerarse servidores de los demás, como para verse obligado a añadir enseguida la urgencia salvífica de la jurisdicción? ¿Por qué se acude en sus diatribas al magisterio de un papa o de otro, cuando resulta tan fácil acudir directamente al Evangelio, donde Cristo habla del tema con autoridad y decisión? ¿Quién indicó primero que toda autoridad es servicio, poniendo su vida como ejemplo? “No es un teólogo”, me indicó un religioso con enorme preocupación, y yo me pregunté si consideraría teólogo a Jesús.

¿Por qué se ven obligados a acudir a tiempo y a destiempo a Benedicto XVI para ahuyentar no se sabe qué fantasmas? ¿Tanto miedo les da Francisco? ¿Acaso consideran que deben defender y proteger a la Iglesia del Papa? Por supuesto que en la historia de la Iglesia encontramos tantos rebeldes y herejes con esta manida disposición, pero no deja de producir sonrojo que en nuestros días tantos apóstoles de la estricta observancia ortodoxa se pasen al cisma con tanta desenvoltura.

No debiera sorprendernos que comiencen a atacar al Papa
quienes llevan años atacando al Concilio,
pero su reacción está resultando tan atropellada
y espontánea que me parece descubrir
un mar de fondo doctrinal confuso y desorientado.

Conviene recordar las palabras del papa Francisco del día 13 de este mes: “El triunfalismo no es del Señor. El Señor vino a la tierra con humildad. El Señor nos enseña que en la vida no es todo magia, que el triunfalismo no es cristiano. La vida cristiana está hecha de normalidad, pero vivida con Cristo todos los días: esta es la gracia que necesitamos, la de la perseverancia. Perseverar en el camino del Señor, hasta el final, todos los días”.

¿Una advertencia?

“El Papa no pretende imponer sus propias ideas”, escribe un portavoz de la “Vera legalidad”. ¿Se trata, tal vez, de una advertencia… al Papa? ¿Debemos seguirle en todo aquello que nos guste y mirar hacia otro lado cuando sus palabras y acciones no coinciden con nuestras opciones? Por otra parte, ¿no han temblado las cátedras de tantos escrutadores de herejías al leer que un aventajado alumno de una impoluta facultad de Teología ha atacado indecorosamente al papa Francisco por haber lavado los pies de dos mujeres el día de la Caridad y del amor de Dios por nosotros, a causa, parece ser, de no sabe cuáles minucias reglamentarias transgredidas… por el Papa que, de hecho, no puede transgredirlas porque dependen de él?

Es verdad que hace tiempo pasó algo parecido con los fariseos, que acusaron al hijo de Dios por sentarse a comer con publicanos. De todas maneras, ¿cómo juzgará este atrevido experto a nuestro Señor, que se dejó besar los pies por una mujer? ¿Se tratará acaso de un nuevo Maurras?

Es verdad que no debiera sorprendernos que comiencen a atacar al Papa quienes llevan años atacando al Concilio, la institución más venerable y más decisiva de la historia cristiana, pero su reacción está resultando tan atropellada y espontánea que me parece descubrir un mar de fondo doctrinal tan confuso y desorientado que podría derivar hacia sectas internas preocupantes.

Mientras tanto, sigue siendo oportuno tener en cuenta que la nave de la Iglesia, tal como nos recordó Benedicto XVI en su última audiencia, solo pertenece a Cristo, y que no debemos arrogarnos la capacidad de salvarla a nuestro arbitrio. No olvidemos en ningún caso que el prestigio y la atracción que ejerce la Iglesia no dependen de su grandeza, su poder o su capacidad de convocatoria, sino de su humildad confiada, de su entrega y de su generosidad; nunca es fruto de la elocuencia de sus palabras, sino de su capacidad para demostrar con su vida que Dios nos ama. El testimonio y la coherencia de vida personales han constituido y constituyen hoy el signo más elocuente de nuestra fidelidad y amor a Dios.

En el nº 2.844 de Vida Nueva.

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