Las mujeres también están perdiendo la fe

mujeres en una iglesia portan velas

mujer rezando en una iglesia sola en el banco

Las mujeres también están perdiendo la fe [extracto]

DARÍO MENOR | Las católicas de mediana edad y las jóvenes dan la espalda a la Iglesia en igual número que los hombres, lo que amenaza el sistema de transmisión de la fe y el funcionamiento de la comunidad. Estructuras anquilosadas y una concepción equivocada del poder están detrás de esta fuga silenciosa.

Misa de tarde en una parroquia cualquiera de una ciudad o de un pueblo cualquiera en un país católico europeo. Celebra la Eucaristía un sacerdote y es día laboral. Habla en su homilía de Dios y de su hijo, Jesús; lee las narraciones de los evangelistas y luego reza por el obispo de la diócesis y por el papa. Todos varones. Entre los feligreses, en cambio, son mayoría las mujeres, ancianas además.

Son también mujeres quienes se encargan del mantenimiento de la iglesia. Y lo mismo ocurre con las catequistas, responsables de enseñar a vivir la religión cristiana a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de la parroquia, a quienes, probablemente, la fe se la hayan transmitido sus madres. O sus abuelas, como las que se ven los domingos llevando orgullosas de la mano a sus nietos a misa.

Fuera de los templos, el ambiente es diferente: en 1968 comenzó una nueva era para el equilibrio entre sexos, una revolución pacífica aún en curso que llevará a que el XXI sea el siglo de la mujer. La Iglesia, con la sabiduría parsimoniosa que le dan sus dos milenios de historia, apenas vislumbra las repercusiones de este profundo cambio social, aunque está ya redefiniendo la idiosincrasia de la comunidad cristiana.mujeres en una iglesia portan velas

Las mujeres de mediana edad, y de forma aún más clara las que tienen entre 20 y 30 años, han empezado a alejarse de la Iglesia al mismo ritmo que los hombres. En las últimas décadas, en Occidente cada vez menos personas se casan en las parroquias, forman parte activa de la vida de estas, tienen una vocación religiosa o se interesan por la educación católica.

El número lleva tiempo disminuyendo, pero las mujeres siempre mostraban una mayor cercanía a la Iglesia respecto a sus coetáneos. Este desequilibrio se ha acabado: la paridad entre sexos también se hace sentir entre los bancos de las parroquias.

El cambio puede tener consecuencias trascendentales: son las mujeres, en la mayoría de los casos, las que transmiten la fe a los niños, y son ellas, con su callado trabajo, quienes hacen funcionar el engranaje eclesial. Laicas o religiosas, las mujeres son mayoría en la Iglesia y su nivel de compromiso eclesiástico es superior al de los hombres, aunque sean ellos los que ocupen la inmensa mayoría de puestos de decisión y discernimiento, y sea también masculino el rostro público que casi siempre ofrece la comunidad cristiana a nivel parroquial, diocesano y universal.

Cuestión generacional

El teólogo italiano Armando Matteo, profesor en la Pontificia Universidad Urbaniana, ha dedicado a este fenómeno el ensayo La fuga delle quarantenni. Il difficile rapporto delle donne con la Chiesa (La fuga de las mujeres de cuarenta años. La difícil relación de las mujeres con la Iglesia).

El libro, editado por Rubbetino, retoma un informe de la revista Il Regno en el que se constata que la variable que más influye en la relación que las distintas generaciones mantienen con la Iglesia es la fecha de nacimiento. El año que marca un hito es 1970. La tendencia se hace aún más visible entre los nacidos después de 1981: a partir de esa edad, no hay diferencias entre la religiosidad de hombres y mujeres.

Laicas o religiosas, las mujeres son
mayoría en la Iglesia y su nivel de compromiso eclesiástico
es superior al de los hombres,
aunque sean ellos los que ocupen
la inmensa mayoría de puestos de decisión.

Expertos como el sociólogo Alessandro Castegnaro, presidente del Observatorio Sociorreligioso Triveneto, están convencidos de que no habrá un cambio con el paso de los años: la Iglesia no puede quedarse cruzada de brazos esperando que estas generaciones vuelvan a las parroquias cuando envejezcan.

“Nos encontramos frente a una cuestión generacional, no de edad”, secunda Matteo, quien advierte de que el alto nivel de increencia de las jóvenes que hoy tienen 20, 30 y 40 años amenaza el sistema de transmisión de la fe que tan buen resultado le había dado a la comunidad cristiana.

“Es imaginable que cuando los hijos de las generaciones nacidas después de los años 70 sean padres darán una contribución ulterior a la secularización”, señalan los autores del estudio publicado por Il Regno, Paolo Segatti, profesor de Sociología en la Universidad de Milán, y Gianfranco Brunelli, director de esta revista.mujeres con niños en la iglesia ante un sacerdote

El ensayo de Matteo se circunscribe a Italia, pero es extrapolable a otros países occidentales de raigambre católica, como escribe en La Civiltà Cattolica el jesuita GianPaolo Salvini. Lo corrobora el Pontificio Consejo para los Laicos.

La colombiana Ana Cristina Villa Betancourt, responsable del departamento dedicado a la mujer de este dicasterio, dice que la disminución de la religiosidad femenina existe “en todos los países afectados por la agresiva secularización contemporánea”. “Lo constatamos en todos los contactos que tenemos con asociaciones, movimientos, conferencias episcopales…”, comenta.

Y añade a la tesis de Matteo dos consideraciones. La primera es que hay que preguntarse si vale la pena regresar a la situación anterior, donde la práctica religiosa femenina era mayor a la de los varones. La segunda, que la secularización ha conllevado una “cierta ideología feminista radical que tiende a sembrar mucha confusión entre las mujeres”. Son las católicas de mediana edad las más afectadas por esta ideología, corrobora Villa Betancourt.

Más que por esta disminución, en el Pontificio Consejo para los Laicos se interesan por aquellas personas que muestran “un claro movimiento de contra tendencia, de contrastar la secularización con una firme y clara identidad católica”.

Protesta silenciosa

El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, se mostró de acuerdo con el fenómeno detallado en La fuga delle quarantenni en un artículo publicado en el diario Il Sole 24 Ore: “La ausencia y la desconfianza de las mujeres jóvenes representa un fenómeno que todos habían ya advertido en las dos o tres décadas pasadas (…). Hay una crisis que homologa a los muchachos y a las muchachas, que hace que sientan la Iglesia como remota, que hace rígida a sus ojos toda opción rigurosa de fe y de moral, que tiene una imagen dogmática y machista de la Iglesia”.

Para Ravasi, una comunidad eclesial sin chicas de 20, 30 y 40 años es una comunidad “pobre”, pues precisamente el cristianismo ha contado siempre con ellas para transmitir la fe.

“La ausencia y la desconfianza de las mujeres jóvenes
representa un fenómeno que todos habían ya advertido
en las dos o tres décadas pasadas.
Hay una crisis que homologa a los muchachos y a las muchachas”.

Cardenal Gianfranco Ravasi.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Básicamente, por una cuestión de poder. “La fuga de las mujeres en torno a los 40 años de nuestras iglesias es una protesta silenciosa al silencio con que querría constreñirlas por naturaleza la Iglesia de los hombres”, sostiene Matteo.

Los enormes cambios sociales vividos en las últimas décadas han hecho de la libertad individual “algo esencial” y son las mujeres quienes “mejor han interpretado este cambio”.

La encíclica Humanae Vitae (1968) marca la ruptura de la “alianza entre dos perdedores” que Lucetta Scaraffia, corresponsable del suplemento femenino de L’Osservatore Romano, dice que existió entre la Iglesia y las mujeres tras la Revolución Francesa. La condena de los métodos anticonceptivos, unida al poco espacio que las estructuras eclesiásticas brindan a las féminas, abrió las grietas por las que empezaron a escaparse las primeras cristianas.

Cuarenta años después, el agujero no ha hecho sino agrandarse. La cercanía que en muchas ocasiones la jerarquía eclesiástica muestra con un poder político machista ha contribuido a aumentar la separación.

La benedictina italiana Benedetta Zorzi, profesora del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Ancona (Italia), asegura que el sistema de organización de la Iglesia “hace aguas”. “Hay que plantearse si la estructura piramidal eclesial sigue funcionando”, dice, lo que no implica que el cristianismo no sea válido para las jóvenes de hoy.mujer y niña juntas en la iglesia

“El mensaje de Cristo es liberador para la mujer. Hay que escucharlo con menos ideologización, con un marco cultural no tan occidental. El mensaje cristiano valora a las mujeres. Nuestra fe cuenta con instrumentos para que tengamos una situación óptima; somos nosotros los que lo impedimos organizándonos así”, asegura Zorzi. “Este problema se ve mucho en el ámbito monástico, donde las estructuras pensadas para personas de hace 50 años ya no funcionan con las jóvenes de hoy”.

La falta de actualización de esas estructuras ha hecho que la Vida Religiosa tenga una “bomba de relojería” dentro de los conventos. La advertencia la lanza la canadiense Valentina Napolitano, profesora de Antropología en la Universidad de Toronto, para quien el hecho de que las nuevas vocaciones surjan mayoritariamente en América Latina y en África puede suponer un riesgo.

“Muchas veces, a las religiosas jóvenes de esos lugares se les pide que cuiden de las hermanas ancianas en los conventos de Europa”, señala, añadiendo que esta suerte de “devolución de la evangelización” sigue las dinámicas sociológicas de las migraciones laborales contemporáneas. “Muchas órdenes religiosas femeninas tienen que usar su sangre nueva para mantener a su población anciana”, dice Napolitano.

Carmen Aparicio Valls, profesora de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, observa que “si las jóvenes se tienen que dedicar a cuidar a las mayores, se va perdiendo la realización de la misión que ese grupo tiene”.

Aunque esa dedicación se lleve a cabo con “una enorme caridad y fraternidad”, hace “imposible” que surjan otras vocaciones. “Es una cadena de la que es muy difícil salir”, sostiene Aparicio, para quien no hay “una sola causa” que explique la falta de vocaciones religiosas en Occidente.

“Cuando era pequeño, recuerdo que las monjas estaban muy presentes en tu vida, te las encontrabas en muchos sitios. Eran una referencia para todos. Ahora no ocurre lo mismo. Es una pena, porque las religiosas hoy están preparadísimas, tienen la posibilidad de dar una contribución a la Iglesia muy grande, pero en muchas ocasiones son relegadas a labores secundarias”, dice Matteo.

Por su parte, la profesora de la Gregoriana recuerda que en la historia de la Iglesia ha habido siempre congregaciones que nacían y morían, por lo que no hay que angustiarse por lo que ocurre hoy. Ante la gran “diversificación de carismas”, tal vez “excesiva”, propone la unión de grupos similares para aunar fuerzas.

“La fuga de las mujeres
en torno a los 40 años de nuestras iglesias
es una protesta silenciosa al silencio con que querría constreñirlas
por naturaleza la Iglesia de los hombres”.

Armando Matteo, autor de ‘La fuga de las mujeres de cuarenta años’.

Matteo es de la misma opinión: “Hay que hacer una reflexión sobre la Vida Religiosa para ayudar a que surjan confederaciones. Las congregaciones están en riesgo de desaparecer yendo cada una por su parte”. “En cualquier caso, creo que hay que seguir rezando para que haya vocaciones y ayudar a los jóvenes a que descubran esta llamada del Señor”, añade la teóloga española.

La posible evolución de la Iglesia para dar más espacio a las mujeres puede verse amenazada por los varones que, reacios a los cambios en la sociedad, encuentran en ella un refugio de la cultura patriarcal. “Para muchos hombres jóvenes puede ser el último baluarte de una identidad ya pasada. Para las chicas de esta edad, sin embargo, resultan difícil de entender aspectos de la estructura de la Iglesia”, comenta Zorzi.

Aparicio también ha advertido ese peligro. Durante su experiencia docente ha conocido a una mayoría de seminaristas y jóvenes sacerdotes “estupendos” y con una “vocación muy fuerte”, pero también a unos pocos “con tendencia al fundamentalismo”. “Esto me preocupa. Buscan seguridades en los signos externos y en la forma de comportarse. Como mostraba un reciente documento sobre los seminarios, hay en ellos personas que tienen dificultades para relacionarse con sus coetáneos, que son excesivamente autoritarias. De ahí viene el clericalismo posterior”, dice.

Aparicio cree que en las últimas décadas se han dado pasos en la buena dirección. Cita su propia experiencia, que “no es de exclusión”. “He trabajado en el Pontificio Consejo para los Laicos y en una universidad pontificia, donde hace unos años las mujeres ni siquiera podían estudiar teología. Se van produciendo signos en ámbitos donde se elabora pensamiento. No lo veo como una toma de posesión de un poder”.mujer rezando en una iglesia sola en el banco

En su opinión, no se pueden establecer cuotas femeninas en los órganos de decisión eclesiales, aunque sería buena idea que se desarrollasen más ámbitos de participación como los consejos diocesanos. “No es solo la cuestión del lugar que ocupa la mujer, sino de cómo participa. Para que sea real, tiene que ir acompañada de un cambio de mentalidad en el hombre, que considere a la mujer una igual. Además, esta necesita lanzarse más a participar”.

¿Ordenación femenina?

A diferencia de lo que proponen otras pensadoras, a Aparicio no le parece útil celebrar un sínodo sobre la cuestión femenina en la Iglesia. “Si este sínodo no fuese acompañado de un debate sobre el hombre y tratase a la mujer de forma aislada, sería solo un documento más”.

En la misma línea se muestra Villa Betancourt, quien considera que el sínodo solo sería interesante si tratase la posición de ambos sexos en la sociedad y en la Iglesia: “Es en la recíproca complementariedad cuando emergen adecuadamente las características del genio femenino y también del genio masculino”.

Matteo, por su parte, cree que sería óptimo hablar sobre estas cuestiones, pero repensando al mismo tiempo “la propia organización de la Iglesia”.

“El mensaje cristiano valora a las mujeres.
Nuestra fe cuenta con instrumentos
para que tengamos una situación óptima;
somos nosotros los que lo impedimos organizándonos así”.

Benedetta Zorzi, profesora del ISCR de Ancona.

Cuando se trata la situación de la mujer en la Iglesia es inevitable que se abra el debate sobre la ordenación sacerdotal femenina. “A veces preferimos hablar de cosas difíciles como esta, que Juan Pablo II y Benedicto XVI declararon como sustancialmente cerrada desde el punto de vista dogmático, en lugar de plantearnos que, por ejemplo, el responsable de la catequesis de una diócesis puede ser una mujer.

Lo mismo ocurre en muchos otros puestos de responsabilidad, para los que no hace falta ser sacerdote ni obispo”, dice el autor de La fuga delle quarantenni, para quien la cuestión de la ordenación sacerdotal femenina se utiliza a veces como “coartada” para no hablar de la mujer desde otras perspectivas.

Zorzi considera que detrás de este estéril debate está una concepción equivocada del sacerdocio, “como si fuera este el único papel que puede desarrollarse en la Iglesia”. “Si seguimos viendo a los sacerdotes como un poder frente al que se excluye al resto, es que tenemos un problema grande que debería haberse superado tras el Concilio Vaticano II”, opina Matteo.

Napolitano, por su parte, identifica una cuestión soterrada en el debate sobre el sacerdocio femenino: “Hay una discusión sobre la forma de gobierno, la transparencia y la distribución de los recursos y del trabajo dentro de la Iglesia”. Se trata, en su opinión, de un cambio que iría mucho más allá del valor simbólico de ver a una mujer celebrando la Eucaristía y que llevaría de la mano una transformación importante en la estructura de la Iglesia. Una estructura que a veces parece olvidar que fueron mujeres las primeras que recibieron el anuncio de la muerte y la resurrección de Jesús.

En el nº 2.842 de Vida Nueva.

 

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