Entre la alegría y la esperanza

ANTONIO Mª CALERO, SDB |

La elección del papa Francisco ha sido una auténtica sorpresa para todos los miembros de la Iglesia e incluso para los más avezados vaticanistas. Una sorpresa que se ha convertido poco después, al verlo aparecer, sencillo y humilde en el solemne balcón de la Basílica vaticana, en palpable alegría y esperanza, levantando una indiscutida simpatía.

Realizada esta elección, tenemos el legítimo derecho de preguntarnos: ¿por qué este júbilo generalizado en la humanidad?, ¿lo necesitábamos los católicos? Nos congratulamos de encontrar un papa que responde a nuestras generalizadas expectativas.

Ahora bien, el papa Francisco deberá hacer frente a una serie de problemas y situaciones que pueden dificultar, cuando no impedir, la audacia (‘parresía’, dice el libro de los Hechos) con que ha comenzado su servicio como sucesor de Pedro. He aquí algunos de esos desafíos:

  • Ante todo, poder realizar de verdad y en toda su plenitud el nombre con que ha querido ser conocido en la historia de la Iglesia: Francisco. El santo de Asís es el símbolo por excelencia de la humildad, sencillez, cercanía, pobreza, desprendimiento, amor a toda criatura y de la auténtica fraternidad entre los hombres.
  • Otro desafío es el de no dejarse “fagocitar” por la Curia: es decir, no adecuarse a la compleja estructura curial, adaptándose a ella y a sus exigencias, plasmadas y solidificadas a lo largo de siglos. Las estructuras no son lo central en la vida de la Iglesia, pero condicionan, y mucho, el verdadero servicio a las Iglesias diocesanas. No debe ser, pues, la Curia la que imponga sus normas y costumbres al Papa, sino que debe ser el sucesor de Pedro el que, con la ayuda ágil y dócil de la Curia, pueda servir al Pueblo santo de Dios.
  • Un tercer desafío es el de poner en marcha la colegialidad episcopal. Los obispos ni son, ni deben aparecer, como lugartenientes del obispo de Roma. Los obispos no presiden sus Iglesias locales “en nombre del Papa”, sino “en nombre del mismo Cristo”. Esta realidad teológica debe tener su traducción concreta y real en el gobierno de toda la Iglesia. Se trata de un principio de largo e insospechado alcance.
  • Un último desafío es el nombramiento de obispos que sean verdaderos y convencidos seguidores del “espíritu” del Vaticano II. Es este un camino estratégico, por el que se podrá realizar la reforma que la Iglesia sigue necesitando para convertirse en una verdadera Iglesia pobre y samaritana.

En el nº 2.841 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: NUEVO PAPA

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