Muy honrados cazatesoros

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Tesoros son todos estos que, con no poca frecuencia, se asemejan a esos cofres, llenos de riquezas, que están hundidos en las profundidades del océano…”.

En una de sus magistrales catequesis sobre el Año de la fe, Benedicto XVI se ha referido a las etapas de la Revelación. Aquellos momentos, esas etapas, en las que Dios, de una forma particular, entra en la historia de los hombres, dialoga con ellos, les ofrece su sabiduría eterna.

El primer capítulo, el más importante e indispensable, es el de la manifestación de Dios mismo en la Sagrada Escritura. Es la historia de la salvación de la humanidad contada por Dios mismo. No son hechos pasados los que se relatan, sino memoria permanentemente actualizada de la voluntad salvadora de Dios.

A quienes Jesús había llamado a ser sus discípulos, les hace conocer la novedad de la Palabra revelada por Dios. Los apóstoles la guardan y predican y se hacen eco de cuanto de Jesucristo habían recibido. Así ha vivido la Iglesia la Palabra de Dios.

Después llegarán doctores y maestros y, entre todos ellos, el designado por Jesús para ser sucesor de Pedro, el Papa, maestro indiscutible de la fe y aliento permanente para la esperanza de la Iglesia.

De lo que cree, celebra, practica y reza la Iglesia, de las etapas de la historia de la salvación, el Catecismo de la Iglesia Católica es un resumen y una ayuda para que los cristianos puedan conocer en qué consiste su propia vida y su relación con Dios.

Tesoros son todos estos que, con no poca frecuencia, se asemejan a esos cofres, llenos de riquezas, que están hundidos en las profundidades del océano. Hay que bucear y llegar hasta ellos y sacarlos a la luz, abrir candados y portezuelas y dejarse seducir por la inagotable sabiduría que Dios quiso comunicar a los hombres.

Grandes misterios se escondían en esos arcones. Pero, al abrirlos, hemos venido a comprender que lo misterioso no es oscuridad, sino luz y brillo que orienta los caminos de los hombres; que no es limitación en el conocimiento racional, sin apoyo imprescindible para llegar hasta la verdad; que no es una idea fantástica, sino una realidad viva y presente en la historia de la humanidad.

No hace falta llegar hasta las profundidades del mar. La Iglesia nos pone en medio de la mesa de nuestras casas esos tesoros de la Revelación de Dios, de la tradición y del magisterio, de la enseñanza y de la catequesis acerca de la Palabra de Dios, de la vida sacramental, del ejercicio de la caridad, del testimonio cristiano, del ministerio evangelizador…

Como decía el papa Benedicto XVI: “Esta Revelación de Dios se introduce en el tiempo y en la historia de los hombres: historia que se convierte en el lugar donde podemos constatar la acción de Dios en favor de la humanidad. Él se nos manifiesta en lo que para nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque pertenece a nuestro contexto cotidiano, sin el cual no llegaríamos a comprendernos” (Audiencia 12-12-2012).

En el nº 2.835 de Vida Nueva.

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