Francisco encandila con sus gestos

“Estos signos tienen un poder gigantesco para transmitir la fe”, se oye por Roma

papa Francisco en el balcón 13 marzo 2013 se inclina

DARÍO MENOR. ROMA | Hay palabras que, de tanto utilizarlas, se desgastan. Pierden su significado inicial y se convierten en contenedores vacíos. Pasa a menudo con los adjetivos. Su excesiva exposición obliga a buscar sinónimos imposibles para poder calificar a quienes se los merecen. Con términos como “sencillo”, “cercano” o “conmovedor” ocurre a menudo. Parece que cuando los utilizamos con una persona, la estamos colocando en un lugar común. Parece incluso que no los merece.

Hay, sin embargo, quien se gana a pulso estos elogiosos adjetivos, por muy manoseados que estén. Con sus primeros pasos como pontífice, Francisco ha demostrado que, sin duda, los merece. Y no solo por sus palabras. Se debe, sobre todo, a los gestos.

Desde que en la noche del miércoles 13 de marzo salió al balcón central de la Basílica de San Pedro y, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi agachó la cabeza y el tronco para pedir la oración de los fieles, el papa Bergoglio se ha metido a medio mundo en el bolsillo con su actitud, tan alejada del boato y la distancia que, en demasiadas ocasiones, se le presupone a un obispo de Roma.

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Francisco ha dado numerosos ejemplos de que quiere ser ese papa pobre que implica su nombre, elegido precisamente en recuerdo del poverello de Asís.

Ya ha dejado en varias ocasiones con la boca abierta a los encargados de gestionar el transporte del pontífice, al preferir un autobús, un coche compartido o, incluso, una pequeña caminata, a la limusina con matrícula “SCV 1” que la Santa Sede ofrece a los sucesores de Pedro. Así lo ha hecho para acudir al palacio apostólico o al Aula Pablo VI desde la Domus Santa Marta, la residencia vaticana donde pasa sus primeros días como Pontífice.

También es un gesto poderoso su vestimenta. Ha desterrado los zapatos rojos y prefiere usar unos negros, visiblemente gastados. Renuncia, además, a la muceta y al roquete. Incluso a la cruz de oro que le esperaba en la Sala de las Lágrimas, donde se vistió por primera vez de blanco. Prefirió seguir con el crucifijo sencillo, de metal, que pende de su cuello desde su ordenación episcopal.

“Estos gestos tienen un poder gigantesco para transmitir la fe”, decía encandilada María Pilar, una valenciana que estaba viviendo en Roma estos intensos días junto a su marido y sus cuatro hijas.

Francisco encandila con sus gestos, íntegro solo para suscriptores

En el nº 2.841 de Vida Nueva.

 

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: NUEVO PAPA

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