Juntas que no ayudan

sillas vacías para una reunión

sillas vacías para una reunión

RAFAEL DE BRIGARD MERCHÁN, presbítero | Muy a tono con los tiempos presentes, la gran mayoría de instituciones eclesiásticas tienen hoy juntas directivas o consejos o salas de gobierno. El nombre es lo de menos, pues todos hacen o no hacen lo mismo.Rafael de Brigard, presbítero

La conformación de estos grupos de dirección no siempre ha significado un beneficio para las instituciones y tampoco para sus beneficiarios. Al contrario, daría la impresión de que, a veces, se han vuelto pesados cuerpos colegiales que le han quitado vida, agilidad, prontitud, al cuerpo eclesial en sus diversos niveles. Y, desde luego, han apagado mucho la iniciativa de los agentes de pastoral, quienes han quedado supeditados a creaciones colectivas que son de muy lenta construcción y, al final, no parecen ajustar bien en ninguna parte.

El papa Benedicto XVI, siendo aún prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se quejó más de una vez de los efectos un poco paralizantes, y quizás silenciadores, que las conferencias episcopales han tenido sobre los obispos en particular. Ya no es usual escuchar a un obispo afirmar o negar algo, sino que todo se remite a la Conferencia Episcopal, cuyo portavoz en cualquier país suele ser un prelado que carece de diócesis y, por lo mismo, su voz parece un poco hundida en realidades etéreas.

Cosa bien diferente a cuando un obispo, teniendo sus pies puestos sobre una porción particular de la Iglesia, conoce, siente y palpita por unas personas concretas, por una geografía específica, por unos problemas que se pueden localizar en el espacio y el tiempo.

Una cosa es suscitar el celo pastoral caminando por las calles y veredas de un municipio y otra muy distinta alimentar tal celo leyendo periódicos, viendo noticias, repasando las distintas webs. Pero esto es solo por poner un ejemplo concreto.

Personas concretas

Yo creo que a la Iglesia de hoy le faltan nombres de personas concretas en sus tareas pastorales, en sus luchas dogmáticas, en la dirección de sus instituciones, en el manejo de sus recursos y también en la solución de los problemas más acuciantes. La práctica ha delegado todo esto en juntas, equipos, consejos, colegios, etc., y quizás de ahí la lentitud en muchas tareas, la lejanía de tantas soluciones, la pesadez para mover los recursos de la misma Iglesia.

A la Iglesia de hoy le faltan
nombres de personas concretas en sus tareas pastorales,
en sus luchas dogmáticas, en la dirección de
sus instituciones, en el manejo de sus recursos
y también en la solución de los problemas más acuciantes.

Y, claro, esta dinámica también suele arrastrar la cola de la burocratización que, a la larga, se convierte en un cuerpo en sí mismo, y el cual convierte como tarea primordial la conservación de su propia supervivencia y, después, sí pasa a lo pastoral o a lo ejecutivo de su misión. Algún viejo obispo afirmaba que iba a la reunión del episcopado a escuchar qué decía el Papa sobre todo, pero que la voz de ellos no la escuchaban ni ellos mismos.

La historia de la Iglesia no fue nunca una historia de juntas o consejos directivos. A veces se hacían sínodos o concilios, pero muy pocos. Ha sido más bien la historia de santos y santas, de evangelizadores y fundadores, de mártires y predicadores, de sacerdotes y religiosas, de escritores y pensadores, de papas y obispos, de laicos y laicas.

Conviene, creo, que se retome esa forma de ser y de hacer, pues le puede inyectar nueva vitalidad al enorme cuerpo eclesial. Y para eso hay que crear un clima de confianza, de reconocimiento de la diversidad de carismas y talentos. Asimismo, hay que darle larga continuidad a quienes han tomado iniciativas importantes y no cercenar de oficio y por reglamento al árbol que ha empezado a engrosar su tronco y da sus primeros frutos.

Volviendo sobre las juntas y reconociendo que algunas sí lo hacen bien, habría que repensar su real utilidad, como también la responsabilidad, inclusive de cada uno de sus miembros con nombre propio, en las tareas encomendadas. Son conocidas de marras las juntas envejecidas y paralizadas de la Iglesia, y cuya renovación nadie se atreve a hacer por aquellos respetos humanos que hacen enmohecer la vida.

Quizás en estos tiempos un poco arduos para llevar el mensaje y la caridad de Cristo, haya que recordar la infinita practicidad de Nuestro Señor, que enviaba de dos en dos a realizar la misión. Quizás era para prevenir el peligro de que se fundaran juntas directivas.

En el nº 2.832 de Vida Nueva.

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