Francisco, vientos de renovación

 

 

P. Víctor M. Martínez Morales, S. J.

Profesor titular de la facultad de teología de la Pontificia Universidad Javeriana

 

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Viene nuestro papa Francisco de un país latinoamericano, hijo de italianos y formado en la Compañía de Jesús, de mirada transparente, carácter firme, vida pobre y austera. Hombre de discernimiento, en búsqueda de la mayor gloria de Dios y del deseo de encontrarlo en todas las cosas. Hombre de Dios y hombre del pueblo, eso lo hace del mismo barro que toda la humanidad: pecador, con fragilidades y debilidades, quizás con heridas y fracturas que le han hecho y que ha hecho, llamado a seguir a Jesucristo con humildad y sencillez de corazón. Conservador moderado, ha aprendido de la vida dados los procesos políticos, sociales y culturales que ha vivido muy de cerca, tanto en el ejercicio de la autoridad como Provincial, así como en el tiempo de la dictadura en Argentina. Lejos de él el boato, la pompa o lo fastuoso, de lo cual no hace alarde. Su comportamiento sobrio dibuja a un hombre ponderado y escueto.

El nuevo Papa suscita en la Iglesia, por la vida que ya ha recorrido en sus 76 años, como por sus palabras y gestos en el momento de saludar al pueblo de Roma y al mundo entero, la esperanza cierta de que nos esperan tiempos de cambios. Se trata, por un lado, de volver a lo esencial, afianzarnos en las raíces, en los fundamentos de nuestra fe, volver a la persona de Jesucristo, queriendo ser sus discípulos y misioneros. Por otro, responder a los retos y desafíos que el mundo y la realidad actual le viene haciendo a la Iglesia. Son tiempos de una conversión real, de cambios significativos en estructuras e instituciones, de un compromiso de todos los hombres y mujeres de Iglesia. Nos referimos a profundas transformaciones eclesiales en cuanto a las respuestas que han de darse en los diferentes órdenes de carácter económico, organizacional, relacional y testimonial.

 

Pobreza y servicio

Francisco suscita humildad, invita a la pobreza y evoca el servicio. He ahí un primer camino que el nuevo Papa ha de recorrer y con él su Iglesia. Hoy se necesita recuperar la humildad de la primigenia comunidad. La Iglesia sencilla, del silencio elocuente para Dios, del reconocimiento sincero de sus límites y errores, como de sus alcances y logros; la humildad nos hace veraces, capaces de aceptar y asumir nuestro pecado y poder salir de él. Volver nuestra mirada a una Iglesia de los pobres y para los pobres, donde la sencillez y austeridad de vida hace creíble que este mundo es para todos, que se ha de combatir la iniquidad como compartir con los demás lo que se es y lo que se tiene. Una Iglesia samaritana, capaz de ponerse del lado de los que sufren, de los más pequeños, de los débiles. Una Iglesia servidora de la humanidad nos hace recuperar el sentido de la vida. Ponerse al servicio de todo lo que haga posible la paz y la justicia en el mundo.

Como pastor universal y obispo de Roma, Francisco da signos elocuentes de ejercer el ministerio petrino desde el liderazgo, el discernimiento y la colaboración. Liderazgo en la caridad que se da a conocer en su persona misma, en el ejercicio de la autoridad que brota de un corazón dócil a la acción del Espíritu. Así lo demostró invitando a aquel gentío en la plaza de san Pedro a orar a Dios por él, antes de dar su bendición Urbi et orbi, suplicaba al pueblo su bendición desde el silencio orante. Discernimiento espiritual personal y comunitario, querer acertar a la voluntad de Dios lo aparta de toda mediocridad y ambigüedad y lo sitúa en el camino de quien decide luego de un proceso ponderado de conocimiento de la realidad, de oración y libertad. Capaz de reírse de sí, les decía a los cardenales al despedirse, recién nombrado Papa: “buenas noches, que descansen y que Dios les perdone lo que han hecho”. Su ánimo manifiesta explícitamente el deseo de colaborar en el diálogo interreligioso como en avanzar en el encuentro ecuménico, deseoso de trabajar por la humanidad con todas las personas de buena voluntad, con toda la Iglesia, hombres y mujeres, laicos y laicas, religiosos y religiosas, presbíteros, obispos y cardenales, así como con todos aquellos que quieren aportar sus vidas por hacer de este mundo un mundo mejor.

 

Obispo de Roma

Es significativa la insistencia que hacía el papa Francisco en vincular la misión del Papa con su condición de obispo de Roma. Apertura clara de colegialidad episcopal, cada obispo ha de estar vinculado a una iglesia particular, siendo la Iglesia universal la comunión de las iglesias locales, así la Iglesia de Roma surge como símbolo de comunión y fraternidad entre todas las iglesias. Tal insistencia manifiesta que va a retomar el proceso renovador del Concilio Vaticano II en este aspecto.

Finalmente, manifestó el deseo de hacer realidad el Evangelio en la aspiración de hacer de la humanidad una fraternidad. “Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros”. Se trata de un peregrinar, un caminar juntos. Juntos trabajaremos por hacer posible la unidad, contribuir a crear, alimentar y acrecentar lazos de hermandad entre todos los pueblos y naciones, entre las diversas religiones y razas. Es posible invertir la vida a favor de la evangelización, por ello es propio de la Iglesia no desfallecer en su misión evangelizadora. Pueblo y pastor unidos en hacer realidad el ideal de Jesucristo.

¡En este año de la fe, el papa Francisco es un signo elocuente de esperanza que nos invita a vivir entre nosotros la caridad que Dios nos da!

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