Cristianos inmigrantes en busca de comunidad

chicas jóvenes inmigrantes entrando en procesión en una iglesia en Cataluña

Cristianos inmigrantes en busca de comunidad [extracto]

LUCÍA MONTOBBIO. Fotos: MARC BARTOMEUS | En pocos años, la inmigración ha cambiado la fisonomía de España. Su acogida ha pasado por diversas fases, no siempre fáciles. La más olvidada ha sido la de su integración religiosa. En el mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones del 20 de enero, el Papa invita, sin embargo, a prestarle una atención especial, incluso creando nuevas estructuras pastorales. ¿Qué se ha hecho hasta ahora? ¿Cómo viven los cristianos llegados de otras tierras su integración en la comunidad de fieles?

La inmigración de los últimos años ha hecho de España un escenario cada vez más diverso, algo que se percibe de manera muy clara en Cataluña, una de las comunidades donde se han instalado un mayor número de personas que, por diversas razones, han tenido que dejar sus países de origen.

Esta diversidad, lógicamente, se ve reflejada también en las comunidades cristianas. Cuando una persona llega a un país que no es el suyo, surgen varios interrogantes. Y entre ellos, cómo vivir la dimensión espiritual. Algunos se integran de inmediato en la tradición local, otros buscan a personas de su mismo origen y celebran a su manera el hecho religioso. Hablando con ellos –algunos aparecen con seudónimo, pues prefirieren mantener el anonimato– aparece la complejidad de vivir el cristianismo lejos de su tierra de origen y en nuestra casa. Son cristianos en una tierra nueva.grupo de españoles e inmigrantes posan en la fachada de una iglesia por la integración

Servicio doméstico

Es muy común ver a personas inmigrantes trabajar en el área doméstica. Así, se hacen cargo de familias, bien sea para cuidar de los niños, para contribuir a la buena marcha del hogar o para acompañar a personas mayores. Este es el caso de Yonia, de origen colombiano, y de Cora, filipina.

Yonia trabaja en más de una casa a cargo de personas ancianas. Explica que las cosas han cambiado desde que llegó. Antes vivía el hecho religioso en familia o con su grupo de amigos. Ahora no tiene tiempo: “Trabajo mucho, cuido a tres señoras, y eso no me deja espacio para ponerme a buscar comunidades latinoamericanas a las que poder ir y donde trabajar la fe”.

Vive en un piso compartido, con otros colombianos. Ellos creen en Dios, pero no en la Iglesia, así que tampoco Yonia encuentra un punto de apoyo cuando llega a casa. Desde que vive en Cataluña, ha cultivado una espiritualidad individual: “Los amigos y la familia que tengo en Colombia me envían textos y lecturas para que lea. Tengo un familiar que es cura, y después los comentamos vía e-mail”.

Yonia sigue yendo a misa, pero de otra manera; sin amigos y sin familia, acompaña a las personas que cuida. “A misa sí que voy, aunque lo del catalán me cuesta un poco; más o menos, ya voy entendiendo. Normalmente, voy en los turnos que están más vacíos, así encontramos más tranquilidad”, dice orgullosa.

Los momentos de plegaria también los ha cambiado desde que acompaña a las personas que cuida. Ahora los integra en su jornada laboral. “Rezo un padrenuestro y un avemaría con ellos, antes de que entre la noche. Los veo contentos de tener a alguien con quien orar. Algunos no recuerdan palabras; ya se sabe, el tiempo hace estragos con la memoria, y les alegra tenerme al lado para que pueda continuar con la oración en caso de que se queden en blanco”, señala.

Yonia, colombiana, va a misa acompañando
a las mujeres ancianas a las que cuida.
Cora sí ha podido encontrar un espacio para comprometerse
en la parroquia, gracias a la comunidad filipina.

Cora, sin embargo, sí que ha encontrado un espacio para poder comprometerse con la religión cristiana y con la comunidad filipina que existe en Barcelona: “Soy catequista. A veces me cuesta porque trabajo mucho, tengo poco tiempo y llego muy cansada, pero al final vale la pena”.

Cuando se le pregunta si ve alguna diferencia entre la realidad de las comunidades cristianas de aquí y las de Filipinas, Cora contesta que sí, y, sobre todo, en los jóvenes, que no tienen tanta participación: “Entras en las iglesias de aquí y todos son cabezas grises, lo que está bien, pero falta la fuerza y la alegría de los jóvenes. A mí también me cuesta que los adolescentes sigan la fe y entiendan que trabajar el espíritu es importante, y que es algo que les va ayudar el día de mañana, pero es importante que los acompañemos en este momento, aunque sea difícil, porque ellos darán vida a la Iglesia en el futuro”.

Cora es catequista en la parroquia de la Concepción, pero asiste a misa junto a la mayoría de los filipinos en la iglesia de San Agustín: “Los domingos está llena. Siempre hay entre 500 y 800 filipinos en todos los servicios, tantos que no todos pueden sentarse. El párroco insiste en que vayamos a las parroquias que nos tocan por barrio, para facilitar nuestra integración y repartirnos mejor, pero nosotros hemos encontrado aquí un punto de encuentro, nos sentimos cómodos y, además, él, el padre Avelino, nos ayuda a resolver dudas que tenemos: por ejemplo, laborales o legales de otro tipo”.grupo de chicas jóvenes inmigrantes en misa

Un oriente próximo

El domingo, a las 12 de la mañana, en Sant Ramon de Penyafort, una comunidad católica de coreanos se reúne para leer la Biblia y rezar juntos. No son tantos en número como los filipinos o los chinos, pero también han creado su comunidad. Rafael y Estela explican: “El padre Joan, responsable de esa iglesia, y los otros padres anteriores nos cedieron amablemente una sala para poder reunirnos y leer la Biblia en coreano. Somos pocos, unos 15 o 20; pero estamos muy contentos de poder reunirnos y encontrarnos”.

Cuentan que, al llegar a Barcelona, no sabían cómo hacerlo, porque todos los grupos de fe que encontraban eran de coreanos protestantes y ninguno católico. Por eso optaron por unirse y pedir un espacio en Sant Ramon de Penyafort. “Nos reunimos el domingo en esta sala para leer las lecturas en coreano, las mismas que leerá de forma simultánea el P. Joan en catalán en el servicio de las 12. Cuando llega el momento de la comunión, nos juntamos con el resto de fieles y comulgamos todos juntos”. Estela añade: “También viene una vez al mes un cura de Zaragoza que es coreano, y entonces celebramos misa en coreano”.

Muchos echan de menos la participación
de los jóvenes en las eucaristías, que son
mucho más alegres en sus países.
“Las personas aquí son más tristes
que las de Camerún”, dice Maxime.

La diferencia más grande que encuentran entre Corea y Cataluña vuelve a ser la de los jóvenes: “Pocos jóvenes participan aquí en las eucaristías; es difícil, tienen muchas cosas y parece que hay una crisis de valores”, afirman preocupados.

El ‘veneno africano’

Quien ha viajado a África sabe que es difícil olvidar este continente. Sobre todo por la alegría que desprenden sus gentes, por sus cantos, bailes y la felicidad que se plasma también en sus celebraciones religiosas. Es lo que se llama el ‘veneno africano’, que una vez probado es difícil de olvidar.

Maxime, que vino a Cataluña desde Camerún para estudiar un máster en la Facultad de Medicina, vive el hecho religioso de un modo especial: “Los jesuitas de la comunidad de Clot me han acogido durante una temporada. Han sido muy amables; me quedaré aquí hasta encontrar un piso y compañeros con quien compartir el alquiler. Los jesuitas tienen una habitación habilitada como capilla y puedo rezar con ellos siempre que quiera”.

A misa va los domingos, y lo que más le impacta es que “parece que sea el cura quien tenga que esperar a que los fieles entren y se sienten en los bancos; allí, en Douala, iba a la iglesia que estaba más cerca del barrio universitario y los jóvenes la llenábamos –incluso a las seis de la mañana– para recibir cantando, bailando y dando palmas al cura que celebraría la Eucaristía”.grupo de inmigrantes africanos en misa con la cara pintada

Maxime explica que encuentra que las personas aquí son más tristes que las de Camerún: “La tristeza es una actitud que se refleja en todos los ámbitos de la vida de los catalanes. Por ejemplo, ahora que estáis en crisis, parece que el mundo se tenga que acabar. Nosotros siempre hemos estado en crisis, pero no perdemos la esperanza, una esperanza que nos transmite el Señor. Creemos que el mañana irá mejor; en cambio, aquí parece que el mañana tenga que ser aún peor”.

Esta actitud, dice, influye en el día a día del creyente: “El pesimismo se vuelve desconfianza hacia el otro, deseas construir muros para proteger tus cosas, no quieres que te las roben, y abandonas y olvidas a tu hermano. Con este comportamiento nos alejamos del mensaje que nos dejó Jesús, el de querer a tu hermano como te quieres a ti mismo”.

Papeles y más papeles

Brandon es de Tennessee (EE.UU.) y protestante; Laura, católica y de Barcelona. Pronto contraerán matrimonio. Al hablar de cómo viven el hecho religioso, es inevitable que la primera respuesta sea “con un montón de papeleo; estamos cansados de tanta burocracia”. Ninguno de los dos quiere perder su tradición, por lo que harán una ceremonia religiosa en la Iglesia metodista y otra en la católica. Se tendrán que casar por la vía civil.

Su convivencia incluye diversidad e integración. Ambos saben hablar perfectamente inglés, catalán y castellano. Brandon va a la iglesia de los Josepets cuando está en Barcelona; Laura, a la Trinity United Methodist Church cuando se encuentra en Tennessee.

“No hay imposición, ninguno gana; de forma voluntaria, nos adaptamos el uno al otro”, afirma Laura. Brandon asiente, y añade que las diferencias son más culturales que religiosas: “Si vas al fondo de la cuestión, solo son maneras diferentes para transmitir el mismo mensaje. Podemos hablar mucho rato sobre las diferencias entre protestantes y católicos, o entre catalanes y americanos, pero si nos centramos, vemos que estamos de acuerdo en lo fundamental”.

En el nº 2.832 de Vida Nueva.

 

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